“¿Qué es un periodista por infeliz que sea? Es un tipo que tiene una manía de servicio para los demás, somos una especie de pequeños héroes miserables al servicio de los demás”, dijo Antonio Di Benedetto en 1972. Argentino pero no de Buenos Aires, ya había publicado buena parte de su obra literaria y llevaba casi treinta años como periodista en Los Andes, el principal diario de Mendoza, en el que también era subdirector. Dicen que era severo como jefe pero que respaldó siempre a los periodistas a cargo. Dicen que era consciente del lugar de poder y prestigio que ocupaba en la sociedad mendocina. Cierta ética periodística –esa manía, ese heroísmo miserable– hizo que el 24 de marzo de 1976, dos horas después de oficializado el golpe de Estado, los militares lo secuestraran para asegurarse el silencio: al otro día, Los Andes tituló: “El país vive y trabaja normalmente”. Del subdirector, nada.
Con 53 años, estuvo 17 meses detenido bajo torturas hasta ser liberado en septiembre de 1977 y en diciembre debió exiliarse; terminó por instalarse en Madrid. “Nunca sabremos cómo Di Benedetto elaboró emocionalmente la condición que lo arrojó a una vida de sobreviviente en un país extranjero donde tendría que rehacerse solo, sin su biblioteca, sin siquiera sus originales, con poco dinero y los escasos objetos que había podido llevar consigo”, escribe la investigadora Liliana Reales en el prólogo a Escritos del exilio. Textos desde Madrid 1978-1983, una nueva compilación de artículos periodísticos del autor de Zama que permanecía desconocida, publicado por Adriana Hidalgo, la editorial que desde fines de los 90 se encarga de la reedición de su obra completa.
El hallazgo fue de Mauro Caponi, un investigador que, en su formación doctoral dirigida por Reales, viajó a Madrid a esclarecer el trabajo de Di Benedetto en su destierro. Tal vez porque el exilio, después del encierro y la tortura, sea una experiencia intransferible, Di Benedetto casi no habló sobre eso. Se supo poco de su actividad allá y lo que se supo estuvo teñido por el relato de una depresión crónica y una pobreza constante que no negó, que su entorno se encargó de alimentar. Sí se sabía del trabajo en la revista médica Consulta Semanal, donde firmó unas 40 notas en cinco de los siete años que pasó en España y presidió el Consejo de Redacción. Para Caponi algo no cerraba y viajó a Madrid a sacarse la duda. Y al poner la lupa, en un gesto doblemente borgeano, encontró un tesoro.
En la edición del 11 de julio de 1980, vio una nota firmada por Greco titulada “Borges íntimo”, que se proponía aprovechar de un modo diferente la visita del escritor argentino junto a María Kodama e ironizaba sobre el conocimiento de Borges en España “ya que ni a Cervantes han leído suficientemente los españoles”. Habla con ambos para saber qué desayuna, si duerme siesta, si está mejor de la vista, porqué prefiere el cine y no la música dada su ceguera, qué está escribiendo. Pero en el texto no está la clave, si no en las fotos que lo acompañan: en una, se ve a Kodama en primer plano y atrás un espejo en el que se reflejan, sentados uno frente al otro, Borges y, ahí la magia, Di Benedetto.
Greco, entonces, no era otro que él: esa fue la punta del ovillo que permitió descubrir, luego corroborar y al fin recuperar el trabajo que había realizado en su exilio, en el que, a cargo de la sección cultural de la revista, usó distintos seudónimos para firmar sus textos. No eran unas 40 notas en cinco años, sino un total de 343 artículos sobre cine, artes plásticas, literatura y teatro que publicó semana a semana, a veces más de un texto por edición. Firmaba con su nombre completo, con sus iniciales o con seudónimos como Greco, Ben Simple, Ditto o Numa, igual que una dedicatoria a su madre de 1958.
