De la editorial seré breve, llegó, hacia fines de 2023, Enemigo pudor, de Luis Chitarroni. El eco lezamesco que remite a la poesía, enemigo rumor, asoma, aquí y allí, en varios de los diferentes textos que integran el volumen, como si el trabajo de Chitarroni sobre la poesía fuese un carmem perpetuum escandido por ese recuerdo lezamesco, entre otros varios ritornelos. Si se organizara un curso de escritura creativa sólido, que incluyera el arte de escribir reseñas, en su CBC, estos textos, junto con los de, por ejemplo, Fabián Casas, que, entre los recuerdos familiares, las canciones apocalípticas o las series trasnochadas, enhebra el análisis de un libro, deberían figurar como lectura obligatoria. Las reseñas recuperadas aquí, junto con entrevistas, presentaciones de libros, “casi obituarios” y homenajes, elevan el arte de escribir reseñas, siempre situadas en el yermo de la crítica cultural o del periodismo cultural, liquidadas en dos o tres párrafos que resumen el argumento de un libro y algún dato mínimo del autor, información muchas veces bajada por el cable o mailing de la propia editorial, al nivel preciosista de un texto algo barroco, algo intrincado, algo misterioso, sin dudas no deglutido ni demasiado lineal, que extrapola los escuetos límites prestablecidos del género o asumidos por los reseñistas nuestros de cada día.
Eduardo Ainbinder firma, como compilador del volumen, un diario del editor titulado “Conversaciones de nota al pie” que comienza el día de la propuesta de esta reunión y acaba poco después de la muerte de Chitarroni. El diario recupera e hilvana las conversaciones, dadas en el intercambio de correos electrónicos, de posibles textos a incluir, el pensamiento conjunto, el trabajo de archivo, el proceso del trabajo. El final de la primera respuesta de Chitarroni gana el status de subrayado rápido: “Me quedé sin nada. Nada soy”. El archivo, frente a esa pérdida de lo material, deberá correr en simultáneo entre las búsquedas de Ainbinder y el recuerdo y reconstrucción de Chitarroni. Una antología comentada, en el sentido de reconstruida. Ainbinder al tiempo que anota sus recuperaciones acota adjetivos de la poética ajena: una escritura con un grado de experimentación notable, memoriosa, con “digresiones, derivas, alusiones en fuga antes o después de conceptualizaciones memorables, frases sacadas de quicio por razonamientos singularísimos, o simplemente por la inclusión de un matiz que no estaba en los cálculos de nadie, “pero un matiz es un matiz, no cualquiera lo merece”, apuntó en uno de sus ensayos. Y siempre, nombres de escritores”. Los e-mails que se citan, más o menos de modo extenso, aquí, le dan a este diario un aspecto narrativo, en tanto relato de correspondencia, al tiempo que los caracterizan como un género, el género del intercambio de e-mails. En ese flujo surge el nombre, “enemigo pudor”, un hallazgo que cada uno atribuye al otro, misterio relámpago que bien habla de este libro, un libro construido de a dos sobre la reconstrucción de la voz, pasada y después ausente, presente apenas en el intercambio de mails y apenas durante un cierto periodo de tiempo, del otro.
El breve libro está organizado en secciones que dividen los textos en distintos tipos. Se trazan perfiles de poetas –Mariane Moore, Pound, por ejemplo–, biografías cubistas a base de anécdotas polimorfas en los límites de la verosimilitud y la boutade, repleto el jardín de gente con –sincero homenaje borgeano– nombres ignotos o poco fatigados. Se lee la tradición de forma lateral, es decir: Joyce, sí, pero el Joyce poeta y traducido al castellano; Lugones, sí, después de todo, Lugones. La tradición de la traducción, la tradición de la edición, métiers que conocía, de hecho, muy bien. Se lee a sí mismo, también, de forma lateral, en esas otras poéticas, en que encuentra, como líneas de fuga, características del propio trabajo, por ejemplo, cuando enumera los achaques de los críticos clásicos –“prebarthesianos”, aclara– a William Empson: “una memoria asombrosa no exenta de fantasía, fogosa erudición, un conocimiento profundo de la materia elegida –en este caso, la poesía y el drama inglés– no exento de facilidad asociativa, cierta calma ufana, cierto aplomo increíble que nadie puede confundir con modestia aun o sobre todo en la incertidumbre”. Varias afirmaciones generales sobre el poema van desperdigándose como un rosario a lo largo y ancho de Enemigo pudor, sin poder discernir con total seguridad si se tratan del poema analizado en particular, de la poética del autor analizado o del poema en general, según considera Chitarroni. Se lee la reseña, en tanto género, mientras se la va escribiendo, esto es, continuando: “el carácter provisorio y amnésico de una reseña zozobra siempre entre el ajuste por aproximación y el ajuste por distanciamiento”, y su escritura tiende hacia una “neurótica simetría”. La orfebrería de la frase, su barroquismo, está puesto al servicio de la sabiduría del texto de divulgación, sin desparramar datos, apenas dejándolos allí, a la vista, usándolos de modo pródigo en la aposición o sustitución del sujeto. Una erudición (en principio anglosajona, pero también argentina) que no lastima ni snobea al lector en su arrebato contra la así llamada “claridad” y su defensa del diccionario; una lectura enciclopédica anacrónica, otrora posible, hoy post-humana, a merced de los motores de búsqueda. Hay, en estos perfiles iniciales, gracias a esos recursos, un camino para hacer de la reseña un arte, superar los límites del género y así salir de la condena descriptiva o impresionista.
