En octubre de 1928 Virginia Woolf dictó una serie de conferencias en universidades británicas que reuniría al año siguiente en un libro de fama mundial: Un cuarto propio. Este cuarto, es sabido, literaliza una metáfora de cuño feminista: si la mujer tuviera un espacio tanto físico como social (y tan privado como público) para hacerse de la palabra y empuñarla a su antojo, otro habría sido su cantar como productora de literatura en el cruento torbellino de la Historia. Un cuarto propio que, por inexistente en los albores del siglo XX, Woolf configuró en su acalorado trajín epistolar con la poeta aristócrata Vita Sackville-West (casada con Harold Nicholson, prolífico, a su vez, en devaneos homoeróticos).
En Escríbeme, Orlando se reúnen, entonces, las cartas que Woolf le enviara a Vita, su amiga y amante, entre 1922 y 1928, y que exponen, en gran medida, los entretelones de la novela más accesible (y posiblemente más escandalosa) de nuestra autora: el Orlando, publicada originalmente en 1928 por el sello del matrimonio Woolf, el célebre Hogarth Press. El objeto de estas Cartas se recorta con nitidez sobre la relación entre ambas damas y su peculiar articulación con la ficción. El epistolario abre en 1922, año en el que se conocen en persona, y termina en 1928, tiempo en el que Woolf termina de escribir, efectivamente, el Orlando. La conexión, que trenza literatura y vida de un modo peculiarmente productivo, podría resumirse de una manera más o menos sencilla: embelesada por la personalidad y su vínculo con Vita, Virginia la toma como modelo para su cambiante protagonista. “Imagina –le escribe el 9 de octubre de 1927– que Orlando en realidad sea Vita, y cada palabra sea sobre las lujurias de tu carne y la seducción de tu mente (...). Me tienta la manera en que podría revolucionar las biografías en una sola noche”.
El Orlando lleva en su versión inglesa el subtítulo “Una biografía”, género que Woolf manosea, claro, a trote y moche. El héroe, un buenmozo hombre de letras, comienza su periplo en los tiempos isabelinos para terminarlo, siglos después, en la Primera Guerra Mundial. Orlando se ha codeado con grandes personalidades, ha atravesado procesos histórico-culturales sin parangón, y, en plena época victoriana, intercambia pareceres, fluidos y géneros con el liberal Esquire Marmaduke Bonthrop Shelmerdine. En esta relación, el binarismo tradicional trastabilla y el varón y la mujer parecen confundirse, fusionarse, invertirse. Más allá de las burlas a toda convención biográfica con la que se cruce, la sospecha de un anhelo personal subyace en la obra: el de refractar en la ficción las libertades cercenadas en una realidad de peligrosa pacatería.
De cualquier manera, mientras asistimos al envalentonamiento de su amorío (“Esto se está volviendo cada vez más oscuro y estamos incubando un incendio”, le asegura el 26 de agosto de 1924), el clima de la rugiente editorial, de las tertulias sociales, y los encuentros con amigos íntimos y el grupo de Bloomsbury, pintan una atmósfera que roza tanto los ambientes de trabajo vertiginoso como las reuniones de alta alcurnia. En una carta de marzo del '27, Woolf ofrece un elocuente pantallazo de una jornada en Hogarth Press (instalada en el subsuelo de un edificio en cuyo pisos superiores funcionaba una firma de abogados): “No puedo imaginarte en el sótano, donde la vieja Cartwright se rasca la cabeza con un lápiz y el piso se vuelve polvoriento con átomos de papel y Angus bosteza con su cigarrillo, los maleteros mojados de pie y Pinker [el perro] muerde con trozo de cordel y suena el teléfono y escuchamos el ruido de Pritchard corriendo de arriba abajo”.
El Orlando conjura la aspiración máxima del amante: concebir al amado desde sus mismos fundamentos y moldearlo a gusto; tallar su rostro, esculpir sus partes, cincelar su rumiante psicología; ingeniar, al fin y al cabo, su mismísimo ser. “Este año, como puedes imaginar, –le asegura Virginia a Vita en 1927– me pareces más inalcanzable, más brillante, más adornada, con las piernas más blancas, más feliz, galante y aventurera que nunca”. La ficción, así, cristaliza aquello que, por definición, se escurre en la agitación de lo real. Y retrata, a su misterioso modo, oblicua, travestidamente, la máscara de ficción que impregna el rostro de todo verdadero artista.
8 de noviembre, 2023
Escríbeme, Orlando. Cartas a Vita Sackville-West 1929-1928
Virginia Woolf
Traducción de Ángelo Narváez León
Prólogo de Gabriela Wiener
Banda Propia, 2023
364 págs.