Escritor Profesional, el nuevo libro de Edgardo Scott, configura junto con Caminantes y Contacto una suerte de tríptico ensayístico. Porque al margen de sus diferentes objetos, hay una continuidad en el tono coloquial, en los capítulos breves y en un collage de citas que funcionan como un verdadero andamiaje argumentativo. Se trata de libros que recuperan la vieja tradición argentina del ensayo crítico de escritor, distanciándose tanto de los escritos burocráticamente académicos y de la divulgación más chata. Un linaje que se asienta en una serie de nombres propios que Scott no escatima: Elvio Gandolfo, Luis Gusmán, Carlos Correas, David Viñas, entre otros.
Al igual que Contacto, Escritor profesional es un ensayo de coyuntura. Pero si en el primero el aislamiento por el COVID fue el motor para la reflexión sobre el cuerpo, las relaciones interpersonales, el control y la paranoia, ahora lo que dispara la reflexión crítica es el estado actual del campo literario argentino. En este sentido, el lector ideal del libro, aquel que largará carcajadas y lo discutirá, será aquel que está al tanto del espectáculo del campo literario argentino y sus miserias de baja intensidad. Un espectáculo que hace del culto a la propia imagen de escritor un fin en sí mismo. No en vano, Guy Debord es uno de los guías críticos del ensayo.
Irónico, Scott utiliza la figura del “Escritor profesional” para condensar una serie de vicios que hoy se habrían vuelto hegemónicos en nuestro campo literario. La figura elegida no es azarosa ni inocente. Scott no habla del viejo y barthesiano “autor” ni del benjaminiano “productor”, no. Le añade el “profesional” a “escritor” para dar cuenta de una figura que tiene más que ver con el marketing de la autofiguración y la voluntad de éxito que con la práctica de la lectura y la escritura. Así, el ensayo se presenta como una intervención sobre el presente más inmediato: su título alude, por ejemplo, a las discusiones en torno a si los escritores deben ser considerados (y más aún, si deben considerarse a sí mismos) “trabajadores de la palabra”. Por eso no sorprende que los dos capítulos dedicados a discutir la relación entre literatura y trabajo sean reformulaciones de textos producidos bajo el calor de la inmediatez en su muro de Facebook.
La figura del “Escritor profesional” está construida con las herramientas de la descripción irónica antes que las de la argumentación. Así, se va diseñando una suerte de enemigo ideal, un sujeto que no lee poesía, que solo se preocupa en figurar, lee poco y mal, y hace de la autofiguración su razón de ser. Este tilingo con pretensiones es, según Scott, citando a Mark Fisher, el escritor del realismo capitalista, un escritor que esencializa las condiciones de producción del presente. Ahora bien, resulta llamativo que un ensayo plagado de citas y nombres propios, casi no mencione a representantes que encarnen la figura del “escritor profesional”. ¿Anhelo de conservar los buenos modales? ¿No darles el gusto de la figuración a sujetos sedientos de menciones, aún en la crítica? Lo cierto es que ese borramiento provoca que el lector se divierta adivinando los nombres insinuados por Scott.
En cambio, los nombres propios que sí aparecen a lo largo del ensayo configuran una suerte de canon personal integrado por una mayoría de autores argentinos, algunos europeos y norteamericanos y ningún latinoamericano: Pascal Quignard, María Moreno, Roberto Arlt, Witold Gombrowicz, Alberto Tabbia, Germán García y un larguísimo etcétera. De todos ellos resaltan dos, quienes posiblemente encarnen dos formas de ética literaria que antagonizan con el Escritor profesional: Rodolfo Walsh y Gustavo Ferreyra. Contra la despolitización (incluso bajo su forma de corrección), el compromiso político y literario del autor de Operación Masacre; contra el imperio de la visibilidad, el perfil bajo de la obra del autor de Piquito de Oro.
Escritor profesional es un ajuste de cuentas, sí. Pero junto a la negatividad aparece la fuerza afirmativa. Frente al moralismo progresista, la ética de una escritura que busca las complejidades de la literatura; frente a la escritura considerada como un trabajo más, el gasto improductivo de la poesía como horizonte de lo deseable. Porque, adorniano al fin, Scott nos vuelve a decir que la potencia política del arte no está en sus declamaciones fáciles y la repetición de lo ya sabido, de lo ya considerado bueno. El arte es realmente político cuando desatiende el canto de las sirenas del presente, cuando, como en la imagen de Macedonio Fernández que cierra el ensayo, se escribe, en silencio, solo, lo que se debe escribir.
23 de agosto, 2023
Escritor Profesional
Edgardo Scott
Godot, 2023
128 págs.