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El pintadedos

Carlos Catania


Raúl A. Cuello


Hay algo deliberadamente anacrónico en El pintadedos de Carlos Catania (Rosario, 1931) que permite entender por qué hoy sería casi imposible escribir una novela así y es, justamente, su dimensión física: tanto la densidad de la que se componen los personajes como así también sus oficios y sus derroteros comunes hacen pensar en una noción, una manera de entender y sentir, que hacían parte de la narrativa –antaño moneda corriente– y que hoy, guste o no, ha dejado de existir.

Desde la llegada del protagonista a su San Carlos natal, hasta el sacrificio de la Diosa, se percibe una palpable materialidad en lo circundante. Basta pensar en el oficio de éste –ejerce de perito dactiloscópico– para aunar ambas nociones, lo anacrónico y lo material, y así acercarse a una diana de contraste que facilita la problematización con nuestro presente fáctico.

En una época, la nuestra, saturada de análisis biométricos, localizaciones geosatelitales, relaciones intersubjetivas mediadas por dispositivos electrónicos, etc., y en la que los oficios poco a poco van dejando de existir para ser suplantados por figuras que responden a la esterilidad de lo académico, resulta casi simpático retornar a un tipo de vida analógica, es decir, más humana.

Anclada en los años 80, sin embargo, parece muy poco feliz el marco de circunstancia que le toca vivir a los Inseparables: con la transición de la dictadura a la democracia como trasfondo, se revelan personajes oscuros y/o con (mala) conciencia de clase; se definen identidades sensu lato (ya sean los muertos que a Carlitos se le presentan por trabajo o bien la minuciosa descripción de su mismísima concepción); la masacre del manicomio; el carácter inherente de la especie (la paternidad), entre otras cosas.

Aunque, más allá o más acá de la linealidad que pueda ofrecernos el camino del héroe que ha decidido retornar al origen de su historia, es preciso detenerse en la proliferación de pensamientos de matiz antitético que atraviesa la novela, reflexiones que abarcan lo práctico –por momentos incluso lo ingenieril– a lo metafísico, tornándola casi un tratado filosófico de la vida. Como su maestro Musil, Catania entiende que la interpretación de la realidad y su consiguiente registro necesita de todas las fuentes de conocimiento que estén a nuestro alcance; bajo esta ecuménica doctrina nos regala en El pintadedos una fábula violenta que a la postre termina siendo deliciosamente irónica, irrisoriamente realista.

18 de enero, 2023

El pintadedos. Serapis.jpg El pintadedos
Carlos Catania
Serapis/UNL 2022
406 págs.


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