«...Ojalá en el Tártaro una serpiente les pique las bolas. Perdimos por culpa de los chanchos ingleses putos. Qué más quisiera yo que tener un ejército para invadir esa isla caduca y persistente, llena de gente recalcitrante. –Contentísimo, como si ya estuviera hecho:– Primer decreto ley luego de la invasión exitosa: me violan ya mismo sin falta a todas esas piggy english girls. A todas esas chanchitas inglesas que todavía usan zoquetes, y me las dejan embarazadas. A ver si tenemos por fin una generación de hombres, aunque sea por casualidad. –Excitado y lujurioso:– Eso, eso es: violar a esas pecosas y porfiadas soxers, al tiempo que se las obliga a cantar el Dios salve a su Majestad la Reina. Pero en polaco que lo canten. Así nosotros, en de mientras que las vamos dejando embarazadas, les dulcificamos las dos tetitas. ¡Aájajajajá!...» – Leyendo el capítulo 86 de Los Sorias, la novela que Alberto Laiseca escribió entre 1972 y 1982 –y que tuvo su primera edición, a cargo de Simurg, en 1998–, me pregunto quién, qué clase de escritor, sería capaz de escribir algo así hoy en día, y en qué condiciones. Me pregunto quién y cómo lo editaría y cuál sería el precio a pagar por la escritura y la edición de un texto que, a golpe de vista, parece chocar de frente contra un mundo revestido por un manto de corrección política.
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En una entrevista realizada por Miguel Frías, publicada en enero de este año en Clarín, Ariana Harwicz dice, entre otras cosas, que “hoy, para escribir, hay que tener en cuenta los señalamientos, prerrogativas y coerciones políticas de la época”. Harwicz sostiene que “el mandato es crear obras en las que estén cancelados el odio, la discriminación, la ofensa”, que “el arte se volvió una militancia de redes para cancelar obras, con el pretexto de que son homofóbicas, racistas, discriminadoras”, que “hoy sólo se puede escribir con buenos sentimientos, sin ofender a nadie”.
Dice que la censura, que en algunos casos es explícita (al punto de que en ciertas editoriales hay abogados que ofician de filtro, que leen manuscritos y suben y bajan pulgares a los contenidos), no es necesario, en general, que sea explícita porque lo que funciona, y mucho mejor, es la autocensura. Harwicz considera que hay muchos escritores que, consciente o inconscientemente, se autocensuran porque no están dispuestos a pagar el precio de ser políticamente incorrectos y, de ese modo, quedar fuera de las habituales listas de los mejores libros del año, de premios, ediciones, traducciones y buenas críticas.
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A modo de paréntesis, una digresión (o no):
Mientras escribo este texto y trato de configurar el editor en la nueva versión de Word, una herramienta bastante mejorada, por cierto, con varios agregados interesantes, inteligencia artificial mediante (revisión de prefijos, dequeísmos, concordancias en general, uso incorrecto de gerundios, de verbos impersonales, etcétera), veo que hay una zona, que no viene activada por defecto, que funciona como la figura del abogado de la editorial de la que habla Harwicz. En un apartado llamado “lenguaje no discriminatorio” hay cuatro opciones: “discapacidad”, “género”, “orientación sexual” y “raza u origen”. Y más abajo hay tres opciones más: “referencias geopolíticas sensibles”, “lenguaje soez o malsonante” y “palabras no recomendadas”.
Sería interesante aplicarle esta revisión, la del editor/abogado del nuevo Word, a Los Sorias y ver qué queda. (Ahora que escribo “Los Sorias” veo que Word no reconoce la palabra “Sorias”. La subraya con el clásico trazo-víbora rojo y sugiere, en cambio, “Serias”, “Sirias” y “Sobrias”. A veces, involuntariamente, la inteligencia artificial hace poesía. “Serias sirias sobrias” es una linda frase pero ¿quedaría algo de ella si activara las opciones “referencias geopolíticas sensibles”, “género” y “raza u origen”?).
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Volviendo al fragmento antes citado de Los Sorias, y más allá de lo incómodo que pueda llegar a resultar un discurso de estas características hoy en día, y sin olvidar que estamos hablando de una novela, de una obra de ficción, me pregunto si, visto desde la vara de la corrección política, es, efectivamente, Laiseca, en Los Sorias, un escritor políticamente incorrecto.
