del otro lado del mar nuestros huesos se deshacen,
del otro lado del mar hay flores rojas sobre ciertas tumbas
y silencio, rabioso silencio sobre otras
de este lado del mar...
Juana Bignozzi. "El país mitológico".
Mujer de cierto orden
La reflexión sobre la naturaleza del habla poética es una tarea que nos asedia, que no nos deja, no nos suelta. Nos hemos preguntado por qué la poesía se resiste y al mismo tiempo invita poderosamente a ser pensada. Creo que su auténtico decir, su “verdad”, es irreductible a toda lectura por cuanto el poema excede siempre cualquier aparente plenitud del sentido. La primera exigencia de una crítica honesta es el reconocimiento de la ilegibilidad del poema. En otras palabras, toda interpretación es un trabajo interminable o una operación siempre inconclusa, incesante. Sólo en el cuerpo de esa resistencia -materialidad absoluta del poema- se nos permite (o nosotros nos permitimos) hablar de él. Y creo que la crítica literaria se funda y se despliega en el interior de ese deseo: hablar del poema, a pesar de su naturaleza esquiva a los controles de la racionalidad.
Movida por el deseo de la lectura, la crítica puede ensayar “un habla segunda” que se deslice sobre el lenguaje de la obra. En Crítica y verdad, Roland Barthes nos ha legado una definición memorable: “La crítica desdobla los sentidos, hace flotar un segundo lenguaje por encima del primer lenguaje de la obra, es decir, una coherencia de signos”. No nos resignamos al silencio. Queremos hablar del sentido del poema, porque esa es también su naturaleza: producir sentido, permitir o tal vez reclamar un habla segunda que haga circular una multitud impredecible de sentidos, siempre provisionales e insuficientes.
Digo todo esto porque no me atrevo a afirmar con certeza la verdad de mi lectura, aunque la sostengo. Sería necio y pedante creer que hemos atrapado el sentido del texto poético y que podemos comunicarlo. No obstante, nos dejamos seducir por el lenguaje de la obra y nos atrevemos a cartografiarlo.
Ilustración de Juan Carlos Comperatore
Juana Bignozzi es (ha sido pero sigue siendo) una poeta argentina que vivió muchos años en el exilio. Regreso a la patria es el título de uno de sus poemarios publicado en 1989. Sabemos que ella no regresó al país hasta 2004, y ese mínimo saber nos lleva a preguntarnos: ¿de qué “regreso” habla Juana? La pregunta insiste a lo largo de sus páginas mientras los poemas evocan una y otra vez el pasado en el presente, en un ir y venir reposado en el tono, desgarrado en la contradicción:
De las viejas agendas los fantasmas salen vuelven saludan
han aprendido a callar aquellos nombres
dejan brillar mi defensa palabrera
sus códigos son confusos pero siempre entendibles y ajenos
miran con ansiedad la puerta por donde desfilan los amigos
nos ven cuidarnos
niños lejanos y con frío
a veces preguntan dónde está el asesino espléndido
también él llegará cuando ya nada duela
cuando mis amigas y yo
creamos en serio en la serenidad
y sigamos hablando como si la vida aún existiera entre
nosotras
Las “viejas agendas” donde habitan los “fantasmas” que “han aprendido a callar aquellos nombres” nos hablan de una soledad poblada de presencias. Aquellos fantasmas “miran con ansiedad la puerta por donde desfilan los amigos”, frase en cuya inocencia late la ambigüedad de un encuentro sucedido a diario pero imposible. Los nombres silenciados en las viejas agendas y los fantasmas que “salen vuelven saludan” ofician de testigos mudos de una ausencia irrevocable, que los amigos presentes no logran suturar, tal vez por ello el poema termina sin concluir: “cuando mis amigas y yo / creamos en serio en la serenidad / y sigamos hablando como si la vida aún existiera entre / nosotras”.
Los amigos que desfilan y los fantasmas que callan y saludan echan a rodar un sentido −intraducible a este balbuceante discurso crítico− cuya potencia nos deja silenciosos: no hay nada que podamos agregar, la ausencia y la presencia constituyen aquí un indecidible, ninguno gana la pulseada, o los dos ganan: “sus códigos son confusos pero siempre entendibles y ajenos”.
El mar es una presencia constante en la poesía de Juana Bignozzi. Casi siempre se lo llama simplemente “mar”, a veces se nombra el Mediterráneo, a veces se trata del “océano”. Pero siempre el mar está en el medio: “del otro lado del mar”, “de este lado del mar”, “hay de por medio un mar”, “con este océano de por medio” y otras frases similares. En todos los casos los bordes de ese mar son ambiguos, no está claro cuáles son las dos orillas ni quiénes las habitan; lo que se explicita en cambio, es la distancia que los mensajes y las cartas no pueden salvar. La distancia es en sí misma ambigua porque se despliega en el tiempo y en el espacio. Ambas figuraciones de la lejanía insisten en cada texto consteladas por esos objetos también de naturaleza ambigua: los mensajes y las cartas. El mar es la enorme distancia, la incalculable lejanía de la otra orilla; ante esa inmensidad las cartas oponen su fragilidad y la presencia afantasmada de quienes las envían: los remitentes son “voces” y “sombras”. Los poemas exploran y se producen en esta potente dialéctica de la ausencia y la presencia, cuya falta la escritura no puede suturar: “aunque escribamos los versos más entrañables / estás lejos y yo sin raíces / y entre tanta piedra reverenciada sólo quedan huellas / y viento”.
Imágenes del desencuentro arrecian en otro poema del mismo libro. “Mensaje hueco”, “silencio sin historia”, “muda voz” parecen ser las imágenes que anudan la voz de quien habla en el poema y la voz persistente y repetida del mar (“la sílaba constante”) para no encontrar la palabra. La lejanía, el silencio, el insuficiente lenguaje poético, las “cartas de algunas sombras”, las viejas agendas, los fantasmas, todo va construyendo un escenario donde la palabra prolifera y al mismo tiempo es imposible. Los poemas de Bignozzi están literalmente saturados de referencias o de alusiones a la palabra (voces, poemas, cartas, versos, mensajes, diálogos, teléfonos, signos, frases) y cada alusión a la palabra está atravesada por el silencio, por la imposibilidad, inficionada de lejanía: “una poesía en realidad para ser un animal herido entre la gente”.
En los poemas de Bignozzi las preguntas insisten sin resolverse, la ambigüedad se afirma sin concesiones, el tiempo y el espacio se desgarran y en ese desgarramiento el sujeto (“juana, fascinada, casi impresionada por ese juego”) escribe.
11 de septiembre, 2019