Un imponente volumen autobiográfico, una intensa y pletórica memoria que trasciende al hombre, al “yo” que recuerda y que escribe para abarcar, en ese desborde, en ese salirse de sí mismo, una geografía ─la de Europa─ y más de medio siglo ─de 1881 a 1940─ signados por implacables transformaciones. En otras palabras, El mundo de ayer es, entre los otros más gratos itinerarios que ofrece a los lectores, un libro en el que cualquier reseñista se enfrenta resignado a un ejercicio de síntesis deficiente sino imposible; a la injusta pretensión de captar la “esencia” de 550 exquisitas páginas en poco más de mil palabras.
Entonces, podría comenzar diciendo que esta edición de Libros del Zorzal (Buenos Aires, 2021), con traducción de Marcelo G. Burello y con una completa guía de notas al pie, resulta una oportuna invitación a conocer de primera mano a un escritor fundamental, en coincidencia con las nuevas ediciones que se están publicando de su obra narrativa y que, a la luz de esta “autobiografía”, nos permiten componer una imagen del hombre que las escribió y del contexto en el cual desarrolló su trabajo.
Para continuar, tendría que insistir en la obviedad de que quien escribe El mundo de ayer es Stefan Zweig y que emprende esta tarea en las postrimerías del final voluntario de su vida. Es decir, que el “yo” que vuelve la mirada hacia el pasado y lo convierte en relato es un peso pesado de la literatura. Admirado, consagrado, respetado por sus pares y por los lectores de todo el mundo, pero que se encuentra conmocionado y conmovido, en ese presente de la enunciación, por los acontecimientos que desgarran a Europa. Que se encuentra lejos de su país, exiliado y sin patria, perseguido y prohibido por el régimen nazi; que ha visto “derrumbarse tres veces su casa y su existencia” y que en el acto de recordar y de narrar está intentando encontrarle un sentido a su existencia y a su tiempo. Que es un cosmopolita y un políglota, un humanista que aborrece la guerra y milita por “la unidad espiritual de Europa”, un idealista, en resumen, un hombre de otro tiempo, un ciudadano del “mundo de ayer” que, expulsado de él, padece ese “hoy” signado por la summa de todos los horrores y que intenta explicarnos y explicarse cómo la humanidad pudo llegar a ese nefasto presente en el que él pasa revista a lo vivido... y escribe.
Con estas precauciones, podríamos franquear la puerta de entrada al texto. Ordenada cronológicamente, esta autobiografía, o memoria, o arborescente narración de Zweig, se asienta en la convicción de que la vida de un hombre está condicionada por la Historia, es decir, que los acontecimientos de carácter público influyen y afectan el devenir de cada individuo, colaborando en la consumación de su inevitable destino. De esta manera, asistimos a la exposición de un vasto friso, de un inmenso mural en el que la figura de Zweig se multiplica ─de niño, de joven y de adulto─, rodeado de un sinfín de personajes, sobre los cambiantes fondos de las diversas coyunturas que fue atravesando. Entonces, podremos ver y leer cómo se entrecruzan sus experiencias con los valores del Imperio Austrohúngaro, con la lógica de las instituciones y la mentalidad de las distintas épocas, con sus reflexiones sociológicas, con las deliciosas anécdotas que vivió en las ciudades que fue recorriendo y con las egregias amistades que fue cultivando.
Entiendo que ejemplificar con un par de capítulos sería esclarecedor. En el comienzo, en “Eros matutinus”,Zweig describe el silencio negador de la escuela y la familia y la rígida persecución de la sexualidad que impera a finales del siglo XIX, sus efectos sobre los jóvenes ─obligados a satisfacer sus impulsos “de manera discreta”─ y sobre una sociedad hipócrita que, al reprimir algo natural e inevitable, consigue como efecto colateral exaltar aquello que inútilmente busca borrar. Lógicamente, las mujeres acaban siendo las más perjudicadas. Las de “buena sociedad”, porque educadas para mantenerse ocupadas e ignorantes a la vez, están, “...curiosas y pudorosas, inseguras e inútiles, destinadas de antemano... a dejarse formar y llevar abúlicamente por el marido en el matrimonio”. Por el otro lado, en el reverso, las mujeres que forman parte del “ejército de la prostitución” explotadas y humilladas, condenadas a atender las necesidades sexuales que la sociedad censura. Esa doble moral, para Zweig, se convierte en la faceta más oscura de aquel idílico “mundo de ayer”.
