Cuando se publicó por primera vez El ilusionista en 2006, lo que conocemos como el ciclo de novelas en la obra de Gabriel Bellomo era, y no es poco, una expectativa que pugnaba por desgajarse de los relatos. Ese texto, reeditado dieciocho años después, no sólo abrió esa secuencia, sino que puso sus instrumentos a trabajar en todos sus tiempos y en una dinámica que nos presentaba su futuro porque quizás era eso, el futuro, lo que leíamos en forma sigilosa, por momentos taimada, entre sus líneas. Esto en parte es así porque El ilusionista sedimenta la matriz narrativa de Bellomo y pone en movimiento sus vectores, las fuerzas que conducen la narración: la falla geológica en la estructura de la vida, el remedio insuficiente de la ficción y entonces la asunción de un impacto, una conmoción que en su trampa azarosa y accidental expone la razón política de la vida, la vida política, la vida en la vida, su ausencia, y la razón política de la literatura. Esa confluencia de formas políticas y vitales, de vidas ausentes que desquician la vida, se mixtura hasta ser una sola forma, una solución química que define algo específico, no una fórmula, sino un estado, el estado de la vida en la literatura de Bellomo.
La napa sedimentaria de estos textos se apisona aquí, pero no sólo porque se trata de una narración que trabaja la matriz de su campo y presenta una zona de exploración que progresa hasta un punto de máxima iluminación en La vida ausente de 2019, sino porque a esa matriz le inscribe otra organizada con un nudo de tres lazos: la ilusión, el ilusionismo y lo iluso (la fantasía, el truco y las ilusiones perdidas). ¿Dónde se engarzan las dos matrices o cuál es el mecanismo o el fuego que las funde para convertirlas en la aleación que sustenta la novela en Bellomo? En principio, en un campo en el cual las formas de la literatura experimentan, pero sólo para conducir el relato sobre las formas de la vida. La literatura y toda su expansión en El ilusionista es una tramoya (que sabemos se vincula a los recursos para el cambio de escena en el teatro y por derivación a la trampa, el engaño y la ilusión), el pase que habilita lo que obsesiona, que es la vida, su falla y entonces su forma absurda y política. Eso es lo que Bellomo alimenta desde una forma que lo que hace una y otra vez, aquello por lo que pugna, es narrar esa falla geológica en el sentido: una niña, hija de Juan Treml, sigue a su gata y es atropellada y muere y todo, desde allí, es un prolongado camino de transformaciones, metamorfosis, vacíos y derrumbes.
Por eso el doble es una de las trampas y tramoyas, porque el tema no es el doble sino la invención de otra vida. Otra vida posible significa en Bellomo la imposibilidad de darle a la vida una estructura de sentido, fijarla. ¿Qué es Míster Fix, el ilusionista inventado por Juan Treml cuando pierde a su esposa después de la muerte de su hija? En principio, una construcción narrativa, la fórmula del relato en Bellomo. Un núcleo hecho del cruce entre dos fuerzas de sentido mensurables en la memoria y el tiempo: un perro de la infancia (Fix) y una voz del pasado (el Míster del abuelo). Es una ilusión (el sentido), que inventa al ilusionista (la transformación), para nombrar la imposibilidad en la tercera raíz de esa matriz, lo iluso que ya está en el nombre, porque Fix significa arreglar lo que aquí no tiene arreglo, ya que ese desajuste en Bellomo es una catástrofe que busca en la narración la forma posible de un campo imposible.
