“Aquí en mi país jamás recibí el menor reconocimiento, salvo una medalla de la Municipalidad de Chacabuco, mi pueblo”, dice Haroldo Conti en una entrevista de Revista Crisis en agosto de 1974, titulada “Compartir las luchas del pueblo”. Sacada de contexto quizás parezca un reclamo, pero está dicho casi al pasar como para contrastar con las invitaciones que había recibido desde Cuba por la Casa de las Américas, como jurado y como premiado. Nacido en 1925 y desaparecido a sus casi 51 años en 1976, Conti vivió en democracia plena, sin proscripciones ni dictaduras, sólo 18 años, de los cuales casi la mitad fueron sin la participación de mujeres en el voto popular: el Estado, para decirlo de algún modo, tenía otras preocupaciones. No obstante, que se haya recuperado su nombre como parte de las políticas de memoria institucionales, como en el Centro Cultural por la Memoria en la exESMA o conmemorando el Día del Escritor Bonaerense cada 5 de mayo, fecha de su secuestro y desaparición, constituyen necesarios reconocimientos para uno de los escritores sobre los que el olvido insistió en caerle encima. La publicación de En prensa (1955-1976) por parte de la flamante y pública Ediciones Bonaerenses entre los primeros títulos de su catálogo, se inscribe en ese recorrido de reparaciones.
El prólogo estuvo a cargo de Juan Bautista Duizeide, “un riguroso conocedor de la obra de Conti” y autor del ensayo biográfico “Alrededor de Haroldo Conti”, que es donde se apoya este texto en el que, para ubicar esta compilación y al autor en su tiempo, señala: “No fueron tantas las intervenciones periodísticas de Conti si las comparamos con las de contemporáneos como Rodolfo Walsh, Enrique Raab, Sara Gallardo o Ana Basualdo”. Conti no ejercía plenamente como periodista y estos veinticinco textos reunidos, de los cuales más de la mitad no habían sido editados en formato libro, además de notas sobre cine, crónicas y opiniones, incluyen una conferencia, una intervención en un debate, entrevistas que le realizaron. Algunos ya eran accesibles, otros son hallazgos que nutren aún más aquellos que conocíamos. Están organizados en cinco bloques temáticos (orígenes, cine, política, viajes, literatura) y una coda en la que valoriza, una vez más, a Chacabuco.
Los años en la tapa son elocuentes: 1955-1976, dos años claves por sí mismos y por todo lo que pasó durante en la historia argentina, también latinoamericana. Desde el Golpe a “la tiranía”, como llama al peronismo el joven universitario Conti en sus artículos breves sobre cine publicados entre 1955 y 1956, hasta el último Golpe que no demoró más de 40 días en secuestrarlo y desaparecerlo. En ese período en el que “los problemas del país” atravesaban todos los ámbitos, Conti asumió cada vez un compromiso mayor. Es notorio el cambio en los modos entre ese Conti de palo académico y el que diserta en su escuela primaria en 1966, y más aún con el que firma “Tristezas del vino de la costa”, tal vez su crónica más conocida, publicada un mes antes de su desaparición.
Luego de recibir el Premio Municipal por Todos los veranos, su primer libro, en 1966 fue invitado a dar una conferencia como exalumno y “laureado escritor” en la Escuela N°12 de Chacabuco, donde disertó sobre “Literatura y Vida”. En el texto, recuperado para esta edición del diario local de entonces, se lee a un Conti agradecido y nostálgico por un lado (“En realidad, yo nunca salí de aquí”), pero también al escritor que estaba empezando a ser. Entre otros aspectos sobre el oficio, desarrolla un contrapunto interesante entre Morosoli y Borges por sus formas de abordar las realidades desde la ficción: “Detrás de Morosoli hay un mundo poblado de gentes. Detrás de Borges hay un vacío poblado de ausencias”. Ese planteo es identitario: Conti pondrá esas “gentes” en el centro de su producción, y se alejará de los pedestales y circuitos de letras que buscó y lo desencantaron. “Después de todo”, dirá, “no es tan importante vivir como escritor sino escribir como tal”.
