En un tono próximo, de bar, de pulpería de la gauchesca, propio del beneficiario de aquel "rajá, turrito, rajá", así anuncia Arlt su viaje tropical:
Me rajo queridos lectores. Me rajo del diario... mejor dicho, de Buenos Aires. Me rajo para el Uruguay, para Brasil, para las Guyanas, para Colombia, me rajo...
Continuaré enviando notas. (...) Seguiré alacraneando a mis prójimos y charlando con ustedes. Iré al Uruguay, la París de Sud América, iré a Río de Janeiro, donde hay cada menina que da calor; iré a las Guyanas, a visitar a los presidiarios franceses, la flor y crema del patíbulo de ultramar. Escribo y mi cuore me late aceleradamente. No doy con los términos adecuados. Me rajo indefectiblemente.
Allí se adelanta gran parte del valor de estas Aguafuertes cariocas (Adriana Hidalgo, 2013): el ensayo de las notas de viaje, la escritura del aguafuerte más allá de la propia ciudad, Buenos Aires, a la que tan atada nacieron, el enfrentamiento simultáneo a lo extranjero-otro y a la propia extranjería. Todo esto da un resultado extraordinario: la escritura de las aguafuertes en el extranjero hace de esa ciudad al comienzo disonante ─y tal vez precisamente por eso mismo─ una ciudad arlteana. En ninguno de todos los imaginarios que podríamos rastrear a lo largo de nuestra historia aparecería Río de Janeiro como una ciudad arlteana, todo lo contrario: nada más alejado que eso.
Ese viaje que se nos aparece infinito y grandioso significa para Arlt otro punto de su carrera de buscavidas. Hay en sus palabras una mezcla de mérito y merecimiento, de ascenso social: el viaje que hará es increíble, sí, pero no injusto: es parte del reconocimiento al éxito de sus ya seiscientas aguafuertes publicadas:
¡Yo a bordo! ¡Me caigo y me levanto! ¡Uy, dio! Si me acuerdo de mis tiempos turros, de las vagancias, de los días que dormí en las comisarías, de las noches, entendámonos, de los viajes en segunda, del horario de ocho horas cuando laburaba de dependiente de librería; del horario de doce y catorce horas, también, en otro boliche. Me acuerdo de cuando fui aprendiz de hojalatero, de cuando vendía papel y era corredor de artículos de almacén; me acuerdo de cuando fui cobrador (los cobradores me enviaron una felicitación colectiva). ¿Qué trabajo maldito no habré hecho yo? (...) Y ahora, a los veinte y nueve años, después de seiscientos días de escribir notas, mi gran director me dice:
─Andá a vagar un poco. Entretenete, hacé notas de viaje.
Bueno. El caso es que he trabajado. Sin vueltas. La he yugado cotidianamente, sin un domingo de descanso.
El (no)programa de Arlt es dejarse llevar por los acontecimientos, por la vida, vivir la vida. Y escribir, mientras se va viviendo, escribir. Ese es el escritor de la experiencia: porque se atraviesan cosas extraordinarias, se escribe. Sólo que aquí, en estas aguafuertes, vamos a presenciar una modificación de esta ecuación por la entrada del éxito en tanto variable funcional: porque se ha tenido éxito, se viaja, para tener más experiencias y escribirlas. La nueva seguridad que de esto nace le da mayor estabilidad al programa y otro tono a la escritura, siempre tajante, a menudo violento.