Se trata de una sola frecuencia. Los personajes pueden ser desde ya eso, personajes, pero en el caso de El ilusionista son frecuencias de sentido que se desprenden de esa matriz que sedimenta la novela. Son frecuencias y, más aún, variaciones de lo mismo, formas de aludir, espejar, replicar, transformar. Son, en este caso, luces migrantes y tardías de esa misma matriz y su naturaleza es, por eso mismo, especular. En esa retórica de la novela cada frecuencia puede ser un anagrama, una metáfora, una alegoría, y moverse además desde una de las grandes usinas de sentido de este texto: el sueño, porque el sueño es uno de los modos en que el sentido busca aquí su cauce, es lo que se narra, porque se narran sueños, y una de sus fases anida en el nombre del arquitecto Juan Treml. Todo lo que vamos a leer se condensa en los nombres, que son uno solo, Juan Treml-Míster Fix, y la novela muestra ese juego y se desprende de él, porque su preocupación no son los juegos de sentido, sino su catástrofe.
El ciclo de novelas abre entonces –sin desentenderse de los relatos porque lleva a su extremo lo que los cuentos llaman formas transitorias– con las políticas de la vida y cierra hasta hoy con la vida política, y entre las dos fronteras hace mover una sola secuencia, la vida ausente, que es el gobierno de El ilusionista y el título de la novela de 2019. En este camino hay una exploración de eso que llamamos literatura. ¿Pero qué es aquí la literatura? En principio, un material puesto en un campo de absorción. El ilusionista absorbe toda la literatura, al menos toda su literatura posible, la pone en movimiento, la mezcla, hace sus mezclas, trabaja sus opciones y fórmulas, y sus trucos, y con ese material se construye la ilusión del ilusionista. Digámoslo de este modo: toda la literatura posible para narrar el campo imposible, la falla, la vida que se ausenta, con las palabras de la literatura en movimiento constante, con sus juegos y trucos de sentido. Juega con las palabras y lejos de ilusionarnos nos arroja al campo del ilusionismo donde aquello que está, está en otro lado. Juega a los juegos del sentido y distribuye, de una forma al mismo tiempo velada y transparente, algunas de estas cartas: el otro el mismo, la ciudad ausente, el tema del traidor y del héroe, las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires, el aleph, Scherezade y la narración, la náusea, la metamorfosis, el hombre invisible, formas transitorias, la secuencia Viena, el sueño y las cartas, Stevenson, Lewis Carroll, y podríamos seguir.
Es un pase de cartas y una escena que irriga no sólo el territorio de esta novela, sino de todo el ciclo de narraciones de Bellomo. Juega al sentido, pero lo hace porque el sentido es lo que colapsa y ese colapso, esa catástrofe, es el acontecimiento que narra El ilusionista, donde cada parte empieza a moverse en su vacío. Es un movimiento recursivo hecho de dos verbos: migrar y transformar, cambiar de nombre, de identidad, de ciudad, de lengua, pero hacerlo en esa imposibilidad, ahí donde trabaja la falla y donde los personajes son frecuencias de una misma matriz, variaciones de lo mismo.
¿Qué hace Juan Treml frente al colapso del sentido, la muerte accidental y la vida que se ausenta? Pasa a otra vida donde es el mismo y otro, a una ciudad hecha de incrustaciones, que es otra y es la misma, de sótanos y sociedades secretas, desciende, migra, toma la forma transitoria, el hotel donde se muda y muta, y pasa desde allí a otra ciudad, frente al mar, y también migra y en cada movimiento se cruza y se mezcla con otros migrantes que son efectos de la misma matriz, pero lo hace porque en la frecuencia de esa vida ausente todo, eso que codifica como realidad, afronta un principio de incertidumbre, y las formas sedimentarias y simbólicas que nos constituyen llegan a la zona donde pertenecen, de pura inestabilidad, y dan un salto más y se tornan indiscernibles. En ese campo minado se mueve este texto de Bellomo que coloca, como La náusea, en la aporía que narra la novela la resolución posible a través de la novela. Narrar, escribir, contar. Lo dice casi en el cierre: hacer con las cartas de la vida anterior una novela epistolar, la escritura de un libro de viajes. Un campo minado donde el sentido no se vacía, colapsa, y en ese impacto mensura de un solo golpe el estado de la vida y la literatura en Bellomo.
17 de julio, 2024
El ilusionista
Gabriel Bellomo
Alción Editora, 2024
193 págs.