Yo no estaría tan seguro.
En las acotaciones del narrador, en ese fragmento, hay una clave como para pensar este tema. ¿Qué clase de narrador haría un alto en medio de ese parlamento para decir “excitado y lujurioso”? Es decir, ¿qué clase de narrador interrumpiría la voz inspirada de este personaje, que está en trance, en plena fantasía, en pleno vuelo poético-delirante, para calificarlo de ese modo? ¿Qué necesidad hay? Porque no es que Laiseca no sepa mostrar la excitación y la lujuria desde un narrador que no juzgue a un personaje. Lo sabe, y de sobra. Pero, ¿por qué elige, en esa instancia, ese juicio? Pienso que ahí, en esa acotación, en “excitado y lujurioso”, hay, por lo pronto, una toma de distancia del narrador con respecto al personaje. Una toma de distancia que se acentúa todavía más hacia el final de ese parlamento (que sigue en esa onda media carilla más) cuando el narrador remata, ya soltándole la mano al personaje, con la siguiente acotación: “finalizó inconsecuente y sin unidad temática”.
Si “excitado y lujurioso” es una toma de distancia, pienso que la suma de “excitado y lujurioso” e “inconsecuente y sin unidad temática” es, prácticamente, una oposición.
Y algo más: justo antes de ese parlamento, el único objeto que el narrador elige destacar en la casa de este personaje es “una swástika de plomo de primera clase, tan mal hecha que sin duda la había fabricado él mismo”. Es decir, así como el narrador podría haber destacado, por decir algo, un paraguas o un florero, elige destacar, nada más y nada menos, que una esvástica. Casera. Y mal hecha. Entonces, desde el narrador, tenemos algo así como: excitado, lujurioso, inconsecuente y sin unidad temática, el hombre de la esvástica (casera, mal hecha) dice, dos puntos.
Teniendo en cuenta que, en una novela, el que tiene, siempre, la última palabra es el narrador, entonces, me pregunto: ¿este modo en que el narrador define y juzga al personaje, que, inspirado, delira, no es, por parte de Laiseca, un gesto políticamente correcto?
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Yo estoy con Harwicz. Creo que hay que combatir la corrección política porque hiere de muerte a nuestra imaginación, porque limita nuestra sensibilidad y nuestras posibilidades, pero pienso que para combatir la corrección política lo que habría que discutir no es tanto a la corrección política en sí misma, sino más bien al par que se nos impone como si fuesen las únicas dos opciones posibles: me refiero a la dicotomía corrección-incorrección.
Así como hoy en día se ven muchas novelas que, daría la sensación, se escriben mirando de reojo los temas de agenda, novelas que, desde la corrección, recogen el guante de (correctos y justos) reclamos sociales de minorías históricamente maltratadas, y así como hay más de un editor que, supongo que, entre otras cosas, en pos de que el cashflow, al final del balance, resulte favorable, edita ese tipo de novelas (novelas correctas y bienpensantes; novelas con chances de ganar premios, de integrar las listas de los mejores libros del año, de conseguir ediciones, reediciones, traducciones y buenas críticas), daría la sensación de que hay novelistas y editores que, tal vez con la intención de inclinar un poco la cancha (de descontar en un partido en el que saben que van perdiendo por goleada, de generar un foco –probablemente necesario– de resistencia) hacen lo mismo, pero a la inversa: dan batalla escribiendo y editando desde la más redonda y plana incorrección política, al punto de la provocación.
Y algo en eso me hace ruido.
Algo en mí considera que, si con el afán de combatir la corrección política, nos vamos tan pronto, sin escalas, para el lado de la incorrección política, estamos cayendo en la trampa. Le estamos haciendo el juego a la corrección política. Es decir, si validamos las categorías que nos proponen (lo correcto y lo incorrecto) y, rápidamente, nos ubicamos en la vereda de enfrente, no solo estamos dándole entidad a la corrección política, sino que estamos entrando en su juego, en su forma de pensar y de actuar (y eso es, justamente, lo que creo que habría que evitar).
Si hay una salida del laberinto, me parece, es por arriba.