"Guevara, el joven que quiere ser escritor, en 1950 empieza a viajar, sale al camino, a ese viaje que consiste en construir la experiencia para luego escribirla. (...) Se trata de unir el arte y la vida, escribir lo que se vive. Experiencia vivida y escritura inmediata, casi escritura automática", nos cuenta Piglia sobre el Che Guevara en El último lector. Podemos pensar, entonces y a partir de ahí, en la distancia de 20 años entre esos dos viajes y en las transformaciones de sus parámetros. El viaje de Arlt es algo extraño en su tiempo. Veinte años después, Ernesto Guevara retoma varias de sus particularidades menos la variable del éxito y produce otra cosa. Da inicio a la posibilidad de otro viaje, de otra narrativa. Guevara empieza su viaje donde había terminado el de Arlt: el punto de partida es el mismo, el viaje hacia y por la experiencia norteado por la pulsión de la escritura; la consciencia que guía al impulso, también: "Hay que convertirse en escritor fuera del circuito de la literatura", dirá Piglia; pero de ahí, y esta es la posta que toma de Arlt, se intenta ir en dirección a la toma de consciencia y la transformación social revolucionaria. Roberto Arlt registra y escribe las desigualdades e injusticias ("Los que viven mal no se dan cuenta de ello, aceptan su situación con la misma resignación que un mahometano; y yo no soy un mahometano") pero no se da, a partir de allí, ningún pasaje a la acción por la transformación. Guevara, por su parte, dirá Piglia, "busca la experiencia pura y persigue la literatura, pero encuentra la política, y la guerra".
Roberto Arlt se baja del barco y ve: "Un semicírculo de montañas, que parecen espectrales, livianas como el aluminio azul, crestadas delicadamente por un bordado verde", "Todo el paisaje es liviano y remoto (aunque cercano) como la sustancia de un sueño". Camina de noche y siente que "la pesadez de la piedra, de los bloques de piedra de que están construidas todas esas casas, termina por aplastarle el alma, y usted camina cabeceando, en el centro de la ciudad, en una casi soledad de desierto a las diez de la noche". De ahora en más, esa será Río de Janeiro para Arlt: una extraña y abrupta conjunción de la naturaleza con la máquina, de la sustancia del sueño con un progreso incipiente. Es claro: Roberto Arlt ve a Río a través de su ciudad, Buenos Aires, y es a través de esa particularidad óptica que debemos leer, entre otras cosas, su asombro inicial o los prejuicios raciales. Pero, a diferencia de un colonizador, no fuerza al otro a nada; sólo se detiene en él para realizar sus retratos, sus croquis y apuntes callejeros, sus aguafuertes. No encontraremos en Arlt la voluntad ─pese a considerarse un sujeto venido del desarrollo, por eso: del futuro, por eso: más evolucionado en la "struggle for life"─ de sembrar ningún Evangelio en tierras cariocas.
La ciudad será la revelación de la experiencia más allá del lenguaje: no ya la guerra de Benjamin, no ya lo metafísico-místico de Wittgenstein: la ciudad. Es apenas 1930 y para ellos el lenguaje ha encontrado sus límites en el mundo moderno contemporáneo. Frente a esto, ¿qué hace Arlt, cuál es su reacción? Meterse más adentro, caminar la ciudad, vivirla: sus aguafuertes serán, así, la cristalización de su intento de comprensión de lo que se le escapa. Arlt siempre quiere saber más, Arlt cree en el progreso: no hay en esta experiencia ni dolor ni parálisis, sí un desafío.
"Estar en tierra extraña es estar completamente solo": como el exiliado, como el extranjero, Arlt no termina de salir de su propia ciudad para entrar en la otra, en la ajena. Entre la atmósfera tanguera y la saudade brasileña, un Arlt aún maravillado por Río de Janeiro, extraña Buenos Aires:
Estoy triste lejos de este Buenos Aires del que me acuerdo a toda hora. (...) Mañana, pasado o cualquier otro día me ocuparé del maravilloso bazar que es Río de Janeiro. Sí, un bazar oriental de mil colores. Pero eso no me consuela. La ciudad de uno es una, nada más. El corazón no se puede partir en dos pedazos. Y se lo tengo entregado a Buenos Aires.
Río es lo más ajeno imaginable: un bazar oriental. Buenos Aires, la casa del lenguaje. Sólo encontrará en la redacción del O Journal, donde escribe y desde donde envía sus notas, un posible refugio, al ser la transposición casi exacta de su universo cotidiano conocido: "Escribo desde la redacción del O Journal. Nosotros, los periodistas, somos como los monjes. Donde vamos encontramos la casa, es decir, el papel y tinta y los camaradas que trabajan igual que uno, renegando del oficio que tanto amamos". Arlt está buscando puntos de contacto, referencias para poder realizar comparaciones y así ir de lo conocido a lo desconocido.
