Nora Avaro pertenece a una generación de autores rosarinos que, posiblemente, configure la escena más importante de nuestro país. Como Martín Prieto, Alberto Giordano, Sandra Contreras o Analía Capdevila, su formación universitaria (Avaro es profesora de Literatura Argentina en la UNR) no limita su producción a las tristes pasiones burocráticas. Alejándose de los mandatos de la insulsa hiperproductividad académica, sus textos se acercan, sin escaparle a la polémica elegante, a la forma ensayística.
A diferencia de La enumeración (2016), que incluía textos sobre poetas, narradores y autobiógrafos, El hombre que vio al oso encuentra unidad no sólo en una prosa inteligente, ligeramente irónica y en su lectura reveladora del detalle, sino también en su objeto de análisis. Si en su libro anterior convivían el Borges cuentista, los diarios de Idea Vilariño y El traductor de Salvador Benesdra, ahora el foco está puesto en el análisis de diferentes formas biográficas. El volumen se abre con “Genios breves”, un ensayo en el que Borges aparece, cuando no, como faro y modelo formal. Es el más extenso del libro y funciona como su columna vertebral. En su elogio de la “brevedad atractiva”, Avaro va desde Lytton Strachey hasta Luis Chitarroni, pasando, entre otros, por Marcel Schwob y Virginia Woolf. Frente a todos ellos, cultores de la brevedad y del detalle significativo para la construcción del biografiado, aparece la figura de Richard Ellmann, autor de una monumental biografía de James Joyce de más de mil páginas. Si los primeros renuncian al mero afán documental, el segundo aparece, en su pasión acumulativa, como una suerte de Carlos Argentino Daneri norteamericano. Su estilo, sentencia la autora, es “inflacionario”.
Los nombres que circulan en El hombre que vio al oso son heterogéneos. De los autores canónicos (e hipercanónicos), Avaro elige textos laterales por sobre las zonas más transitadas de sus obras: de Borges, prólogos y notas publicadas en El hogar; de Saer, un puñado de poemas y la “nota biográfica” publicada en Juan José Saer por Juan José Saer; de Carlos Mastronardi, un texto sobre el autor de Ficciones perdido en sus Obras completas. Pero la autora lee con lucidez también a Miguel Ángel Petrecca, a Arnaldo Calveyra, a María Teresa Gramuglio, a Oscar Masotta, a Carlos Correas, a Benoît Peeters. Como ocurre con los buenos libros de crítica literaria, El hombre que vio al oso Avaro despierta el hambre de lecturas e ilumina los libros ya leídos.
Avaro discute con el escepticismo de Juan José Saer respecto a la posibilidad de la escritura biográfica. Si el autor de Glosa había afirmado, sin permitirse la duda, que “nunca sabremos cómo es James Joyce”, Avaro pregunta retóricamente “¿Por qué la ficción podría especular, y con toda legitimidad, en turbulencias gnoseológicas a la búsqueda de verdades complejas, y la biografía, incluso la de barcas más frágiles, no podría atañerse a ella?”. Distanciándose de las ingenuidades miméticas pero también de los candores “post”, Avaro indaga las potencias de la escritura biográfica, menos en su fuerza documentalista que en sus vínculos con la palabra literaria. No es casual que aborde los poemas “biográficos” de Saer ni que manifieste su preferencia por las biografías breves o “experimentales”: el ideal biográfico no tendría que ver sólo con la posibilidad de dar cuenta de los pormenores de una vida sino, más bien, con la condensación propia del discurso poético.
Los vínculos entre biógrafo, biografiado y testigo estructuran buena parte de los ensayos del volumen. Así, se despliegan algunos triángulos: Miguel Ángel Petrecca, Arnaldo Calveyra y Carlos Mastronardi; la propia Avaro, Oscar Masotta y Adolfo Prieto. El ensayo dedicado a Tres años con Derrida de Benoît Peeters explicita alguna de las paradojas y dificultades del género. Con humor, Avaro sugiere que Peeters, ante la muerte de Margaritte Derrida, la esposa del filósofo, posiblemente “sufra tanto más como biógrafo que como amigo”. La muerte de los testigos implica limitar el trabajo biográfico a documentos como las cartas, formas donde la intensidad está inevitablemente atenuada por la distancia.
Entre las indagaciones en torno a las formas biográficas, Nora Avaro va delineando pequeños apuntes autobiográficos: un intercambio por correo electrónico con Miguel Ángel Petrecca, una entrevista con Adolfo Prieto, una caminata hacia el Museo de Rosario, el entre-nos de críticos y escritores. Incluso, da cuenta del momento en que la autora descubrió su interés por la biografía al aceptar escribir una por encargo. Y, si Avaro celebra con Charles E. Whitmore el “ensayo biográfico” por sobre la “biografía en extenso”, bien puede pensarse que tanto La enumeración como El hombre que vio al oso van delineando, bajo la forma ensayística, la autobiografía intelectual de una vida dedicada a la lectura.
8 de enero, 2025
El hombre que vio al oso, Escenas biográficas
Nora Avaro
Bulk ediciones, 2024
202 págs.