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Volviendo a Los Sorias, y más allá del ejemplo citado, donde hay una oposición evidente entre narrador y personaje, en el sentido de lo correcto y lo incorrecto (donde hay un personaje que –incorrecto– fantasea y un narrador que –correcto– lo juzga y lo limita), Los Sorias –la literatura de Laiseca, en general– es mucho más que eso. A partir de una omnisciencia que suele exceder lo meramente literario, el narrador de Los Sorias en particular, y los narradores de Laiseca, en general, son impredecibles. A veces se oponen y a veces no. Pueden cambiar de piel, capítulo a capítulo, en una misma novela. A veces, como en el caso citado, contienen, juzgan y ponen coto al delirio, pero otras veces pareciera que dan un paso atrás, que se repliegan, que juegan a ser objetivos y dejan que los personajes hagan (atrocidades y aberraciones, muchas veces), potenciando, así, el delirio y la fantasía hasta límites imposibles.
Los personajes de Laiseca, a su vez, para decirlo en una palabra: vibran. Son. Chocan una y otra vez con sus propias limitaciones. Hacen (viven) como pueden, como les sale. En ese sentido, Laiseca es un creador de mundos donde no hay lugar para las dicotomías. No hay malos y buenos, no hay blancos y negros, no hay día y noche. Hay malos que también son buenos y buenos que también son malos. Lo que hay, en general, en la literatura de Laiseca es un largo –lento, arduo– camino del héroe que va de la deshumanización a la humanización (del Anti-Ser al Ser, de la manija a la desmanija). Pero ese camino está lleno de accidentes, y el avance, el progreso, si es que existe, es dudoso. Así, en los personajes, lo que emerge, en el durante, es lo vital: los grises, los matices, las contradicciones. Todo eso convive al mismo tiempo en el mismo plano. Un dictador, por ejemplo, por capricho, puede mandar a alguien a un campo de concentración; puede llegar a tener un rapto de duda, pero hacerlo igual, porque está envalentonado, y esa duda fugaz que dejó pasar, que no aprovechó, puede llegar a hacer que, luego, lleve a cabo un acto humanitario con algún otro que, azarosamente, se le cruce en el camino; y un rato más tarde, por diversión o por aburrimiento, puede mandar a castrar a alguien; y así, sucesivamente...
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¿Cómo vivir (cómo leer y cómo escribir), entonces, hoy, en un mundo que parece haber sido tomado por la corrección política? No lo sé. Creo, por lo pronto, que sería bueno tratar de zafar del par corrección-incorrección; de ese par que no elegimos, que se nos impone como si fuesen las únicas dos opciones posibles. Hay ejercicios que nos permiten repensar las posiciones. Leer a Laiseca, por empezar, es un buen ejercicio. Sirve, también, leer cosas (no solo libros) con las cuales uno sabe o tiene la sospecha, de antemano, que no comulga (es decir, tratar de sortear al algoritmo que hoy nos lleva a relacionarnos solo con contenidos afines, con gente que piensa igual que nosotros). Sirve leer un poco más allá de la primera mesa de las librerías, de las novedades editoriales y los libros de moda. Sirve, sobre todo, creo, por más trillado que suene, tratar de autoconocerse un poco más, tratar de asumir las luces y sombras que conviven, al mismo tiempo, en uno.
Al asumir la diversidad que hay en uno suele ser más fácil asumir la diversidad y la complejidad que hay en los otros y, de ese modo, uno ya no cae tanto, tan seguido, en la trampa de las dicotomías: amigo-enemigo, correcto-incorrecto. Porque tal vez nada sea blanco o negro, tal vez ni siquiera haya raptos, momentos, ni temporadas de bondad y maldad en nadie. Tal vez todo, blanco y negro, bueno y malo, día y noche, luz y sombra, conviva, burbujeante, en uno y en todos, al mismo tiempo. Creo que si asumimos ese jaleo tal vez podamos leer un poco más sueltos, con menos prejuicios. Si tenemos suerte, quizá podamos percibir y sentir de un modo más abierto y, si escribimos y se alinean los astros, quizá podamos crear mundos más diversos, más complejos, más vivos.
29 de septiembre, 2021