La primera firma en Consulta Semanal fue el 17 de noviembre de 1978, menos de un año después de haberse instalado en Madrid, y la última el 16 de diciembre de 1983. Reales, que había reunido los Escritos periodísticos 1943-1986 con lo publicado sobre todo en Argentina, insiste en que la depresión y la pobreza sobre la que se habló en torno al exilio de Di Benedetto fue parte del mito que se construyó a propósito de su figura que solía definirse como “tristísima” o “autodestructiva”: “La situación profesional en el exilio puede no haber sido la deseada, puesto que su empleo más largo y significativo fue en una revista con intereses editoriales muy diferentes de los que motivaron la vida periodística del autor antes de la cárcel. Sin embargo, en la revista fue reconocido su valor como periodista y ocupaba el cargo periodístico de coordinación entre la dirección y el equipo de reporteros”. Además, en esos años dio conferencias, participó de eventos, publicó Cuentos en el exilio, reeditó otros y escribió su última novela, Sombras, nada más. Es decir, está lo insondable, lo intransferible de la experiencia del destierro, pero también está el trabajo diario, la responsabilidad periodística, la escritura permanente.
Escritos del exilio, de casi 600 páginas, es una selección de más de 100 artículos sobre arte, baile, literatura, teatro, cine, con el filo de la crítica de Di Benedetto: cuestiona la representación teatral de El proceso, de Kafka, o la última película de Pasolini, discute un premio a Fellini, describe una gran muestra de Paul Klee y convoca a otra en “Los cuadros de Matisse no muerden”; escribe sobre surrealismo e impresionismo, también sobre Picasso, y destaca a la recién estrenada Fitzcarraldo, de Herzog, y a ET, de Spielberg. Elogia cuando puede a Héctor Tizón y, así como celebra el Nobel a García Márquez, se mete en los rumores, una y otra vez, de que ese año o el siguiente o el próximo lo gane, al fin, Borges. También dedica una crónica al Primer Congreso Internacional de Escritores de Lengua Española, con presencias que fueron de Puig al “escondido” Rulfo. Y así, edición a edición, semana a semana, Di Benedetto reseñó una nutrida agenda que configura una cartografía cultural de esa España recién salida del franquismo: ese, otro valor de este hallazgo.
Señala Reales: “Sin revelar, a rigor, una verdadera ruptura con su estilo tan peculiar que, en sus inicios, resultó extraordinariamente innovador y asombroso, sufrió cambios, se suavizó, intentó hacerse más comprensible para un lector ajeno, ese Otro que, siendo formalmente usuario de la misma lengua, no comparte los mismos códigos culturales, los mismos sutiles procesamientos de ese evento siempre político que es la lengua”.
El último texto que incorporan es el único de esta selección publicado en el diario El País, del 19 de diciembre de 1983, titulado “Desaparecidos de cuarta categoría”. Ahí ubica a los exiliados como víctimas de la dictadura y plantea la necesidad de una reparación integral por parte del nuevo gobierno democrático: “Un programa íntimo reclamaría facilidades para la repatriación, restitución de bienes materiales, recuperación de la posición que se tenía al momento del golpe militar, compensación económica por el daño moral y el tiempo de permanencia en la cárcel”. Esa política no existió pero igual volvió a Argentina, se reencontró con su hija y su hermana, y en su provincia tuvo emotivos y reparadores homenajes de amigos y excompañeros.
En junio de 1984, en una profunda entrevista con Miguel Briante, citada por Reales en el prólogo y compilada por la editorial Mil Botellas en 2019, contó que había considerado dejar el oficio: “pensé que el periodismo me había hecho mucho mal”, dice. Consciente de una ética (“no causé simpatía en los militares”) pero a la vez sin otra arma con la que supiera defenderse, no lo abandonó. Di Benedetto no dejó nunca de pensarse como un pequeño héroe miserable al servicio de los demás.
Falleció en la ajena Buenos Aires, en 1986. Recién ahí el diario Los Andes volvió a nombrarlo en sus páginas.
8 de febrero, 2023
Escritos del exilio. Textos desde Madrid 1978-1983
Antonio Di Benedetto
Introducción y prólogos de Liliana Reales y Mauro Caponi
Adriana Hidalgo, 2022
584 págs.