Borges es materia de estudio constante e interminable, es exégesis infinita. Como su escritura que, según sus propias palabras, nunca es definitiva porque son los lectores quienes terminan de completarla.
Dicho esto a manera de introito ─no de presentación, ya que su talla no la necesita─, El método Borges de Daniel Balderston (Boston, 1952), traducción del original How Borges wrote (University of Virginia Press, 2018), es una buena demostración no ya de la excelencia de todo lo que ha escrito sino, en particular, de cómo lo ha escrito y de la tela que su obra sigue dando para cortar.
Balderston va a la esencia de su método creativo. Lo examina con una minucia digna de un proceso de laboratorio, de una disección. El ensayo es un estudio genético de su proceso escritural; llega al fondo, al hueso y desnuda cómo lo estructuraba. Según afirma en su introducción, no solo analiza cómo escribía Borges sino, también, cómo leía.
El autor, catedrático de literatura hispánica en la Universidad de Pittsburgh y director del Borges Center, ha invertido cuatro décadas en detectar, primero, y analizar, después, los apuntes, las notas, los cuadernos, las copias y los dactiloescritos que ha dejado el escritor y que se encuentran desparramados por el mundo. Balderston pudo acceder a más de ciento ochenta de sus manuscritos diseminados en colecciones de universidades extranjeras y en muchas privadas localizadas en distintos países. Entre otras herramientas hermenéuticas, se detiene en los marginalia (notes in the margin of a book, manuscript, or letter, según el Collins English Dictionary). Así, indica Balderston, Borges utilizaba los márgenes izquierdos de sus escritos para mencionar las numerosas fuentes consultadas. En ese sentido, ha puesto especial atención en las profusas y exquisitas lecturas de Borges, a las que dedica el primer capítulo de su obra.
Asimismo, contraponiendo los casos de Émile Zola y de José Donoso, entre otros, el autor señala que Borges no planificaba lo que iba a escribir. No hacía esquemas ni planes de trabajo: “sus obras toman forma a medida que escribe, y avanza laboriosamente de línea en línea en sus cuadernos hasta quedar satisfecho; luego, y solo luego, hace una copia en limpio, legible para él y para sus mecanógrafos o editores”.
Borges revisaba sus manuscritos una y otra vez, incansablemente. El caso más célebre, cita Balderston, es el de Fervor de Buenos Aires, su primer libro que, luego de publicado en 1923, fue objeto de varias reescrituras; pero ese no fue el único dado que con bastante frecuencia encaró el proceso de reescritura de otras de sus obras. Afirma que Borges nunca consideraba terminados sus textos y que hasta llegó a decir que “leer es siempre una actividad posterior a la de escribir, más resignada, más civil, más intelectual”. Continúa diciendo que, para Borges, sus textos nunca estaban terminados porque los deben completar las “generaciones de lectores”.
Caligrafía diminuta ─la mayoría de las veces en letra de imprenta, aunque variable─, utilización de símbolos geométricos ─triángulos, cuadrados y círculos para indicar inserciones escritas en los márgenes de sus páginas─, reescritura obsesiva, precisión matemática son los atributos más llamativos de Ficciones y de El Aleph. Cambios de nombre frecuentes en sus personajes, y un profundo interés en la interacción entre la lógica y el azar en el mundo social, son algunas de las tantas cuestiones en las que Balderston se detiene y procede a analizar con una lupa: las teje y desteje, las desarma y recompone, un verdadero trabajo de científico y orfebre a la vez.
Mención aparte merecen las páginas que le dedica a “El Aleph”. Destaca que en ese cuento hay cuatrocientas treinta palabras en una sola frase; o una sola frase de cuatrocientas treinta palabras. No al azar, no cualquier palabra ni cualquier combinación de palabras. Cuatrocientos treinta palabras, y treinta y siete repeticiones del verbo “ver” en primera persona del singular. “En esa oración está todo: la matemática, la historia, la geografía, las enciclopedias, la literatura..., el sexo, la muerte, él mismo, usted, yo: todo al mismo tiempo, simultáneamente, y sin embargo, sin yuxtaposición alguna”. Apunta que “Existen oraciones mucho más largas en la historia de la literatura ─basta pensar en Joyce, en García Márquez, en Proust, en Faulkner─, pero la de Borges tiene una complejidad extraordinaria. Es notable por su densidad: en cuatrocientas treinta palabras se dispara vertiginosamente en todas las direcciones desde un centro estático: “vi”... Si bien este “sistema” de enumeración parece aceptar el caos, logra expresar la totalidad del mundo de un modo distinto... “Resulta significativo que un escritor que alcanzó la celebridad internacional luego de haber perdido la vista, y que escribió numerosos textos sobre la ceguera, describa tan magníficamente cosas vistas. “Vi..., vi..., vi...”: el sujeto que ve está todavía sumido en la oscuridad, mientras se le revela el espectáculo del mundo”, remata.
En una entrevista que en el año 1976 brindó a Joaquín Soler Serrano para la televisión española, Jorge Luis Borges, dijo “Soy desagradablemente sentimental... cuando escribo trato de tener cierto pudor... Escribo por medio de símbolos, nunca me confieso directamente”(sic). Me permito agregar que el pudor de Borges era el pudor de la excelencia, el de la ilustración, el pudor del Maestro.
El autor aprovecha el meticuloso examen de la obra del gran escritor para intercalar anécdotas que no hacen al análisis de su escritura pero que, además de resultar harto interesantes, sacan al lector un poco de la marcada tecnicidad del libro, oxigenan su lectura. Así, solo por mencionar alguna, recuerda que como era tímido y no le gustaba hablar en público, siempre se valía de notas hasta que quedó ciego y no le quedó otra alternativa que prescindir de ellas, pero, como ya no veía a lo oyentes, le resultaba más fácil hablar delante de un auditorio.
El material reunido y compulsado a lo largo de décadas ha sido estudiado milimétricamente por Balderston en busca de algo más, de un plus, porque, más allá de las miles y miles de páginas que ya se han escrito sobre Borges, como bien nos dice el autor, “Sus manuscritos nos dicen algo nuevo, siempre”.
Es un ensayo minucioso ─tal vez demasiado para un lector desprevenido que no se interese particularmente en los procesos escriturales─ - que se apoya e ilustra en innumerables fotos/facsímiles de escritos de puño y letra de Borges.
Para cerrar, también, con palabras de Borges, citadas por Balderston, valga una frase que define su profunda creencia: “no puede haber sino borradores. El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio”.
23 de febrero, 2022
El método Borges
Daniel Balderston
Traducción de Ernesto Montequin
Ampersand, 2021
350 págs.