Al promediar el libro, en “Luces y sombras sobre Europa”, Zweig nos explica cómo el bienestar económico y el progreso técnico y científico ocultan la lenta preparación de la Gran Guerra, el tiro de gracia que aniquila al “mundo de ayer”. Nos refiere la incredulidad general, después de medio siglo “de paz”, respecto a una posible conflagración que involucrara a todo el continente. Y sin embargo, el veneno de la retórica nacionalista, la romantización de la guerra y los discursos del resentimiento, que convertían a los pueblos vecinos en enemigos, lograron su cometido y convirtieron a esa contienda en “la guerra de una generación desinformada, y la inagotable credulidad de los pueblos en la sola justicia de su propia causa era el peligro más grande”. De nada, o de muy poco, sirven los esfuerzos de los escritores e intelectuales que no se dejaron arrastrar por la fiebre patriótica y belicista para apagar las llamas de odio que abrasan Europa. Como una defensa moral, Zweig se permite relatar cómo él, junto a otros “hombres de sentimientos propiamente humanos”, con proclamas y artículos en los diarios y periódicos, pretendieron despabilar las consciencias alienadas por las efectivas prédicas de los promotores de la guerra.
La tentación a desmenuzar uno por uno los capítulos es irresistible, porque cada uno de ellos contiene pasajes que emocionan, que divierten, que asombran o que nos informan y enseñan sobre temas que desconocíamos. Ya sea que nos cuente algo acerca de los cambios del mundo de finales del siglo XIX al periodo de entreguerras, o que profundice sus vínculos con el teatro revelando la tragicómica maldición novelesca que sus obras provocan en los actores que pretenden interpretar los papeles principales, o que asocie su afán coleccionista de manuscritos autógrafos de artistas célebres (Goethe, Beethoven, Mozart) con el deseo de descubrir en ellos el misterio de la creación artística, el instante en que la inspiración engendra una obra maestra; cada página es de una riqueza y una agilidad increíbles.
En 1921, al celebrarse el sexto centenario de Dante Alighieri, Zweig comparó la Divina Comedia con una “pétrea catedral gótica” que se reverencia “desde un abismo hacia su altura inasequible e incomprensible”. Tal vez no sea excesivo transpolar este juicio y sugerir que su “mundo de ayer” se asemeja, en parte, al palacio de Schönbrunn, símbolo del imperio desaparecido, con su inmensidad jardines y ventanas inasequibles e incomprensibles. Que Zweig escribiera también sobre Dante y la Commedia, y al relacionarlos con El mundo de ayer, es inevitable detenerse en las coincidencias y similitudes que se nos presentan.
Aunque en 1921 no lo sabía, Zweig compartió con Dante la calamidad del destierro y del exilio. Además, si el florentino pobló su perfecta arquitectura tripartita de almas castigadas ─ya sea temporal o eternamente─ y por la bondad divina bendecidas; el austríaco representó, en su vasta geografía compuesta de ciudades y de años, a los intelectuales y artistas, a los políticos y a los líderes que construyeron el efímero paraíso y el extenso infierno de ese “mundo de ayer”. Y en lugar de sufriendo tormentos o contemplando la gracias celestial, los recreó a cada uno imbuido en el humano hacer que fue su actividad característica, haciendo aquello en lo cual se destacó y lo hizo entrar en la Historia y en el relato de Zweig. Así como Dante, recorriendo los círculos, las cornisas y los cielos, conversó con las sombras de Paolo Malatesta, de Francesca da Rimini, de Pia de' Tolomei, de Belacqua, de Estacio y enfrentó las proyecciones de los mitos; Zweig, en Paris, en Berlin, en Salzburgo y en la remota India, se encuentra y se relaciona con Roman Rolland, Rainer Maria Rilke, Richard Strauss, Auguste Rodin, Edmond Rostand, Máximo Gorki y la lista es tan extensa como el apéndice onomástico que incluye al final de cada edición de la Divina Comedia. Porque, de alguna manera, Zweig convivió y trabó amistad con los grandes hombres de su tiempo, disfrutando del genio de los mejores, a la vez que sufriendo las consecuencias de las perversas acciones de los peores de ellos. Y, precisamente, tras dejar atrás el paraíso perdido del “mundo de ayer”, en una obligada inversión de la obra de Dante, Zweig llega al infierno del nazismo cuyo vértice fatal, su último círculo, está ocupado por Hitler, émulo indiscutible de Lucifero.
De esta manera, al finalizar la lectura, más que la nostalgia se impone la desesperación y el lamento viril de un hombre extraordinario que ha perdido la fe en la humanidad. Que mira el futuro y no vislumbra ni un rayo de luz que le dé esperanzas y desciende, ya no el personaje, sino él mismo, Stefan Zweig, al destino común que nos iguala a todos.
10 de noviembre, 2021
El mundo de ayer
Stefan Zweig
Traducción de Marcelo G. Burello
Libros del Zorzal, 2021
560 págs.