En la escritura se percibe un oído dispuesto al eco y, del eco, al juego de palabras. Son textos que suenan. De hecho, una reseña sobre Girri, sin título, adquiere el de las primeras líneas: “La educación del oído”. Allí, también afirma: “Pensar es, después de todo, una operación afectiva del cerebro, operación que establece, como todas, violencias y armonías”. Eduardo Ainbinder recupera así, de ese modo, al Chitarroni lector (y autor) de poesía, al disponer textos sobre poesía con recursos propios del poema. Frases que parecen versos, versos que invaden frases, como un vecino inoportuno sin embargo esperado. Girri, entonces, los Lamborghini, Arturo Carrera, Alejandra Pizarnik, Fogwill, Tamara Kamenszain, entre otros, son los poetas argentinos que van apareciendo, sus colegas. En el análisis de Textos de sombra y últimos poemas, de la última poeta, en palabras de Aira, es en donde se lo nota flaquear merced al mito de la poeta, rara sirena de nuestras letras, que lo envuelve en sus palabras y lugares comunes, verbigracia “la viajera fascinada se confía a la niña monstruo”, que la crítica posterior difícilmente consigue aún evadir. Y, curiosamente, son todos textos que se disparan, derivan, no hay un análisis lineal del texto que vaya de A a B: de los poemas de Osvaldo Lamborghini, por ejemplo, se llega a una “anécdota satori” de Aira que lo define más bien a éste que a su reseñado y así, deteniéndose en esa escena con el discípulo, cierra la reseña, como si ese cierre fuese el mejor, porque queda en abierto. Por momentos, recuperados en libro, fuera del soporte inicial en que aparecieron publicados, de estos textos resulta difícil recuperar el dato dicho de soslayo, incorporado por la memoria providencial de Chitarroni. Difícilmente un ajeno que se topase con estos textos inocentemente en su soporte primero pudiera captar todo lo allí contenido. Son textos difíciles, de lectura y comprensión, y allí radica –si la hay y quiero creer que la haya– su ética de la reseña.
Muchos de esos poetas sobre los que escribe son o fueron los pares, habitantes de una misma generación, arbitrariedad del tiempo. Por eso, estos textos reunidos son, antes, lo fueron en su momento, recuperaciones, relecturas de lo leído en su edición original, princeps. En la lectura de la biografía de Osvaldo Lamborghini de Strafacce, así, los materiales que sirven de soporte al biógrafo, muchos conocidos, son releídos. Una relectura, a pesar de la obviedad, es una segunda lectura, diferente a la primera, resituada. Una lectura que, como cita enigmáticamente, busca y parte de “leerlo todo de nuevo”. Chitarroni vuelve a leer, lee lo que leyó en aquel momento y, en ese retorno, se efectúa un viaje en el tiempo. Así también el texto sobre la poesía completa de Fogwill quien, por fin, “ha aprendido a escribir con la boca cerrada”. Lo que persigue es, de nuevo, en estas relecturas que recuerdan la lectura primera, el “enemigo rumor persistente”, como lo llama. Sus relecturas son lecturas personales, insistencias fuera “de una vulgata que ha domesticado las paradojas para que desfilen sin gracia ante un certamen de equivalencias”, del “cuerpo menor de las notas al pie, [de] las paráfrasis donadas por académicos alfonsos, [de] todo lo que huele a cita”.
Las necrológicas de poetas tienen su gracia particular. La de Zelarayán, particularmente. En la de Diniz, autor de Mansalva, por ejemplo, el “enemigo rumor” reaparece y se asemeja a aquello que Casas suele llamar la “voz extraña” del poema. Es, con todo, la sección SI YO TUVIERA QUE ESCRIBIR UNA HISTORIA DE LA POESÍA, la mejor, o la que produce un gozo inmediato, y hasta neobarroco: la presentación en 1989 de Children's corner, de Carrera o la entrevista a Perlongher, por ejemplo y en ese sentido, son oro puro. Oro, oro, oro. Valen el libro. Por ¡ caso, Néstor vuelve, como tituló Cucurto, y antes de lanzar Parque Lezama conversa con Chitarroni y, en menor medida, Luis Bacigalupo, sobre la escritura, el neobarroso, su obra hasta ese momento, la antropología, sus lecturas teóricas, la musiquita del verso, el devenir declamadora, el estado alucinante y alucinatorio, extático, que es el estado poético. “Si hay un orden en lo real, también hay un orden en el discurso”, suelta, y agrega poco después, como defendiendo su poética, sus elecciones, “entonces hay que trabajar con el lenguaje y explotar al máximo su belleza, y explotar también al lenguaje, ¿por qué no?”, y uno quisiera, allí, leer el diálogo completo y no este recorte que, se excusa Chitarroni en la introducción, él se apena de presentar, por cuestiones meramente espaciales. Trabajar el lenguaje, explorarlo en el sentido de explotarlo, hasta la joya, insiste el antropólogo del éxtasis urbano, y señala el que fuera, en su época, un camino de la escritura, hoy abandonado, como atestiguan la rareza de estos textos reunidos de Chitarroni.
18 de septiembre, 2024
Enemigo pudor
Luis Chitarroni
Compilación de Eduardo Ainbinder
Ediciones seré breve
150 págs.