El 22 de marzo de 2023 entendimos que habíamos vivido una década sin Gerardo Gandini. Su ausencia no es indiferente para quienes hacemos y escuchamos esa música de tradición escrita y formación académica que, a falta de un mejor término, se denomina “contemporánea”, una nomenclatura que Gandini consideraba un malentendido.
Los homenajes a quien fue, quizá, el compositor más importante entre los que desarrollaron su carrera en Argentina en las últimas décadas del siglo XX tuvieron lugar tanto en el Centro de Experimentación del Teatro Colón, que Gandini fundó y cuya sala fue ahora bautizada en su honor, como en otros espacios (el Centro Cultural Borges, por ejemplo).
Gourmet Musical, esa afiebrada máquina de editar libros sobre música de la que tenemos la suerte de ser, justamente, contemporáneos, se sumó a este período de homenajes con el precioso volumen titulado En el final de aquel verano interminable, que recopila textos, conferencias y entrevistas a Gandini. Qué asombrosamente oportuno parece el título, además, al darse este triste aniversario luego de un verano que nos agobió y amenazó con no tener fin.
En el prólogo, Ricardo Piglia explica que el título es la frase inicial de la novela que Gandini nunca escribió y que funcionaba como un juego con amigos. Macedoniana como la Novela de la Eterna, gandiniana en el manejo del registro potencial de la obra, muy emparentado a la literatura conceptual con la que Piglia prefiere llamar al supuesto género fantástico de Borges.
Sucede que Gandini, el que tuvimos la suerte de conocer y el que, para muchos lectores, se despliega en abanico en estas páginas, fue un compositor muy argentino. Argentino en el sentido que tiene esa palabra en una genealogía que es más propia de la literatura, o del psicoanálisis, y no tanto de la música “culta” de nuestro país. Ya en las primeras entrevistas del libro, las de los setentas y ochentas tempranos, se puede leer la intención de Gandini de construir un dispositivo de escucha. Como Borges, como su querido Emilio Renzi, trata de inventar, sino un público, al menos una historia. ¿Hay una historia de la música argentina? Gandini conoce la historia oficial, la nombra, la ve en los programas de concierto, pero sabe también que hay algo nuevo que puede fundarse desde ese momento que siguió a la implosión de las vanguardias a nivel global y que él detecta en seguida. Es notable que en todo el libro aparezca una sola vez la idea de posmoderno, y no la dice Gandini. Pero hoy, a cierta distancia, se lee con mucha contundencia el armado de un proyecto: una música para un período sin nuevas ideas, pero con toda la historia a mano. Una estética que toma lo que necesita sin respetar jerarquías ni dar explicaciones. Schumann con Ellington, Mozart con Cambalache. Tiene claro que eso viene de Borges; diríamos también que viene del robo a la biblioteca en El juguete rabioso.
Desde el agotamiento de la experimentación que percibe en los años setenta hasta la desconfianza que le despiertan las técnicas extendidas (producción de sonidos no convencionales en instrumentos tradicionales) en 2011 hay una línea recta nítida: su música va por otros carriles. En el Di Tella “frotaba todo con un arco”, según él mismo ironiza, pero en sus obras de madurez aparece un lenguaje musical diferente, que no es la apropiación caleidoscópica de la Sinfonia de Luciano Berio ni el desmantelamiento por absurdo de Mauricio Kagel, sino más bien la construcción, ante todo, de una biblioteca personal, de un cantero heterogéneo de obras, de repertorio concreto, que se convierte directamente en material. Lo que queda finalmente no es el diálogo con la historia, en todo caso la que dialoga con la historia (de la música) es la vida. Pero la vida actúa como tamiz y arroja un tanguito de la vieja guardia cuyo nombre Gandini no recuerda, agrega unos momentos de Schumann, conserva algún acorde de La noche transfigurada y guarda incluso sonoridades extraídas del Tratado de Armonía de Arnold Schönberg (es inusual, quizá no visto antes, que un manual de conservatorio sea cantero de material musical).
La figura de Gerardo Gandini aparece vista como en distintos planos gracias al montaje de textos. Los mismos temas vuelven, a veces desde la entrevista, otras desde un artículo, otras veces en un poema. Y funciona como un personaje, se instala segmentariamente, in medias res. Refleja su(s) tiempo(s) y da cuenta de posiciones críticas hacia la música que ahora pueden sopesarse a distancia segura. Que un compositor que no busca hacer algo nuevo sería naïf, que la generación que lo siguió no aparecía por ningún lado. Más allá de acordar o no, es en esas tomas de posición donde vemos un sólido convencimiento en su postura estética. Después de todo, por más rigurosas y castradoras que suenen algunas declaraciones, lo que nos quedó de Gandini fue, también, su trabajo con Fito Páez, o sus grabaciones en vivo con Piazzolla (cuya música, por cierto, describe en dos líneas con filosa certeza y absoluta precisión técnica).
Y después están los otros textos. Los que más nos interesan a los músicos, los que ya circulaban en fotocopias, los que encontramos en la revista Lulú en alguna biblioteca.
Del recato y otros pudores, texto que funciona como un irónico momento del compositor ante el espejo, es un refinado y (artificial) fluir de la conciencia en el que no faltan dos elementos que juzgaríamos esenciales en un texto sobre música (pero que rara vez están presentes): música (“Tendríamos entonces: mi, re, sol sostenido...”, etc.) y honestidad (“Arvo Pärt, ¿se la creerá?”). Mientras compone, Gandini dialoga con la historia, es decir con lo que él mismo es al componer: una serie de cosas que sí y cosas que no, sin importar la “jerarquía” que puedan tener. Al ironizar sobre Pärt, Boulez o Philip Glass Gandini está, en última instancia, decidiendo que no optará por una enorme cantidad de opciones posibles para seguir componiendo. No optará por las que esos compositores hubieran elegido.
El libro incluye también Objetos encontrados y su expansión Seminario Objetos Encontrados. Y aquí es necesario decir: se trata de uno de los apuntes de composición más precisos, claros y motivantes de los que se tenga noticia. Quizá el libro de Messiaen sea comparable, en cuanto a la claridad y especificidad de los procedimientos que plantea. Bien podría uno crear un cuadernillo de actividades, como en los libros de orquestación, y depurar el uso de estas técnicas. A compositores y estudiantes, en diez páginas, Gandini nos muestra las cartas. Lo demás está en la habilidad del jugador.
El trabajo editorial de Pablo Fessel y Ezequiel Grimson, que hizo posible este libro, es un regalo esperado para el mundo compositivo argentino. Gerardo Gandini aparece en estas páginas con toda la precisión de su prosa y la enorme profundidad de su pensamiento.
3 de mayo, 2023
En el final de aquel verano interminable
Gerardo Gandini
Prólogo de Ricardo Piglia
Gourmet musical, 2023
208 págs.