Los trece poemas que componen Tanu se despliegan entre la orilla del mar y el jardín. Van del espectáculo de una ballena muerta en la playa –de su inmensidad, su carne, del olor que despide– a los detalles de un jardín o inclusive de un patio. En ese amplio y diverso espacio, la autora se detiene en describir el mundo que se le presenta. Nombra lo que tiene en frente –un cuerpo, una flor, un árbol– en ocasiones evidenciado por personajes que entran al poema a través de un diálogo o un recuerdo; en ocasiones evidenciado por la actitud de detenerse a contemplar.
Laura Forchetti trabaja de manera minuciosa, lo que le exige una particular atención. Atención que resulta condición necesaria para desarrollar una escritura de este estilo. Imposible de desarrollar si en el momento de percibir hay espacio sólo para la descripción de una maravilla; en este sentido, la atención suma una posibilidad, la de imaginar una continuidad o, mejor dicho, la de componer una continuidad, en este caso el poema, preocupada en que la forma exprese el pequeño acontecimiento –un color o algo dicho– y, al hacerlo, se apoye en pequeños detalles. Algo que ya estaba presente en Libro de horas. Crear una posibilidad, cuidarla para que crezca, reproducir actos mínimos con gestos mínimos; no hay desborde, sino una continua invitación a detenerse.
Pero, detenerse ¿de qué manera? Un mínimo espacio entre palabras dentro de un verso para componer un ritmo, un espacio en lugar de una coma, ese mínimo detalle para instalar la cadencia de la lectura: “borran la urgencia de los verbos las manos/ si contamos el movimiento inspirar expirar/ se vuelve silencio apenas abierto por un/ pájaro posado en el balanceo de la rama/ arriba arriba” (23 DE JUNIO). Ese espacio, en los dos primeros versos citados, invita a una cadencia. Pero ¿por qué no una coma? ¿Se viviría como una intromisión demasiado fuerte, una invitación señalada en lugar de la instalación de esa cadencia? ¿Sería la consecuencia de ese señalamiento y no la deriva de habitarla?
Si acaso una de las aristas de la lectura sea sobre todo habitar una cadencia, el detenimiento que proponen estos poemas nos traen lo que en la velocidad pasa desapercibido. La continuidad de lo pequeño expresada en detalles, similar al gesto necesario que realizamos cuando caminamos y algo entre la hierba nos llama la atención. Nos detenemos, nos inclinamos, en ocasiones llevamos una rodilla al piso para ver de más cerca, sin que eso implique adoración. Así, diría, se perciben estos versos. No hay ni dramatismo, ni denuncia evidente, tampoco veneración o culpa. El tono es el de la convivencia.
Y esta convivencia con el entorno se expresa a través de la vista, por ejemplo, en las descripciones, en la sucesión de colores; también a través del oído, por ejemplo, en los diálogos: “la linda tardecer/ vi –dijeron las nenas/ el cielo naranja amarillo/ celeste/ azul muy oscuro [...] no se corrige// música/ de la lengua/ florecida/ de las pequeñas/ bocas/ echada a rodar” (ÁSTERES). Música de la lengua florecida que no se corrige; podría ser una manera de decir poesía. Está la música, la vida, también la agramaticalidad como expresión de una tensión en la lengua expresada por la tención que de esa lengua hacen los personajes que ingresan al poema, en este caso unas nenas, para recordarnos que la alteración de la sucesión normativa en la construcción de una frase, a veces, es lengua despertada por un ritmo, en decir de Calveyra, al que convenimos en llamar poema. Fragmentos que nos traen un mundo contemplado por la lengua.
Y hay más elementos que la autora utiliza para construir esa cadencia: uno de ellos es la ondulación lograda por los cortes de verso, otro, la enumeración para revivir en la página toda la actividad del jardín, como por ejemplo en el poema “MÚSICA DE CORDEL”. Los versos nos traen ese jardín y la acción de recrear el movimiento que se genera mientras se borda sobre un pañuelo lo que afuera es una dulce agitación: “los trinos cuelgan del aire/ del jardín/ Marcan recorridos/ giran en espiral suben/ bajan entre los/ cables techos árboles/ alrededor [...] la vibración de cada sonido/ chingolo golondrinas misto/ teros chimangos jilguero/ benteveo amarillos/ queda/ en ese hilo/ descaminado/ que tiembla/sobre/ el pañuelo”. La ondulación vive en el poema como en el jardín y como en ese soporte leve que es la tela del pañuelo en la que se borda. En ocasiones el corte hace que el sentido se desestabilice y se busque en el verso siguiente. La enumeración sin comas como forma de dar cuenta de las idas y venidas, de los pequeños saltos, del vuelo corto. El poema, así, parte de un crescendo lírico, se entrega a la tarde, al color, a la entonación y establece una comunión con ese mundo material que es el núcleo del libro.
23 de noviembre, 2024
Tanu
Laura Forchetti
Bajo la luna, 2024
60 págs.