En estos tiempos de reivindicaciones, los rescates se han vuelto una forma singular de lo nuevo. Poco importa si la invisibilización originaria fue el acto estratégico de una policía cultural o la deriva de maneras de entender el arte que ya quedaron en desuso: la reaparición es un debut y ahora ese libro maldito o ninguneado está presente. Todos ganan, si se lo piensa bien. La obra recuperada goza de una segunda oportunidad, la memoria de su creador o creadora se renueva y la época actual se hace con la cucarda tácita de poner en primer plano a un autor que el pasado eligió o no pudo evitar marginar. El presente se autobeatifica y da combustible a las lecturas que motivan los debates del momento. Que en el proceso sean relegados artistas de hoy susceptibles de ser enaltecidos en el futuro es una discusión para otro día.
Tras haber sido objeto de reparaciones en su Bolivia natal, la escritura de María Virginia Estenssoro se juega una chance de lograr un reconocimiento extra con la publicación argentina de El occiso, libro de 1937 que contiene tres cuentos breves sobre amores prohibidos y muertos que repudian la despedida. Nacida en 1903, Estenssoro fue también poeta y periodista. Su primer matrimonio le brindó la posibilidad de una vida holgada y viajera a la que siguió una existencia acaso más rica en redacciones, aulas y bibliotecas. Hasta su fallecimiento, ocurrido en San Pablo en 1970, Estenssoro trabajó, mantuvo dos hijos e hizo literatura con eso. El occiso, su único libro publicado en vida, revolucionó a la sociedad paceña de su tiempo por la desenvoltura vanguardista con la que desnudó tabúes como la infidelidad y el aborto.
De los tres cuentos, el de título homónimo es por lejos el que mejor rechaza el encasillamiento. Escrito al modo de un poema largo, a razón de una frase por línea y motorizado por el pulso musical que aportan las enumeraciones y la insistencia en ciertas estructuras sintácticas, da cuenta del viaje hacia la nada que emprende un cuerpo. Por definición un occiso es quien muere con violencia, y aunque esa parte de la trama está velada al lector, sí es palpable la violencia del traspaso. En pasajes que recuerdan a los más oscuros de Henri Barbusse, hay gusanos que muerden y una putrefacción que no renuncia al éxtasis —“Y el grito del occiso al terminar fue como un grito de espasmo, una convulsión de placer. Fue como la postrera eyaculación”— para que al final broten la luz y la esperanza loca y remanida.
Los otros dos cuentos, “El cascote” y “El hijo que nunca fue”, avanzan por rieles más convencionales. En ellos se desbrozan temáticas a las que las autoras contemporáneas ya no tienen por qué rendir culto: el encierro doméstico, lo que se encubre mientras se cuida a los hijos, el torbellino interior de las amas de casa. Si estos dos cuentos tienen un mérito, además de la prosa a la vez limpia y enfática, es el equilibrio entre la culpa y la firmeza de la decisión tomada. Puede que las criaturas de Estenssoro sufran, pero al menos las elecciones fueron de ellas y de nadie más.
En la primera página, la autora declara: “Este libro es una crucifixión y un INRI”. La referencia a Jesucristo se completa con la dedicatoria de la página siguiente, donde se nombra al amante ido con quien Estenssoro compartió la cruz del adulterio. Prologado por Liliana Colanzi —que consagra su prefacio a denunciar la postergación de las autoras bolivianas más que a argumentar por qué deberían ser leídas hoy—, el libro también es una invitación. En años recientes los herederos de Estenssoro han publicado varios tomos con todas sus ficciones, poemas y crónicas. Habrá que hundirse en ellos, entonces, para confirmar lo mucho que El occiso anticipa mientras aguanta y lucha por su derecho a no desaparecer.
2 de febrero, 2022
El occiso
María Virginia Estenssoro
Ninguna Orilla, 2021
62 págs.