Cuando de verdad vale la pena, cuando funciona, el bucolismo macera oscuridad. Bajo la profusión botánica, el despliegue de colores, la observación relajada de la conducta animal y la pureza de los espacios abiertos, el solaz tiene fecha de vencimiento. Tarde o temprano, un irremediable virus de sombra será liberado sobre el paisaje y lo único que quedará en pie será eso que desde el principio era más que belleza. No todo está a la altura de su madurez potencial. En su primera novela, publicada originalmente en 1911, David Herbert Richards Lawrence puso bajo el microscopio todas las ambigüedades, los desacatos y las ferocidades que subsisten o perecen en la mudanza de la juventud luminosa a la adultez genérica.
El pavo real blanco sigue a dos parejas en sus paseos por los caminos y los estuarios de Nethermere, un poblado perdido en algún lugar entre Nottingham y Londres. Se podría decir, en realidad, que una pareja sigue a la otra, y que en realidad ambas son más bien ideas de pareja que parejas de hecho, tanto en el sentido anecdótico como en el metafísico, porque en definitiva lo que Lawrence busca es describir las emociones y los deseos que se encrespan antes de que todo lo demás se consolide. George y Lettie revolotean al frente, sin renegar en ningún momento de sus fisonomías arquetípicas –él buenmozo y audaz, ella delicada y graciosa–, mientras que Cyril y Emily parecen más rezagados e imprecisos, como si la novela les reservara complejidades que no caben dentro de ella. No en vano uno y otra son letraheridos, intercambian páginas sobre las que la trama no abunda, se colman con artes que todavía no entienden, y los otros dos, más radiantes y más planos, dedican su tiempo a cautivarse y repelerse, embrollarse con terceros y disponerse a arreglarlo todo en recurrentes cónclaves nocturnos, derrapando en un vals de histeria e indecisiones al que la novela presta una atención nunca ingenua.
Son los años verdaderos de George y Lettie, los únicos que tendrán, y Lawrence los estudia con lubricidad e ironía. La atracción es un estallido de las hormonas que la narración, a cargo de Cyril, aborda desde un perspectivismo forzado –problema que también afecta a obras mucho más logradas e inolvidables: la Recherche proustiana, sin ir más lejos, cruje a veces cuando relata en primera persona intimidades de otros–, pero que aspira siempre a la oblicuidad. “Haces que mis manos, mis propias manos me desconozcan”, le achaca Lettie a su prometido Leslie al final de un capítulo que incluye alguna elipsis necesaria.
El erotismo rebalsa y se torna símbolo en las descripciones, que Lawrence aplica de manera sistemática: por cada comienzo de escena, una larga parrafada sobre lo que el ojo ve, el oído escucha y el corazón siente. En El pavo real blanco, cada mención a la naturaleza llega insuflada de metáforas de desgarros, mutaciones del espíritu, inocencias profanadas, llamados de la carne, aquello que el hombre quiere y la mujer terminará cediendo. Los correlatos con animales son legión: amén del ave titular, hay perros heridos, cuervos atrapados en ráfagas de viento, polluelos enfriados y después quemados vivos. Hay manzanas por todas partes, maduras para la cosecha, tentadoras pero todavía verdes, licuadas en jaleas, ocultas en tartas, amontonadas en cajones, podridas en el suelo, y hay también un mundo exterior que la comedia adolescente minimiza en subtramas que resurgen cada tanto: rencillas entre agropecuarios, una matrona con demasiados hijos, la modernización avasallante que deformará la campiña hasta convertirla en otra cosa.
La última parte de la novela apresura las decadencias y los desconciertos de unos personajes que no consiguen saber qué fue lo que los arruinó. Se entiende: nada dura, sobre todo la juventud. George y Lettie viven con intensidad su edad cubista, que se permite la coexistencia de todas las dimensiones y todas las posibilidades, el derroche motorizado por la vacilación –“Ah, no me interesa especialmente... cuando lo consigo. Cuando he obtenido lo que quería, sí quiero que alguien me lo quite”–, hasta que caen en la cuenta de que ya no son los dueños de lo que en rigor nunca tuvieron. Que el mundo siga girando es el descubrimiento más cruel, un castigo que Lawrence no merma ni decora con enseñanzas.
15 de marzo, 2023
El pavo real blanco
D. H. Lawrence
Traducción de Patricia Scott
Adriana Hidalgo Editora, 2022
528 págs.