Ganadora del Premio del Fondo Nacional de las Artes, El Húngaro, de Mirko Barreiro, irrumpe en el panorama de la literatura argentina actual con la fuerza del anacronismo deliberado. Como si fuera una declaración de principios estéticos, ésta, la primera novela de su autor, no cae en las tentaciones de la novedad contemporánea. Ajena a las facilidades de los guiños generacionales o a las referencias suburbanas, la narración hace de la opacidad de las referencias espaciales y temporales una poética. Así, frente a ficciones que apuestan a la identificación (barrial, generacional, de “consumos”) Mirko Barreiro hace del distanciamiento su carta de presentación en la literatura.
Ambientada en la Bahía, algo así como un pueblo turístico del que poco y nada se nos dice, la novela plantea un micro universo cerrado sobre sí mismo, con algunas conexiones con el exterior (una estación de tren, el presidio Alciria, el cementerio Water Cross) que más bien subrayan su carácter autónomo. Bahía, un ambiente en donde turistas pudientes interactúan con vendedores que sobreviven en la miseria y en el cual las relaciones humanas están atravesadas por la lógica del intercambio y la traición; un lugar donde la humedad parece cubrirlo todo y donde las babosas son una pequeña plaga. Este carácter autónomo, ajeno a toda referencialidad, se acentúa con los nombres de los personajes (Raniel, Kurai, Eldemario, etc) y con una narración que no le escapa a los anacronismos, a los neologismos y a una sintaxis algo saeriana en los diálogos (“Sí, que quizás el año que viene, si marchan bien las cosas y todo se va, de alguna manera, acomodando”). Un debut literario que en su prosa rigurosa y en la construcción de un pequeño universo con leyes propias recuerda a El amparo, la formidable primera novela de Gustavo Ferreyra.
Más allá de la indeterminación espacio-temporal, es la voz del narrador, distanciada y seca, lo que genera un mayor efecto de extrañamiento. Su condición de ex preso que vuelve a sus pagos es un hallazgo: se trata de alguien que pertenece al lugar al mismo tiempo que lo mira con distancia. Distancia que se ve acentuada con el trato desconfiado de los pobladores, quienes juzgan su presunta condición criminal. No es casualidad el gentilicio que nombra al narrador y a la novela: la extranjería da cuenta del punto de vista que asume la novela. “Húngaro” no da cuenta de una referencialidad geográfica sino, por el contrario, de una zona de indeterminación.
El Húngaro es una novela cuya trama está opacada con información dada a cuentagotas, muchas veces sujeta a duda. Casi nada sabemos del pasado del narrador, no queda claro si fue realmente responsable de la muerte que se le adjudica y por el cual se ha transformado en una suerte de paria para los pobladores de Bahía. Tampoco sabemos en qué tiempo ni dónde transcurre la historia; mucho menos, a qué se debe la precariedad extrema en la que viven los personajes ni el funcionamiento del sistema de control al que son sometidos los ex presidiarios.
Para que el narrador no vuelva a Alcira, el presidio en el que estuvo encerrado, está obligado a casarse o a conseguir un trabajo. Personajes grises apenas delineados se encargan de controlarlo. No sabemos nada sobre la naturaleza del control, ni quienes lo ejercen, ni cómo es la vida en Alcira. Sí, que el narrador se encuentra vigilado en una suerte de panóptico a cielo abierto. Hay algo de distopía en El Húngaro, una distopía minimalista, elaborada a partir de poquísimos indicios, a fuerza de lenguaje. Una distopía en la que la desigualdad social es brutal, buena parte de la población es analfabeta y se ejerce un control sobre el trabajo y la intimidad.
Que El Húngaro no sea una novela que apueste a lo referencial no implica que se trate de una novela que le escape a lo político. Por el contrario, el debut de Mirko Barreiro asume una prosa política que le escapa a la denuncia, al mero realismo referencial o la fácil celebración suburbana ¿Cómo no leer en clave política la vida de personajes que duermen en colchones húmedos, sobreviviendo en las ruinas de una catástrofe jamás nombrada?
En la senda del ya mencionado Gustavo Ferreya, pero también en la de Rafael Pinedo, en la de Juan José Saer (quien, por cierto, en “El camino de la costa” imagina el retorno de un tal Beltrán a su pueblo, después de pasar años en prisión) o el Elvio Gandolfo de “Llano de sol”, Mirko Barreiro presenta una novela sólida, madura que, en su desinterés por ser actual irrumpe como una verdadera novedad en nuestras letras.
9 de agosto, 2023
El Húngaro
Mirko Barreiro
Bajo la luna, 2023
160 págs.