Plagado de zombies, fantasmas, ectoplasmas, niñas de imaginación vivaz, seres góticos, indigentes, y ciudadanos y esclavos de una sociedad apocalíptica, el mundo de Giovanna Rivero (Montero, Bolivia, 1972) se tensa entre el pasado mitológico (de las fábulas, los cuentos maravillosos y la cultura precolombina) y el futuro (distópico) de la ciencia ficción. Este entrecruzamiento postula un mundo en tinieblas, materializado en un cuerpo social que debe ser inmunizado ante los peligros de la diferencia ideológico-cultural. La mayoría de las protagonistas que reúne Para comerte mejor (2015; inédito en la Argentina hasta la edición de Final Abierto, 2018) vive en conflicto permanente con un mundo hostil, pantagruélico, fisiologizado, que olfatea, hiede, devora, eructa; un “intestino infinito y voraz”, eso es, para el vampiro de “Yucu”, el universo.
Silvia, la narradora zombie del primer cuento del libro, “De tu misma especie”, se muestra incapaz de abordar el intricado manuscrito de su novio suicida, habituada como maestra jardinera a “las fábulas, esos dramas pequeños y de final nítido, justo cuando los animales toman decisiones absolutas que recuperan el orden natural del mundo”. Rivero propone el inverso de esa concepción de relato maravilloso: en Para comerte mejor antes que nítidos, los finales –coincidiendo con la editorial– son más bien opacos, más bien abiertos; los animales, lejos de su transparencia y amistad hacia el hombre y la mujer, resultan un cuerpo ininteligible, misterioso, violento; y el orden natural de las cosas, una amenaza insaciable y eterna; “una navaja lúbrica”, eso es, para la paranoica madre de “El bosque”, el mundo.
En “La piedra y la flauta” los indigentes enfermos que viven en los “úteros” de las alcantarillas y subsuelos de Bolivia son liderados por el flautista, una suerte de profeta que ha sabido inspirar la dignidad de los desposeídos, cuya toma de conciencia “está afectando la psiquis del cuerpo social”. En la leyenda transcrita por los hermanos Grimm, el flautista es requerido para desinfectar la ciudad de Hamelín de una peste de ratas; en la reescritura de Rivero, los marginales (cuyo putrefacto ambiente causa “la halitosis de la ciudad”) son los que contagian (y fascinan), con su excepcionalidad execrable, a la narradora, ciudadana de la superficie.
En “Humo” se entrevé la función que en semejante mundo puede tener la literatura folclórica, o de hadas. Una mujer rememora su vida a los ocho años y el duelo por la muerte de su abuela. Durante el velatorio, Piri, el criado (imaginario o no) de la abuela, reaparece luego de haberse hecho “humo” (tal vez engullido por los pozos de petróleo de los campos del interior del pueblo que “a veces –fantasea la narradora– se tragaban de un bocado a las personas, como el infierno”). En su ausencia, Piri se ha convertido en un “cuentacuentos”, oficio incómodo e inverosímil en un mundo que gira sobre una animalesca mismidad inalterable: “sudar, copular, comer”, en palabras de la abuela. La narradora le pide al criado una muestra de su talento: “Esta era una niña a la que su abuela le había tejido una hermosa caperuza de lana roja capaz de protegerla de todos los peligros del mundo”. El sollozo de la narradora interrumpe el relato de Piri. Pero el juego (literario, dramático) que el criado le propone a continuación la devuelve al lugar seguro de toda fábula moralizante: “–¿Por qué tenés esa lengua tan jugosa? (…) –Para comerte mejor, reí yo, sorprendida de que la felicidad asomara, inmaculada y llena de pudor, en medio de esa tarde tan amarga”.
Ilustración de Juan Carlos Comperatore
Consolarse y protegerse con esta narrativa evasiva –de finales nítidos, de intenciones transparentes– es la función cardinal que cobra la literatura al menos en el orgánico y palpable universo de Rivero; por otra parte, el que habita Rivero como autora boliviana radicada en Estados Unidos, parece, hace tiempo ya, no tener cabida para la escritura de mundos con seres cristalinos e ideas de una belleza de corte platónico. En todo caso, tiene cabida –hace tiempo ya– para reconsiderar los imaginarios y la ideología que subyacen a esas historias y personajes; para repensarlos a la luz (de la razón instrumental) del pasado o del presente históricos. Así, en Oscuro bosque oscuro (2009), Jorge Volpi intuía que los bosques maravillosos –el de Hansel y Gretel, el de Caperucita y el de tantos relatos folclóricos– eran, en cierta manera, los mismos bosques polacos en los que el ejército nazi ejecutó niños, niñas y adultos judíos. Así, en “El bosque” (antepenúltimo cuento de la edición argentina), Rivero reconfigura dicho espacio como el lugar en el que una madre sobreprotectora, atravesada por el discurso religioso y machista, puede por fin descansar de su paranoia materna: solo muerta (asesinada por la progenitora, metamorfoseada en árbol) podrá la hija tener cobijo y reparo de la violencia del mundo y de su propia familia; del miedo, en definitiva, de los otros.
Pero no sólo el vínculo entre los individuos o entre las clases sociales ha estallado o se ha corrompido. La relación de los seres humanos con los animales –cuyas justas y diáfanas elecciones en las fábulas maravillosas figuraban una justicia inapelable– se ha trastocado definitivamente. En “Yerka” la amigable perra de la narradora termina por comerse a sus propias crías y por darle un sorpresivo y furioso tarascón al rostro de una vecina colaboracionista con la dictadura del militar boliviano García Mesa. Ese shakespeariano desbarajuste del orden animal, repercusión de la crisis político-institucional del país, refleja indirectamente la sombría transición de un mundo (aparentemente) domesticado, familiar e inteligible a uno tenebroso, oscuro e insondable.
Para comerte mejor propone un modo de ver el mundo conocido desde el pensamiento mágico de la cultura precolombina, lo sobrenatural de los relatos folclórico-maravillosos, el futurismo desolador de la ciencia ficción, y lo siniestro y lo monstruoso del género gótico. Es posible, sin embargo, que lo terrorífico y lo escandaloso no sean los únicos efectos de lectura; un dejo o una pátina de tristeza deambula, como un mendigo perenne bajo los soles abrasadores y el aire pestilente, por los pueblos y los escombros urbanos, incoloros, de muchos de estos textos. Tristeza, porque lo que alguna vez fue (o se creía que era) un mundo pacífico, comprensible, de jerarquías claras –ficcionalizado en la alegórica y moralizante literatura de hadas– se ha transformado en una criatura viviente y famélica, especie de Lobo planetario que, insaciable, extermina y devora ciegamente lo que encuentra a su paso. Ya no se trataría, entonces, de salvar al mundo, sino de distinguir (y aceptar) sus fauces genocidas para evitar ser fagocitado por él. La narradora de “Yerka”, descorazonada por ser incapaz de descifrar el cambio en la naturaleza de su perra, incomprensiblemente violenta y dañina, confiesa: “Es, pues, jodidamente triste tenerle miedo a alguien que has amado mucho. De todas las cosas de este mundo, juro que esa es la más triste”. Desilusión que conlleva una de mayor escala: el lamento por un mundo ya no de hadas, sino de “hadas malditas”, lleno de ruido y furia, que significa pura voracidad, pura destrucción.
13 de marzo, 2019
Para comerte mejor
Giovanna Rivero
Ed. Final abierto, 2018
148 págs.