“No venía a ver un espectáculo, sino a los últimos faraones. Empujando la puerta llena de espejos, entré al Palacio de los iletrados”, escribe Lydie Dattas en el final de la primera entrada de El rayo. Libro compuesto de breves párrafos de prosas poéticas, que nos llega en traducción de Genoveva Arcaute, en el que se narra la entrada a un mundo que le es completamente ajeno a esta primera voz visceral, inquieta y en plena experiencia de descubrimiento.
Lydie Dattas nació en 1949 en Francia. Publicó sus primeros poemas a los dieciséis años y su primer libro a los veinte en la prestigiosa editorial Mercure de France. Entre los más destacados se encuentran Carnet d'une allumeuse y La noche espiritual –cuya traducción de Regina Lopez Muñoz apareció en 2021 en la editorial Errata naturae de España–, escrito luego de un encuentro de la autora con Jean Genet, que no tuvo un final feliz, y al que se refiere de esta manera: “Decidí escribir un poema tan hermoso que lo obligaría a volver a mí”.
Como en este último libro citado, datos de la vida de la autora pueden servir para leer El rayo. Lydie Dattas estudió en un liceo francés de Londres y al poco de volver a Francia y con sólo veintitrés años comenzó una relación que duraría dos décadas con un domador de animales que pertenecía a una afamada familia circense. Dato importante para establecer posibles interpretaciones en este texto –podemos especular sin riesgo a equivocarnos– de grandes trazos autobiográficos en el que se narra la experiencia de ingresar a una familia y en consecuencia a una cosmovisión, la del circo, totalmente nueva para la narradora.
A medida que avanzamos en la lectura vamos armando la genealogía de dos familias. La de la voz que narra y la de estos seres que habitan un “monasterio púrpura”. Entonces desfilan abuelas y abuelos, padres, madres, hermanas y hermanos. Todo es potencia, maravilla, espectacularidad. Pero a la vez son recorridos y vivencias muy diferentes. Descubrimos que estamos frente a un verdadero cambio de formas de vida, de valores y de perspectivas: “El intelecto, que me había custodiado desde siempre, se soltó la cabellera y se sentó conmigo sobre un trono de bosta dorada [...] la inocencia del espectáculo me vengaba de los años carcelarios de instrucción”.
El mundo del circo con todas sus particularidades frente al mundo domesticado del hogar no errante. Ése es el colapso que narran estas entradas. Establecen una tensión entre acumulación y abundancia, entre mesura y desborde, entre distinción y elegancia, entre proyección y presente. Y este cisma opera tanto en el ámbito sensorial de la vida cotidiana, en el que la materia y todos sus atributos invaden la escena, como en el de la cosmovisión.
Lo que irrumpe una y otra vez en este cruce de frontera no es sólo la otredad como momento de reflexión o asombro, sino la experiencia concreta. Este yo que está instalado en ese universo de arena se enfrenta a afirmaciones como ésta: “'¡Qué suerte tenemos nosotras las mujeres de poder usar tan bonitos sostenes!'. Esta frase idiota me iluminó como si proviniera de un maestro espiritual”, escribe Dattas. La tensión habita el texto, lo hace móvil y escurridizo. Ésa parece ser la potencia de esta experiencia. Se produce un cisma, genera una falla que es, a la vez, un nuevo espacio: “Pertenecer a esta familia regia de iletrados me confería la dura placidez del diamante”.
Y todo lo narrado acontece en una gran exuberancia. La autora no busca la atenuación, sino el gran despliegue. Nada de colores pasteles, sino el oro y el carmesí. La adjetivación tentacular compone a los personajes y a los lugares. El texto avanza, se expande, buscando menos el virtuosismo que la contundencia. En la frase, sobre todo por su adjetivación, y en el sentido, por su tono afirmativo. La voz narrativa cuenta sus peculiaridades y va construyendo otras. Entre ellas, la de esta familia circense, la familia Rimbaud: “La vida de estos amaestradores de osos con la riqueza engendraban una estética paradisíaca. [...] el espíritu gitano se agarraba al lujo como la piel de una bestia, sin corromperse”. La prosa de El rayo va de la pasión a la inteligencia, del misterio a la claridad; prosa frágil y displicente a la vez. Frágil, por su alta intensidad, porque se expone abiertamente. Displicente porque no busca agradar: “Mi desastre era más soberano que el amor [...] Las llamas que habían devorado mi vida eran más altas que mi vida”.
En un momento del libro, el trance es enunciado: “Entraba a la poesía como se pasa una frontera, sin saber que no se volverá nunca al propio país”. Y es en este vadeo de frontera, que una y otra vez aparece entre la narradora y ese mundo en el que el conocimiento deja lugar a la vivencia, que el texto cuestiona saberes, estéticas y reconfigura relaciones. Tanto con el mundo material y todos sus atributos, como con el de los seres en todas sus relaciones.
19 de febrero, 2025
El rayo
Lydie Dattas
Traducción de Genoveva Arcaute
Huesos de jibia, 2024
118 págs.