La cultura austríaca supo dejar, antes de la segunda guerra (cuando en verdad era austrohúngara), y bastante tiempo después, una miríada de artistas y pensadores que exploraron de forma original e inédita las sombras que proyectaba el nuevo mundo. Basta pensar en nombres como Freud, Kraus, Schnitzler, Musil, Rilke, von Hofmannsthal, Canetti, entre otros, y hasta el paladar más quisquilloso puede hallar correspondencia estética. Sí, una potencia con tanto talento sólo podía conocer la ruina e incluso la desaparición. Pero por fortuna siempre nos quedarán los libros.
En el caso que nos convoca podemos permitirnos reafirmar que cada tanto se exhuma una gema de rara cuantía, menos por su contenido que por encauzar el encastre a una obra casi perfecta. Así sucede con El valor desconocido del bueno de Hermann Broch (Viena, 1886-New Haven, 1951), austríaco como los anteriores y, respetando el axioma, excelente en el proceder de su arte. Incluso el título se impone como verdad antedicha: este libro 'menor' de la operística es de un valor poco explorado, poco sopesado.
Richard Hieck, auxiliar de investigación en el observatorio astronómico y matemático indolente, se nos presenta como la reformulación del héroe romántico: harto de su presente pasivo en el claustro dedicado al análisis de la bóveda celeste, sabe o intuye que la vida está en otra parte. Polímata como el mismo Broch, piensa y verbaliza a través de fórmulas a la vez matemáticas y a la vez poéticas: “Ensimismado en el fantasma de su yo, Richard Hieck deambulaba por la cruda primavera que había descendido sobre el mundo”. A veces le cuesta dar con la diana de un pensar, pero se debe a que es un hombre dividido. Y sabemos que al dividir se multiplica: no es sino a través de sus múltiples facetas que llega a reconocerse, tanto en los otros como en sí mismo.
Pero esta no es sólo una novela de aproximación a un personaje. Es, además, una radiografía bastante singular sobre la vida de los que 'hacen ciencia'. Broch reflexiona profundamente sobre los alcances de la hiperespecialización, aquella que ha llevado al planeta en su conjunto a generar idiotas que saben hacer muy bien una única cosa. Lo que se pregunta a través de todo el libro (el también autor de La muerte de Virgilio) es el porqué de las limitaciones impuestas desde un afuera, ya que si estamos aptos para desarrollar funcionalidades varias y nuestras preocupaciones son infinitas, ¿cómo es que no atendemos a todas ellas? Y esto no tiene que ver con el degradante multitasking, sino con una forma de la realización más profunda, más plena, llamémosla más humana. Si los organismos, desde los más simples como una bacteria a los más complejos como un caballo de mar, pueden hacer cuanto les permita su posibilidad de acción, ¿por qué los humanos debemos atarnos a una calle de sentido único?
Nuestro escenario, pienso, debería presentarse tal cual lo describe el mismo Broch casi en el comienzo del libro, es decir, “como una luminosa red resplandeciente, infinita, para ir encontrando el camino, tanteando de nudo en nudo de un complejo entramado celeste, como el mundo mismo, un entramado que habría que desenmarañar para hacerse dueño de la realidad”.
¿Será así como se devela su desconocido valor?
23 de marzo, 2022
El valor desconocido
Hermann Broch
Traducción de Isabel García Adánez
Sexto Piso, 2020
164 págs.