Los poemas de Garamona tienen el don de la levedad. Sus libros despliegan un teatro onírico en el que las voces son como objetos que articulan una ópera ambulante. Por medio de la acumulación de imágenes, sus poemas configuran una novela sin argumento. La emoción sostenida en sus versos viene de la imaginación exuberante del autor. Ya desde su título, El verdadero misterio es el final, anticipa la enigmática tragedia de la muerte. Pero siendo Garamona un poeta postmoderno, se trata de una tragedia kitsh, entendiendo esta estética como el lado oscuro del pop. Muchas de las imágenes de estos poemas impactan por su fuerza hiperbólica. Como en “Drogadictas pajeras”: «Unos lentes olvidados/ dentro de un plato de sopa,/ un cráneo de caramelo,/ un beso en un ascensor./ Drogadictas y pajeras/ un tren las lleva a sus huesos»; o en “Últimas notas”: «Mares de vidrio,/ espuelas de peluche,/ serpientes imaginarias/ enroscadas en un cable/ con el que se quitó la vida/ un muchacho ecuatoriano/ que vino a Buenos Aires, de visita».
Sus poemas tienen un pie en lo coloquial y avanzan hacia el lirismo sin que se le pueda ver la costura. Así, leemos en “Aleteo”: «La mariposa nocturna/ que se posó sobre el hombro/ de Jules Verne en Nantes/ el 14 de febrero de 1889/ sigue viva, aunque muy anciana,/ y sus minúsculos ojos casi ciegos/ solo perciben débiles resplandores lunares/ u otras luminiscencias,/ como las que emiten los faroles de las calles/ o las luces de los autos/ que se desplazan en la madrugada,/ por solitarias avenidas empedradas,/ repletas de antiguos edificios/ que imponen un clima metafísico/ junto a una vaga sensación/ de pérdida y soledad.» Barroco, preciosista, narrativo, Garamona entrelaza algo real y fantasmagórico al mismo tiempo. En el poema “Otro comienzo”, arenga: «Escribiré sobre jóvenes adictos/ haciendo chistes en un micro/ que viaja hacia el futuro,/ con la fatiga y el aburrimiento/ y una soledad sin pliegues.» Su actitud de vanguardia enmascara un gesto romántico. Ahí donde anota: «Hola, amor/ es una luciérnaga/ este poema/ no lo escribí/ lo soñé creyendo/ que era de madrugada/ y que el preso no podía dormir/ porque extrañaba a su novia/ y a su hijito/ que ya estaría caminando». (“Hola, amor”). O en “Pequeñas canciones napoleónicas”: «Y yo te besaría/ las axilas/ y el canto/ de los pájaros/ no te dejaría/ escuchar/ las palabras/ que deslizaría/ en tu oído,/ haciéndote/ cosquillas./ ¡Y al dormir/ la vida nueva/ empezaría/ en tus sueños/ compañera!». Hay un yo subjetivo en sus poemas, pero está escondido, por fuera del molde de la lógica. Como cuando escribe, en “La palabra clave”: «Me gusta tu teoría de la palabra clave/ porque detiene a un jaguar/ antes de que llegue a la tranquera./ Porque hace que mis ojos se cierren/ y vean letras luminosas/ flotando contra el fondo de mi vida.»
Los poemas de El verdadero misterio es el final muestran un automatismo psíquico antiburgués, ajeno a la moral o, incluso, inmoral. «El drogadicto que echaron/ de la biblioteca era Jesucristo», leemos en “Sacrificio”, el poema que abre el libro, como un manifiesto a favor del desacato. En “Pulp”, leemos: «Era un policía de narcóticos/ en Mozambique y también/ un adicto en Kenia,/ que se escondía entre bolsas/ de basura de las negras, grandes,/ para drogarse, lejos de su familia». Ahí donde la presencia del doble en el texto contribuye a la construcción de una atmósfera surrealista. Apunta Balzac en el prólogo a su Comedia humana, fechado en 1842: «La acusación de inmoralidad, que nunca le ha faltado al escritor valeroso, es, además, el último reproche que se dirige a un poeta cuando ya nada queda que decirle. Sócrates fue inmoral, Jesucristo fue inmoral; ambos fueron perseguidos en nombre de las sociedades que destruían o reformulaban». Como si Garamona, en cada libro nuevo, estuviera refundando o destruyendo la vetusta institución de la poesía argentina contemporánea, con todo lo que tiene de geriátrico, oficina municipal y mausoleo. En este libro se incluyen poemas finamente soeces, como “Mi señora”, con este arranque: «En ese hotel yo iba a garchar/ con una poeta de provincia/ pero mi señora no me deja/ escribir versos de este estilo,/ entonces mejor cambiar de tema.» Conviven, entre imágenes anacrónicas de pirámides, tumbas, calaveras, esqueletos, cadáveres y fantasmas –recurrencias que parecieran obsesionar a Garamona en sus últimos libros– puentes en la madrugada, mendigas que muestran sus pechos, cipreses, trenes, avenidas, lluvia cayendo sobre las hormigas, una chica paseando en bicicleta, pero también o, sobre todo, una fascinación o curiosidad morbosa por el abandono del ropaje temporal: «Ellos también vivieron sus vidas,/ amaron y temieron,/ pero tal vez fueron felices/ y eso es algo que por supuesto/ no podemos olvidar,/ porque aún siguen ahí/ ante el paisaje, infinito,/ abisales, transparentes,/ confundidos en las rocas,/ o en el rincón más sigiloso/ de casi cualquier parte/ adonde llegue la mirada.» (“Ellos también amaron”) La inasimilable Lucía Aguirre opina, desde la contratapa del libro: «En un dialecto dadá, hípster, coloquial y sofisticado, El verdadero misterio es el final presenta poemas hipnóticos e inquietantes. En este libro Francisco Garamona explora en el lenguaje, en los sonidos, en las repeticiones, en el ornato biográfico de las anécdotas, entre la canción y el epigrama, entre la experiencia y la fantasía, donde lo personal es político, donde lo político es poético.» Es así, Garamona es un poeta que baila sin ponerse tenso nunca.
13 de marzo, 2024
El verdadero misterio es el final
Francisco Garamona
Caleta Olivia, 2024
80 págs.