Una de las particularidades de las clases de literatura latinoamericana moderna es que tienden a comenzar en Paris, o en otras ciudades europeas, o con Darío y sus cisnes, o con algún otro de las docenas y docenas de escritores de este lado del charco que encontraron un hogar en el viejo mundo en algún momento del siglo XX, muchos para siempre. Es una relación que no acaba nunca; para mí siempre ha sido motivo de cariño que mis amigos argentinos, con sus apellidos españoles, italianos, o alemanes, puedan hablarme en un momento seriamente de los horrores del colonialismo y, al siguiente, con entusiasmo y aparentemente sin ironía, de sus raíces europeas, de los abuelos o bisabuelos que llegaron de algún pueblo rural europeo hace cien años o más. No creo que escape a nadie que dichas contradicciones son también motivos de profundas crisis de identidad. “Ojo con nosotros, imperialistas, venimos de los barcos”, no parece ser un lema muy lógico, pero por suerte es en semejantes paradojas donde la literatura, especialmente la literatura latinoamericana, se siente más cómoda.
Otra evidencia al respecto llega de la mano de la última novela de Matías Capelli, El mar interior, un texto breve que se nutre de las grandes tradiciones de los artistas americanos en Europa para producir una novela de una sutileza exquisita cuya riqueza va subiendo a la superficie de manera gradual pero inevitable.
Seamos claros: no pasa mucho en este libro. Se choca una bici, después un camión, pero nadie sale lastimado, y lo más cercano al desamor rodea expresiones del tipo: “Uy... mi mujer me va a matar”. La novela es, sin embargo, un texto cargado de una sensación intensa: la de que un paso (o pedaleo) en falso puede terminar, si no en tragedia, en una epifanía terrible. La narración está a cargo de una tercera persona íntima, con el punto de vista anclado en Milton, un joven periodista argentino que se ha mudado con su pareja a Ámsterdam. Mientras ella está becada para estudiar música en una institución prestigiosa, él tiene demasiado tiempo ocioso y dudas acuciantes con respecto a su futuro profesional. Sus problemas son los típicos del joven de clase media e ingresos magros; carece de los papeles necesarios para conseguir trabajo en blanco y la pareja habita un ─también flaco de papeles─ departamento. Por esto último una cuota de paranoia se hace con él de cuando en cuando: miedo a vecinos soplones, a que llegue una inspección gubernamental.
Sin embargo, poca plata y mucho tiempo ocioso son las condiciones perfectas para el flaneurismo y Capelli aprovecha para que su protagonista ciclista se predisponga a un sinfín de observaciones y meditaciones cómicas, políticas y filosóficas sobre la sociedad y el ambiente que lo rodea. La novela se configura alrededor de estas preocupaciones y reflexiones, sumadas, claro, a los accidentes arriba mencionados y al crimen de tirar la basura en el tacho equivocado (algo que las autoridades holandesas persiguen con dedicación sorprendente).
Pero este resumen no es suficiente para explicar el poder de El mar interior. Habría que sumar la escritura límpida e ingeniosa y las corrientes que fluyen “debajo” de las neurosis triviales (aunque divertidas) del protagonista.
En el mundo de El mar interior, detrás de las fachadas pintorescas de una ciudad tan linda cómo Ámsterdam, acechan también fantasmas de todo tipo: el surgimiento de nuevos movimientos ultraderechistas, el calvario de los refugiados políticos y económicos contemporáneos (que ofrecen un contraste inteligente con la experiencia fundamentalmente primermundista de Milton), las memorias de los exiliados políticos latinoamericanos del pasado, las distintas crisis ambientales y, más profundamente, la tendencia humana para marginar y objetivar al otro, para alcanzar, en grupo, un salvaje nivel de violencia.
El mar interior es un ejercicio superlativo de observación; una demostración del poder de la buena prosa, una que nos habla de la interconectividad de las cosas, de lo que yace abajo y flota arriba, que nos habla de nuestra experiencia humana, estemos donde estemos en este mundo.
26 de enero, 2022
El mar interior
Matías Capelli
Sigilo, 2020
185 págs.