Las aguafuertes cariocas se distinguen de las demás por dedicarse, en gran parte, a describir a la ciudad y a su cultura propia. Hay pocas crónicas dedicadas a sus habitantes o a hechos específicos. Río de Janeiro es el sujeto de casi todos los enunciados al encontrar en ella el significado del ser extranjero, de estar lejos de Buenos Aires. En ese punto, Arlt entiende e intuye dos cosas: que Río de Janeiro no es la sinécdoque perfecta de Brasil y que el día que el proletariado sea instruido y el país despierte, será de temer:
Y de pronto, quiera usted o no, siente que una fuerza lo subyuga, que ellos están en el camino de una vida superior a la nuestra. (...)
¿Será, acaso, que la vida es aquí más linda porque es menos difícil? ¡Vaya uno a saber! Lo cierto es que ese pueblo se diferencia en mucho del nuestro. Los detalles que se advierten en la vida diaria nos lo presentan como más culto. Creo que todavía predominan, con incuestionables ventajas para la colectividad, las ideas europeas. (...) Se me ocurre que de todos los países de nuestra América, el Brasil es el menos americano, por ser, precisamente, el más europeo.
Frente al museo o la belleza natural, Arlt privilegia la reproducción fotográfica. El pasado no le interesa: es más, no debiera interesarle a nadie. Arlt busca el pulso del presente en la ciudad. Arlt posee una escritura fanática no ya del desarrollo, si no de sus consecuencias: la novedad, el movimiento. Esos son los sinónimos de la ciudad arlteana. Y Río lentamente deja de serlo:
¿Qué hago yo en esta ciudad virtuosa, quieren decirme? ¿En esta ciudad que no tiene crónica de policía, que no tiene ladrones, estafadores, vagos, rateros; en esta ciudad donde cada prójimo gana el "feyón" y le regala un hijo bimensual al Estado? ¿Qué hago yo?
Porque aquí no hay ladrones, ¿se dan cuenta? No hay cuenteros. No hay estafadores. No hay crímenes. No hay sucesos misteriosos. No hay pequeros. No hay tratantes de blancas. No hay la mejor policía del mundo. ¿Qué hago en esta ciudad tranquila, honesta y confiada?
Arlt está molesto porque luego de cierto tiempo en Río aún no consigue entender el rostro de un trabajador carioca. Precisa conocer el elemento humano del lugar, comprenderlo tan bien como puede llegar a comprender a la ciudad misma. Mejor dicho: comprender bien a una ciudad significa para Arlt comprender lo que se manifiesta en los rostros de sus habitantes:
El paisaje sin hombres me revienta. Las ciudades sin problemas, sin afanes y los hombres sin un asunto psicológico, sin preocupaciones, me achatan.
Cuando yo miro la cara de un operario porteño sé lo que piensa. Sé qué afanes lleva en su interior. Sé que estoy en presencia de un elemento inquietamente social. Aquí, encuentro gentes que, con tal de ganar para el feyón, viven felices. Esto me indigna.
El viaje a Uruguay y Brasil significa la primera salida de Roberto Arlt de la Argentina. Vendrán después, también con sus respectivas aguafuertes, los viajes a España, el norte de África y Chile. La escritura de Arlt es tan poderosa que sobrescribe a la ciudad, se la apropia y la hace suya: a partir de entonces, Río de Janeiro también será una ciudad nuestra, como Buenos Aires, una ciudad arlteana. Es posible ver el cambio gradual de la mirada y apreciación de Arlt no sólo sobre Río de Janeiro sino también sobre Brasil: pasa del asombro y la maravilla al cinismo soberbio y a la exaltación de lo argentino en desmedro de lo brasileño que conducen lentamente a la construcción de una tensión entre dos polaridades opuestas, ya leídas en Sarmiento y sus epígonos, ahora extrapoladas más allá del espacio pampeano: civilización-barbarie. Podríamos, por fin, decir y afirmar: la escritura de Arlt es la busca ininterrumpida de la comprensión de la escritura de la ciudad moderna en los rostros de sus habitantes. Tal vez para eso valió la pena el viaje.
5 de mayo, 2021