Las ficciones de Stanislaw Lem no se cansan de inventariar las más desconcertantes fórmulas para el Contacto. Para usar una expresión de Pablo Capanna, hay algo metódicamente delirante en la precisión con que sus tramas marchan exagerada, ciegamente conscientes describiendo una espiral que renueva, a la vez, la certeza del silencio del cosmos como la incontenible necesidad de interrogarlo.
Antes que la “ventana de contacto” que abre el pasaje entre dos líneas evolutivas teóricamente susceptibles de comunicarse se desvanezca, la nave terráquea Eurídice se debate en las maniobras para llegar a Penta, un lejano planeta al que solo se puede acceder tras sortear el horizonte de sucesos de un agujero negro y a través del cual, como una síntesis de la expedición general, se cuela el Hermes, un transbordador más pequeño con la tripulación seleccionada para el encuentro. Todo ha sido pensado, medido, calculado y de alguna forma, hasta llevado a cabo, incluidas las fallas. Con tal esquema antepuesto, la ansiada comunicación con otra inteligencia tiene el imperativo de acontecer. De eso iría, someramente, el argumento de Fiasco, la última novela de Lem antes de volcarse definitivamente al ensayo. Pero antes, como si de sentar las bases de la premisa central se tratara, la primera parte del libro nos cuenta otra historia, la de las andanzas del joven piloto Parvis en la alucinada geografía de Titán, donde “la naturaleza sueña”. Montado en un autómata gigante, Parvis parte en busca del perdido comandante Pirx, se extravía en la espumosa región de criovolcanes y finalmente muere. Unos siglos más tarde, ya en camino hacia Penta tras recalar en Titán, los científicos de la nave Eurídice encuentran los restos de dos hombres y eligen resucitar solo a uno; estos hombres poseen características tan similares entre sí, que resulta imposible definir de cuál se trata. Ya orbitando sobre Penta con el resto de la tripulación, Parvis o Pirx, en suma, viaja hacia una segunda oportunidad.
El problema de la comunicación con otras inteligencias es un tema que Lem exploró extensamente en Summa Technologiae y en las novelas Edén, El Invencible y Solaris, un ciclo del que Fiasco sería su corolario. Buena parte de su espíritu escéptico se trasluce en las interminables polémicas con que los científicos a bordo rodean el enigma de Penta sin atinar a una respuesta válida, porque, digámoslo de una vez, los pentanos no solo advierten rápidamente la presencia de los viajeros, sino que no tienen la menor intención de comunicarse. La coreográfica sustracción a la mirada humana, encima, alienta la inflamable trama del complot adonde quiera que se la enfoque. Las imágenes de la superficie del planeta que se logran captar son “como el test de Roschach”. Pero no obstante la parodia científica, el reciclado intento de sostener la supremacía de una interpretación sobre otra también tiene mucho de juego o apuesta, con el cual Lem trató de esbozar en mas de un texto el carácter azaroso, cuando no conflictivo, de las leyes humanas del conocimiento. Como dice Lauger, uno de los físicos reclutados para la empresa interestelar, a propósito del insufrible modus especulativo de los “hombres de ciencia” de la expedición: “La física, estimado, es un carril estrecho demarcado por abismos inaprensibles para la imaginación humana. Es un conjunto de respuestas a ciertas preguntas que le hacemos al mundo, y el mundo responde, con la condición de que no le haremos más preguntas...”.
Entretanto, el solitario merodeo del renacido (ahora se llama Tempe) para interrogarse sobre su condición o evadirse de la supervisión de GOD –la super máquina que timonea la nave y a la que no se le escapa ni la menor anomalía en el comportamiento de los cosmonautas– articula a escala individual el conflicto general. Tempe se parece a un alma condenada a arrastrar la compulsión de conocimiento de la especie, algo tan inevitablemente humano que, cual rudimentaria tecnología, no haría mas que alterar cualquier manifestación que no se ajuste a ella. “Es imposible conocer algo sin dañarlo”, dice Lem por ahí. De hecho, una cierta poética del equívoco se nutre de esa fanfarronería inverosímil que quiere darle voz a lo que no habla. Tranquilamente puede leerse Fiasco como un sofísticado diálogo de los hombres con sus propias máquinas y los conocimientos que no hacen más que recombinar. Pero si en Solaris el encuentro con el océano sensible no solo ilustraba la extrañeza frente a lo radicalmente Otro sino también la radical extrañeza del hombre ante sí mismo, en Fiasco la obsesión por perforar el silencio de los extraterrestres encamina el proyecto hacia la catástrofe. La creación de sucesivos escenarios de contacto, tan imaginarios como de una precisión técnica asombrosa, desvían la acción individual a un segundo plano haciéndola nacer de la irrefrenable tendencia colectiva a la especulación, como si fuera promovida por la atmósfera del contexto.
Se sabe que Lem fue un hombre de lecturas vastísimas, en gran medida de publicaciones científicas. Pero ese dato técnico que en la ciencia ficción dura a veces puede abrumar encuentra en la pasmosa capacidad de Lem para transmutarlo, una vitalidad que muy lejos de hacerlo ocupar el sitial de la explicación, lo vuelve un paisaje conceptual por el que se transita como un punto de apoyo siempre al borde de esfumarse. En Fiasco Lem no se priva de ejercitarse en el ensayo, por cierto, con extensas digresiones que van desde la ingeniería planetaria hasta la inteligencia artificial, pero también es cierto que ese escritor que alguna vez definió la ciencia ficción como la rama hipotética de la literatura realista, por momentos parece someterse a su propia agudeza. Como si no solo no se tomara tan en serio las teorías científicas y las tesis de su invención, sino tampoco su propio escepticismo. Tal vez haya sido su modo de poner en evidencia el inagotable misterio que el universo significaba para él; de mantenerlo a salvo del interrogatorio que pretende disipar, con su luz obscena, las sombras que lo justifican.
8 de enero, 2025
Fiasco
Stanislaw Lem
Traducción de Traducción de Bárbara Gill Zmichowska
Interzona, 2024
400 págs.