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El muñeco

José Retik


Pablo Farrés


A la manera de Laiseca o de Jarry con su Ubú Rey, las dos primeras novelas de José Retik apuntan a los desvaríos del poder como si a este le fuere intrínseco un tipo de disparate que conjuga el horror y la risa (el horroreír de Leónidas Lamborghini).

En Los Extraestatales, la parafernalia simbólica-ideológica (el “dogmar=domar” de Leónidas otra vez) remite al nazismo y al positivismo argentino para sostener la noción de raza como criterio diferencial. En Cine líquido, la Propaganda del poder parece abandonar toda referencia y contenido –ya no necesita de la raza, la libertad ni ningún universal que venga a justificar o darle derecho a un sometimiento de hecho. En su infinita remisión a sí misma se vuelve pura Propaganda –una propaganda de la propaganda. Así impone obediencia sin definir finalidad, sin que se nos informe en relación a qué debemos obedecer. Por eso, seduce y fascina, porque, justamente, no dice nada. Es el colmo del poder político que no tiene que publicitar más que su propia publicidad, su propio vacío: he ahí su desvarío, su secreto.

Ahora se acaba de publicar su tercera novela, El muñeco, y con ella aparece la contrapartida del poder: la subjetivación o la pregunta acerca de qué queda del hombre ante el sinsentido general del que él mismo forma parte como su producto más acabado. Pero la pregunta no remite sólo a lo que resta del hombre sino también a lo que el hombre puede en cuanto resto.

Diría entonces que esta cuestión se define en relación a tres dispositivos distintos: el muñeco, la cibernética, la narración. Los tres remiten a un artificio y con ello a la imposibilidad de establecer una naturaleza, un fundamento. Pura ortopedia, desvío y desvarío: “La invención presta el ser a lo que no lo tenía”, reza la cita de Henry Bergson que abre el texto.

Al comienzo, un hombre –el narrador– que sufre una depresión galopante y la incorrecta “alineación de las articulaciones del brazo” usa su férula como títere y única compañía. Pronto conocerá a un maestro que lo iniciará en el arte de la ventriloquía y le fabricará un muñeco-ventrílocuo idéntico al narrador. ¿Cuál es el arte de la ventriloquía? Llegar al punto de escuchar la voz del muñeco, es decir, que la voz que habla no sea la del ventrílocuo sino la del muñeco: “No son voces, es una sola voz, la del muñeco. De hecho, soy yo quien habla por él. O él habla a través mío. Vaya uno a saber cómo se da realmente el ida y vuelta”. En todo caso, uno o el otro, ya no se sabe quién habla. A sus entreveros como promisorio ventrílocuo se le suma una propuesta de una amiga investigadora en el campo de la cibernética. La de transferir la memoria del narrador e insertarla en el cráneo del muñeco, de tal modo que este no sólo se apropie de su pasado sino también de su vida psíquica. Desde entonces el muñeco será dueño y señor de las palabras y los pensamientos del ventrílocuo que sólo se limitará a mover la boca para que el muñeco hable a través suyo. 

La muñequidad del ventrílocuo y la inteligencia artificial del muñeco remiten a dos dimensiones de un mismo continuo. El primero lleva marcado los nombres de Ligotti, Bruno Schulz, Tadeusz Kantor. El segundo el de Philip Dick. En los dos artificios asoma el horror, porque en verdad son artificios que vienen a revelar que el verdadero artificio ya era, desde siempre, el ser humano –mero artefacto, copia sin original, sin fuente ni origen–. Y si lo que se devela es justamente el artificio de lo humano entonces el horror no puede sino transformarse en risa (una risa nietzscheana). Desde ese entramado está escrito el texto, desde ese umbral raro donde el horror se transmuta en risa.

Entonces es una cuestión de velocidades: la primera parte remite al tiempo pasado de los autómatas y los muñecos-ventrílocuos, una estética del expresionismo gótico que impone sus tiempos y sus tramas. Cuando se da el salto a la inteligencia artificial, cambia el foco hacia el futuro y eso mismo produce la aceleración del completo desvarío. Pero, pasado y futuro no son separables. Los muñecos y los autómatas prefiguran la inteligencia artificial y el mismo jaque mate antropológico. Y a la vez, en la inteligencia artificial hay una reminiscencia a la muñequidad y a los viejos autómatas. Por eso mismo, la novela de Retik funciona a la vez como homenaje y proyección.

En la deriva de las dos corrientes surge y resplandece el tercer artefacto: la narración. Muñequidad, cyborgs y escritura: tres umbrales en el que hombre se encuentra con su propio Afuera. Es en la escritura donde todo se acelera hasta hacer de la contingencia un absoluto. Es en la narración donde muñecos, cyborgs y hombres, son arrastrados hacia una fuga en la que sólo sobrevive la libertad de la invención.

Esa que le da ser a lo que no lo tiene. Porque entre tanto “horroreír” lo que El muñeco viene a poner en juego es la pregunta por el ser del hombre y el ser en general cuando la historia, “madre de la verdad”, se ha vuelto tan loca como para parir los muñecos dementes y los cyborgs payasos que hoy detentan el poder y la propaganda.

8 de mayo, 2024

El muñeco.jpg El muñeco
José Retik
Borde perdido, 2024
94 págs.

Crédito de fotografía: Diana B. Hoffmann


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