En estos textos se percibe el desarrollo de una obra y un pensamiento marcados por la humanidad de sus personajes, dando vida a través del “viejo artificio” de la escritura a trabajadores, buscavidas, aventureros curtidos en los vaivenes de estas tierras que se cruzaba en el camino, sean otros escritores por entonces solapados (menciona muchos “rescatados” en este siglo por editoriales independientes: Moyano, Di Benedetto, Tizón, Baldovin), laburantes que sobreviven al despojo como los de la Isla Paulino o militantes sociales involucrados en las luchas populares, como los fusilados en Trelew o el propio Che Guevara.
No era periodista, tampoco se definía como escritor. “Fue maestro de escuela primaria, profesor de latín, navegante, guionista de cine y piloto civil”, lo describe la solapa. O “un tipo que hace cosas por el placer de hacerlas”, como se define él mismo en una entrevista con Gente en 1971, en días que ejercía de fletero después de ganar el Premio Barral por En vida. “Siempre he pensado que el escritor puede trabajar de muchas cosas, menos de escritor”, dice también en esa entrevista titulada “El oficio de vivir”. A fin de año, por ese premio, compartió la tapa de los personajes del año en la Revista con Graciela Borges, Carlos Bianchi y Fernando Bravo, entre otros. Esos flashes, sin embargo, no lo cautivaron: unos meses después rechazó la beca Guggenheim por ser una política de colonización del imperialismo estadounidense.
Hay otro rechazo menos conocido al Congreso de Nueva Narrativa Hispanoamericana en Colombia de 1974. En una carta al presidente del evento, Conti argumenta brevemente (por no invitar nadie de Cuba, por ejemplo) y dice: “Además fíjese usted, Gardeazábal, el tema anodino que se propone en este momento crucial de América que arde por las cuatro puntas, cuando la mitad de sus artistas e intelectuales son perseguidos, encarcelados, torturados y aún muertos: La evolución del lenguaje en la nueva narrativa hispanoamericana”. (¿No podría ser un título de un Congreso hoy? ¿Sería tratado como anodino por alguien?) En el otro extremo, al volver del Encuentro Latinoamericano de Cultura en Guayaquil en el que se creó el Frente de Escritores de Latinoamérica, dice: “El apoliticismo no es más que un punto de vista vergonzante y reaccionario en la concepción y expresión culturales”.
Sobre todo en esos años '70, como escritor, como trabajador de la cultura, Conti era uno más de los que miraba todo a través del prisma de “compartir las luchas del pueblo”. Todo estaba politizado, atravesado por convicciones ideológicas cada vez más firmes. Con actitud de manifiesto o con calidad estética, el punto desde el que observaba y decía era el mismo. Ahí también radica la relevancia de esta puesta en valor de Haroldo Conti en la prensa gráfica. Esas posturas también hacen del libro una conversación, o una discusión, con la actualidad, con estos tiempos que aceleran hacia algún lugar desbordado de precariedades no sólo materiales, sino también simbólicas; “nuestra inmensa y rebelde pobreza”.
El costo de ese compromiso fue alto. Ya en 1975 la Dirección de Inteligencia de la Policía bonaerense dedicó un legajo a Mascaró: “propicia la difusión de ideología marxista”. A fines de ese año, en una carta que le escribe al director de Casa de las Américas, cuenta sobre un Golpe brutal que se aproxima y que habrá 30 mil muertos. El Golpe sucedió noventa días después, el saldo fueron 30 mil desaparecidos. Conti es uno de ellos. En tres años se conmemorará el centenario de su nacimiento y tendremos –como sociedad, como bonaerenses– En prensa como otro argumento para decir presente”. Parafraseándolo, Conti escritor vive, sus textos los escribió la vida, Conti vivirá siempre.
13 de julio, 2022
En prensa (1955-1976)
Haroldo Conti
Ediciones Bonaerenses, 2022
160 págs.