Hay una inmaterialidad y una estética del despojo en El libro de las nubes, de Gabriel Caldirola, una síntesis que juega a diluirse cual acuarela de un paisaje que se narra desde un diario de viaje con modulaciones pasteles y la intensidad de la luz de la mirada como eje central que se transforma en tono, tema y tópico de esta aventura.
Mientras la paciencia de la contemplación es una constante que se expresa en la práctica de los monjes citados en los pasajes del libro y que adquiere la postura del poeta; la experiencia de una Grecia desactualizada y convertida en pretérita remembranza de un tiempo anhelado, añejado y perdido es retomada para ser retratada. En algunos versos se cuelan palabras de otro idioma o con sonidos que las hacen extranjeras y resignifican la simplicidad del verso/oración que nos remite a otro espacio histórico. Sin embargo, la actualización vuelve presente a sujeto y mundo en un mismo evento corpóreo que le da forma a la existencia condensada del vapor de agua, la presión del aire y la necesidad de ser un Libro de nubes.
En este caso, el despojo está vinculado al desapego y a la intención de crear de la nada pero no con nada sino con los elementos de la naturaleza que Caldirola va tomando para ir dando sus propias pinceladas. La extensión del verso y el acortamiento de la estrofa; una prosa poética reducida, un pensamiento minimalista que se cuela como reflexión de lo percibido; una poética de lo que nos mira.
Ganador del Premios Storni 2023 cuyo jurado estuvo conformado por María Teresa Andruetto, Carlos Battilana y Silvio Mattoni, el libro -publicado por la editorial Bajo La Luna- se presenta con una cadencia narrativa arraigada en una estética de lo breve. El poeta salpica la página de versos que se cortan como el mar en la arena y retroalimentan la bitácora que fluye a medida que avanza el relato:
“Distancia de noche en un pueblo costero./ En el silencio, se oye el idioma/ Solo me falta cruzar el mar, el mar frío. Llegar al puerto de Dafne” y mientras va navegando en su imaginación, el fantasma que se piensa en el alma ¿es el idioma como lengua materna o aquel que se sueña foráneo?
De cualquier modo, hay un significante que se trabaja en el libro y se cristaliza en el trascurrir de los días fuera de la cotidianeidad, y en la observación de quien no es parte de aquello que está viviendo y se cuestiona o advierte lo naturalizado. Más que nada la travesía que se construye con las puestas del sol y los amaneceres donde la luz es protagonista junto al mar, el cielo, la noche, el silencio y el amor -siendo los motivos seleccionados-, pero también cual momentos de escritura divina.
El libro se estructura en una serie de apartados que continúa con la tonalidad hilvanando un relato que prosigue con “Diana”, donde realza el vínculo amoroso con un “ella” al que se dirige el texto siendo la mítica cazadora y protectora de la naturaleza. Pero esta interlocutora es la misma a la que se dirigen algunos poemas de la sección anterior; sólo que aquí todo el conjunto expresa un vínculo amoroso salvo el anteúltimo poema que retrata el descenso de unas campesinas por las laderas de su labor cotidiana como micro-mundo unívoco: “Las campesinas trabajaron esa leva lana./ ¿Qué época? De la luz al ras de las espigas. Y hoy se las ve bajar,/ ¿de qué tradición? , por caminos de tierra./ De todo lo posible , lo único posible”.
En “Horizontes en fuga” se acentúa el comportamiento mimético del sujeto poético que ensambla ambiente, cuerpo y escritura. En el mismo plano de existencia, un enraizamiento de las tres dimensiones que se unifican para ser el núcleo del libro. Es aquí donde el poeta canta. Nombra, y los versos toman vigor: “Todavía se llama última luz. De nuevo. La última exhalación/ de la luz de nuevo. Se oye el jadeo de un perro. De nuevo/ echado a este lado de la luz. La lengua afuera, la agitación/ quieta del calor. La lengua persistente de la pampa/ discontinua. De nuevo esta luz última. Esta luz de nuevo”.
Por último, “Grietas en el viento” y “Nimbos”; mientras el primer brevísimo pasaje postularía una disociación entre naturaleza y hombre del tipo “si un árbol cae en el bosque....” pero más sofisticada; en el segundo, nuevamente la nube es la estrella que gravita y ondula con silencios y palabras su orbitar.
El libro de nubes propone, así, algo poco frecuente al situar el relato en la extranjería de otra tierra, en ese tránsito acotado que supone el viaje, al tiempo que en la trayectoria de Gabriel Caldirola abre las aguas del reconocimiento en el campo de la poesía.
20 de marzo, 2024
El libro de las nubes
Gabriel Caldirola
Bajo la luna, 2023
80 págs.