Mario Bellatin asume la escritura como una acción enigmática y, a través de sus textos, indaga ese misterio hasta dar con su centro vacío. De manera incesante, se pregunta qué es la escritura, con tal agudeza y tal insidia que acaba del otro lado, postulando como respuesta otra pregunta, insoslayable para cualquiera que escriba, pero que casi nadie aborda de manera tan radical: ¿qué no es la escritura? Esta pregunta, claro, se hace extensiva a la literatura y a sus componentes (obra, autor, personaje, argumento, género, etc.), a los que indefectiblemente Bellatin lleva a su límite de reversibilidad. Sus anomalías escriturales desnaturalizan y tornan superfluas las categorías y paradigmas que habitualmente se adoptan para normalizar lo literario. Un ejemplo reciente es la adopción de la escritura en verso, presente en El palacio y en otros dos artefactos literarios (¿poemas o novelitas?): El libro, la mola, el monstruo y Ojos flotantes, mojados, limpios. Curiosamente (o no tanto, tratándose de quien se trata), Bellatin eligió presentar en público esta novedad a través de tres pequeñas editoriales argentinas (Marciana, Club Hem y Borde perdido, respectivamente), que lanzaron esta suerte de tríptico involuntario de manera casi simultánea. En los tres casos, la distinción entre prosa y poesía es cuanto menos superflua. En un más allá de las distinciones genéricas, Bellatin sencillamente adopta la escritura en verso, considerando al verso como "prosa cortada". Su escritura persiste, y en líneas generales se atiene a su dinámica habitual, incorporando, eso sí, algunas modulaciones propiciadas por el nuevo dispositivo: enumeraciones, anáforas, encabalgamientos, etc.
En cuanto a El palacio, digamos en principio que se trata de una extensa alocución, que alguien, un sujeto que ha decidido no escribir más, le dirige a un antiguo camarada, un compañero de guerra junto a quien huyó de su país de origen y de quien se separó hace tiempo. En su incontinente perorata (el texto no es más que su emisión continua), refiere algunas circunstancias de su vida, a la vez que cuenta, como si las conociera de primera mano, algunas circunstancias de la vida de su interlocutor. De sí mismo relata su vínculo con un fámulo que lo ha abandonado; dice haber instalado en México un salón de belleza que funciona como moridero y donde habitualmente recala un filósofo que por las noches se trasviste, y cuenta que cuando era niño su madre solía llevarlo a unos baños públicos para que otras mujeres observaran el tamaño anormal de sus genitales. De su interlocutor, en tanto, señala que se ha convertido en un monje de bajo perfil en una mezquita, donde al parecer se encarga de acondicionar el centro de oración, asistido por un joven aprendiz por quien siente un apremiante deseo que intenta disimular.
Esta serie de motivos se complementa con varios otros, que se alternan para suscitar una trama inestable (provisoria y cambiante), que se resiste a coagular en un argumento. En su discurrir, el texto avanza mediante la irrupción intermitente de estos motivos, dando lugar a una narración atomizada, que se expande mediante repeticiones, variaciones, reconfiguraciones, desplazamientos y trasmutaciones.
Mario Bellatin por Juan Carlos Comperatore
Antes que un relato o un poema, este libro, entonces, es el estado provisorio de una serie de motivos, que en su gran mayoría proviene de otros textos de Bellatin. Aquí reaparecen el Poeta ciego, el Cuadernillo de las Cosas Difíciles de Explicar, la Underwood portátil modelo 1915, el cuerpo de un niño que mataba niños y los perros Puercoespín y Perezvón, entre otras figuraciones de su literatura modular. Desentendiéndose de las ideas de "originalidad" y "creación", Bellatin opera componiendo a partir elementos preexistentes (escenas, personajes, lugares, objetos, tópicos y situaciones recurrentes de sus propios libros), a los que manipula, generándoles pequeñas variaciones y ensamblándolos en distintos contextos, con el único propósito de verificar qué es lo que son capaces de producir. Los mismos elementos se recombinan para dar lugar a nuevas experiencias, promoviendo la indagación continua de posibilidades. En la proliferación de variaciones, la figura de autor se desdibuja, el sentido se abre y la idea de obra cae, dando lugar a la emergencia circunstancial del proceso.
En El palacio, radicalizando una apuesta de por sí radical, el procedimiento de escritura modular se intensifica. La reconfiguración de los motivos no sólo ocurre en relación a otros libros sino también al interior del propio texto. En las sucesivas reapariciones, los motivos se van modificando, al punto de llegar a negar lo afirmado. Promediando su monólogo, y luego de haber afirmado lo contrario, el narrador dice: "Sabes que no he habitado / nunca / en un conjunto de obras en construcción, / ni que tampoco he sido dueño / jamás / de un salón que recibe moribundos." Para mayor desconcierto, también ocurren repentinos enroques entre los protagonistas, que desestabilizan por completo la configuración de los personajes. Lo que el narrador refería como una circunstancia propia pasa de repente a ser parte de la vida de su camarada: "No puedo creer que hayan sido saturados / los orificios de tu cuerpo, / ni que ayudes a morir a desahuciados", dice. E incluso llega al colmo de postular la inexistencia de su interlocutor: "Si es cierto que no existes, / entonces el verdadero monje debo ser yo". En este punto se insinúa la posibilidad de que el narrador quizás se esté hablando a sí mismo. Es una posibilidad, aunque lo más atinado quizás sea postular que el que se habla a sí mismo es el propio texto, del mismo modo que toda la literatura de Bellatin dialoga consigo misma, en una dinámica siempre abierta y jugada a la indeterminación.
En su emisión continua hecha de discontinuidades, este curioso texto que se habla a sí mismo propone un intrincado ensamblaje densamente cargado de circunstancias. Sin embargo, no se trata de un texto barroco en lo más mínimo. Esto se debe a que Bellatin no trabaja la escritura como un proceso de acumulación sino de extracción. Saca mucho más de lo que pone, capitalizando el potencial de lo que persiste como ausencia. La gracia de su escritura, de hecho, depende en gran medida de sus vacíos y ausencias. Considerando el resultado, es como si partiera de un texto recargado y lo fuera destilando hasta quedarse con un esqueleto enigmático, sumamente sugestivo y de gran intensidad expresiva. Un claro ejemplo es El palacio, un artefacto airado, y su escritura en verso ("prosa cortada") contribuye a hacer visible todo ese espacio vacante (los silencios) que es una parte esencial de la poética de este autor.
Por su carácter esquivo y su dinámica mutante, esta novela pareciera ser la destilación de una novela inexistente (cuyo borrador son todos los textos de Mario Bellatin) que ha logrado lo imposible: materializar aquello que la escritura no es.
17 de marzo, 2021
El palacio
Mario Bellatin
Marciana, 2020
96 págs.