Hay dos palabras que parecen organizar este nuevo libro de Fabián Iriarte. Son palabras que pueden funcionar como categorías, pero se desplazan desde la filosofía y cuando ingresan se transforman en la zona operativa o el mecanismo necesario para que eso que llamamos poema, acontezca. Las palabras son método y discurso, y de lo que se trata es de llevarlas al campo de sus posibilidades, modificar su terreno y sus combinaciones, pero aún mejor, dejarlas trabajar allí donde puedan mixturarse, disputar sus posiciones o invertirlas. El método del discurso –que refleja del derecho, como una regla, y del revés, como un sueño, el Discurso del método de René Descartes– se produce, en verdad, cuando esas palabras se fusionan y generan el verbo matriz de estos poemas, que es discurrir.
¿Qué tenemos, entonces, en estos poemas presentados como discursos? En principio, un enunciado que está allí y pronuncia su posición, que es la razón filosófica, sus palabras, propósitos y personajes; y una fuerza que lo interviene, confluye y lo intercepta, es el territorio y le disputa el territorio, que es la razón del poema. Por eso se trata del discurrir, que tiene en la poesía una forma clásica, la silva, que permite entre otras posibilidades la argumentación y la extensión. El texto de Iriarte no es una silva, pero se trata de un solo discurso, una sola forma que se despliega y le permite llegar adonde quiere llegar. Se trata de la razón del poema absorbiendo instrumentos de la razón filosófica para revertirlos o darles otro cauce y otro curso.
Si lo que rige es el método del discurso, el lenguaje es uno de los temas. Pero aquí el lenguaje importa en su movimiento, en la inquietud que provoca eso que está siempre en desplazamiento, que cada vez que se produce lo hace allí donde ya está diciendo otra cosa, y llamamos sentido. La preocupación y el recurso de estos poemas es un sistema de transformaciones y errancias, una forma de diferir, y es así porque si el tema es el lenguaje, rápidamente esa posición, sin retirarse, deja ver que aquí un tema es la materia simbólica que nos amalgama y el otro es el sujeto. Entonces, en esa tensión entre las dos razones, la razón del poema es aquella que puede dar cuenta de ese excedente, de esa forma excesiva, y hacer girar y tensionar o poner en otra serie a la razón filosófica.
El método del discurso dice, en ese juego de piezas, que el problema aquí no es el método sino el discurso, o mejor, que lo que aquí va a hablar no es el método, porque no es un discurso del método, sino el discurso y sus mecanismos. ¿Qué es el método, sino un camino para llegar a un resultado, un camino y un propósito, y qué es el discurso, sino ese discurrir de la lengua, su movimiento, pero también su dispositivo institucional? Aquí la pregunta por el método del discurso, por el camino y la vía del discurso, es una pregunta por la vía regia del sujeto, y todo lo que va a estar en exploración va a remitir a ese núcleo, que es un núcleo de acumulación y condensación de saberes. El sujeto es el que sabe y el que no sabe, y el poema, el discurrir del poema, es la fuerza que viene a dar cuenta de ese movimiento perpetuo.
Esa dinámica del poema y el discurrir va a tener un Virgilio, una fuerza conductora, ordenadora, que discierne ese movimiento, y el texto de Iriarte la organiza con las Reglas para la dirección del espíritu, de Descartes. Es el texto que escande el discurrir, lo orienta y lo tensiona, porque le da un cauce, pero al mismo tiempo muestra que ese cauce puede tributar sólo en el campo de las ilusiones. Cuando abre su discurrir lo hace con la Regla V, que presenta la necesidad de un método, un orden y una disposición para proceder a una graduación de las proposiciones simples a las complejas y acceder al conocimiento y a alguna forma de la verdad. Allí estamos ahora: en el discernimiento y en el sistema gradual del conocimiento, en la necesidad de proceder por escalas. Esta matriz de puja por el acceso al conocimiento y el relato de su fracaso es uno de los ejes de la gran silva latinoamericana, El Sueño, de sor Juana Inés de la Cruz.
Pero el lenguaje, aquí, es el vector que permite discurrir, moverse, trasladarse entre paradigmas, saberes, espacios y fronteras simbólicas, y el poema, el género, es el territorio. Por eso estos poemas organizan un pequeño tratado sobre el movimiento, que toma dos posiciones: es el movimiento de la lengua y entonces se trata de un desplazamiento constante, un deslizamiento que divide la referencia, los sentidos y hace regir sus posibilidades; y es el movimiento del sujeto, el modo en que se posiciona la forma que estos textos tienen de decir yo y provocar una disrupción que lleva toda esa constelación a otro campo. Son dos formas puestas en circulación que cuando se interceptan producen eso que llamamos poema y el poema, aquí, es un modo de absorción y uso de los saberes para dejar que rijan, y mientras rigen, cambiarlos de posición. Es la regla del espíritu de estos textos: la posición del sujeto y del poema se homologan y funcionan como un campo de absorción que le imprime su dirección, la dirección de su espíritu, a los saberes.
¿Hasta dónde nos lleva el lenguaje? Es probable que a una ilusión de infinito, al encadenamiento incesante, a la referencia y su vaciamiento, al régimen arbitrario de las palabras y las cosas, pero nunca más allá del sujeto. Vamos a estar allí: entre las reglas de la dirección del espíritu y sus palabras, y las reglas del sentido y el sujeto; entre dos lógicas que producen un intersticio donde acontece el poema. El texto de Iriarte busca sus linajes en las formas clásicas, en la filosofía y sus usos, y trae a su escena a Descartes, a Virgilio, a Borges, pero parece sedimentar una posibilidad: que el poema sea el campo de absorción, resolución y transformación de saberes, una fuerza en expansión o retracción, pero siempre en movimiento. El movimiento de las formas del discurrir.
21 de septiembre de 2022
El método del discurso
Fabián O. Iriarte
Tren Instantáneo, 2022
64 págs.