Pocas veces un lector se encuentra con la oportunidad de entregarse a la experiencia de leer un libro de un autor del que no sabe absolutamente nada y del que jamás ha escuchado hablar. Saturados como estamos de información, tapados de pendientes que se acumulan en estanterías y mesas de luz, los libros completamente ignotos son una anomalía a la que uno duda en entregarse. Pero cada libro llama al lector con su misterio particular y, a veces, quizás ociosamente, nos descubrimos cediendo, puerilmente, a la curiosidad que suscita acaso un título (El pasajero de la noche, por ejemplo), una tapa (la silueta desvanecida de un hombre sin rostro que fuma, acaso) o un nombre (Maurice Pons, que ya anuncia algo: Francia) que un pequeño libro que no alcanza las cien páginas nos ofrece.
Los paratextos en parte sofocan el vértigo, nos dan algo a lo que aferrarnos, no estamos ya tan perdidos: una nouvelle francesa; y en parte lo potencian: una silueta y la noche son siempre símbolos de lo desconocido. Quien prefiera saber más tiene siempre las contratapas, las solapas, los prólogos, pero siempre se puede ir, sin más, al texto y entregarse a la sorpresa de una frase: “Caía la noche. Rodábamos en silencio”. ¿Hace falta más para que un libro se le haga mundo a un lector?
El pasajero de la noche (Serapis, 2023) es él mismo, a su vez, un libro sobre el encuentro con lo desconocido y su misterio. Un escritor que narra en primera persona y de cuya historia no sabremos nada –excepto por fugaces recuerdos que lo asaltan de un amor perdido– se ve llevando en su auto a un extraño a través de Francia, sin ninguna motivación más que la de responder al pedido de una amiga en común. En un primer momento, antes que la conversación con su acompañante –que en lugar que curiosidad le causa, más bien, indiferencia–, lo que se narra es la conversación que mantiene con su auto.
El pasajero de la noche, lo iremos sabiendo, trata, oblicuamente, sobre Argelia y la guerra de la independencia, pero antes que eso es una novela del andar. El narrador es alguien fascinado por la conducción, la velocidad, la mecánica inescrutable del motor de ese auto que, en el despliegue de su discurso, cobra vida, tiene deseos, costumbres, mañas, preferencias. “A mí auto no le gusta circular despacio. Le da hipo. Y eso lo enerva” o “Es que mi auto está habituado a ir hacia el sur. Su instinto mecánico, y una pizca de esnobismo, supongo...”
Si durante las primeras partes de la novela, dividida en capítulos sin nombre ni numeración, la obsesión por el manejo y la velocidad ocupa casi todo el discurso de un narrador que prontamente se muestra como alguien más bien de pocas luces (hazaña narrativa: construir un narrador idiota para contar una historia cuyos alcances tocan las fibras más complejas de lo político no sólo en términos coyunturales –la novela fue publicada originalmente en 1960, en pleno conflicto argelino–), a medida que avanzan las páginas la pregunta acerca de quién es ese hombre que tiene a su lado va acrecentándose, lenta y sutilmente. El origen argelino del hombre es claro por su aspecto y la radio trasmite, fragmentariamente, noticias acerca de un atentado en la capital del país.
Casi todo el viaje transcurre de noche: las luces y la ruta hacen, en la voz del narrador, su coreografía vertiginosa que sólo se interrumpe en las paradas en bares y restaurantes, en los que la pregunta por la identidad del acompañante y por el bolso que lleva siempre pegado a sí asalta al narrador, que se sorprende a sí mismo, protegiendo al argelino ante las miradas de rechazo o ante la policía. La conversación del narrador con el auto pronto queda en el olvido y la motivación de ese viaje se torna indefinida, incluso para el propio narrador, que nunca llegará a comprender del todo lo que ha vivido esa noche ni por qué ha actuado como lo ha hecho.
Tal como lo anuncia Ariel Dilon, encargado de traducir la obra, en el prólogo, la politicidad del texto, aunque clara, no es inmediata y se construye de manera sutil, al punto de que fue capaz de sobrepasar la censura. Como sucede con toda buena literatura, el lector ingresó al texto compelido por su misterio, pero una vez finalizada la lectura no sólo no ha logrado aplacarlo sino que ve magnificada su potencia interrogativa.
26 de julio, 2023
El pasajero de la noche
Maurice Pons
Traducción y prólogo de Ariel Dilon
Serapis, 2023
82 págs.