El 28 de enero de este año, Javier Núñez recibió la noticia de que había ganado el prestigioso concurso de novela organizado por Casa de las Américas (Cuba). A quienes venimos leyendo su narrativa desde hace más de una década, este premio nos confirmó lo que ya sabíamos: que Núñez es una de las voces narrativas más potentes del país, que ha alcanzado la madurez en el oficio de escribir y que, fuera de las modas y los temas que impone el mercado editorial, sus novelas atrapan a lectores experimentados y de cualquier otra latitud de nuestro continente.
Con la humildad y la disposición de siempre, Javier aceptó mi invitación a conversar sobre su carrera, su escritura y la novela Hija de nadie, ganadora de este reconocido certamen. Los siguientes pasajes son parte del extenso y errático diálogo que mantuvimos la tarde del 08/02/2022 en un barcito cuyo exterior se asoma al río Paraná.
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¿Cómo es tu biblioteca? O, si preferís, porque es una pregunta muy abierta: ¿qué escritores o qué libros no te podés sacar de la cabeza y cómo ingresan en tu escritura, en tu estilo?
Mi biblioteca, fundamentalmente, es ecléctica; una biblioteca que se fue formando a través de constelaciones propias dictadas por los libros. Es decir, por algunos autores que fui leyendo y me referenciaron o me invitaron a otras lecturas y de esa forma se fue armando un mapa heterogéneo. En mi biblioteca se mezclan géneros, lugares de procedencia, muchas cosas.
Me cuesta señalar o incluso reconocer mis propias influencias. En parte, creo, porque tengo la sensación de que eso que llamamos estilo es una construcción que no se mantiene fija a lo largo del tiempo sino que va mutando, que sufre transformaciones, que se alimenta todo el tiempo de nuevos descubrimientos y fascinaciones que uno encuentra en otras lecturas. No soy el mismo escritor de hace diez años aunque se reconozcan, en aquel, marcas del mismo que escribe ahora y viceversa. Mis influencias, además ---sobre todo las más tempranas--- vienen también de la historieta o del cine, algo que se percibe mucho más claramente en esta última novela (Hija de nadie). Supongo que lo que puedo señalar son autores que me marcaron en tanto iniciadores de camino, gente que me empujaba a seguir leyendo o también a nuevas lecturas: Borges, Cortázar, Abelardo Castillo y, más acá en el tiempo, también la literatura norteamericana. Auster, Ford, Hemingway. De cualquier modo, leo mucho a mis contemporáneos y creo también que hay algo así como una influencia transitiva, cosas que uno va encontrando el modo de hacer propias en las marcas de los demás.
Tus libros se publicaron en Rosario, en Montevideo, en Villa María, en Xalapa (México), parecería ser que evitás Buenos Aires.
Más que evitar pasar por Buenos Aires, supongo que tiene que ver con la dinámica del mercado editorial y los circuitos de legitimación, donde probablemente a los que escribimos desde “”el interior”, muchas veces, nos cuesta que se vea en Buenos Aires el trabajo que estamos haciendo. A mí, en general, me resultó más fácil encontrar puertas abiertas para publicar en cualquier otro lado que no sea Buenos Aires.
Justamente... para cierta mirada centralista, vos serías un escritor “del interior”. ¿Qué te pasa con esa etiqueta? Con premios internacionales como, en 2012, el Sergio Galindo (México), pero “del interior”.
Yo no me siento cómodo con eso. Tuve la suerte de publicar en el exterior y, para los editores de afuera, yo soy un escritor argentino. Acá, en el país, en cambio, soy un escritor de provincias, un escritor de Rosario, o cualquier otra etiqueta que te diferencie de los escritores argentinos, que son los que abraza Buenos Aires. Lo que genera cierta extrañeza es que hay un debate muy antiguo entre el centro y las periferias que, si bien se da por superado, parece que sigue vigente. El debate. Muchos plantean, fundamentalmente desde el centro, que las nuevas tecnologías han derribado fronteras, pero las únicas fronteras que no se pudieron derribar son las que separan y delimitan cuáles son las periferias y cuál es el centro de legitimación.
Si bien creo que tenemos elementos para superar esas fronteras, para quienes escribimos desde ese supuesto interior, se produce una invisibilización muy grande porque en el centro no te leen, ni te invitan a ferias o a congresos. Y ojo que ser del interior también depende de responder a ciertas demandas del mercado o de los circuitos editoriales que tienen una imagen bastante cristalizada, fija, que les convence y les gusta reproducir de ese “interior”.
Vos empezaste a publicar hace trece años... De tu primer libro, La risa de los pájaros, a la novela inédita Hija de nadie, ¿qué cambió en vos al momento de escribir? ¿qué sigue igual?
Los años que llevo escribiendo me han brindado ciertas seguridades. Nunca tengo seguridades plenas, por supuesto, pero probablemente tengo más confianza en mis procesos de escritura, algo que no tenía en los primeros textos. Sin dudas se han modificado mis intereses o el tipo de historias que trato de contar. Al principio, a los catorce años, cuando empecé a escribir, y por mucho tiempo, en gran parte de los cuentos de La risa... me apoyaba más en ideas que me parecieran atractivas, sorprendentes. Lo que yo creía que sostenía al cuento era la “idea” y el “efecto” final, y supongo que me quedaba en la superficie de una idea “sorprendente”. Es decir, eran cuentos para una única lectura. Ahora, aunque tenga una idea que pone en movimiento, que dinamice a un cuento, por ejemplo, pienso que tiene que haber algo profundo detrás, algo que movilice al lector, que lo interpele... La idea me sirve ahora para abrirme a un universo diferente, a explorar otras cuestiones.
Claro. Algo así se ve en el cuento que le da título al libro La feroz belleza del mundo, ¿no? Ahí nos asomamos a algo tan común como la ruptura de una pareja, a dos personajes que se cansaron de estar juntos, pero está trabajado con sutileza, poéticamente, marcando esa tensión, ese agotamiento del otro...
Sí, es así. En ese sentido, creo que mi narrativa fue creciendo en este tiempo. A veces tengo la sensación de que empecé a publicar muy pronto. Ahora, mirándolo en retrospectiva. Textos que a lo mejor requerían otro grado de maduración...
Bueno, pero empezar a publicar es un modo de aspirar a profesionalizarse. Uno se puede arrepentir de su primer libro. Pero el arrepentimiento, no sé si la palabra es esta, se puede producir porque el libro existe.
De todos modos, soy consciente de que ese primer libro me abrió puertas que después me permitieron encontrar caminos de crecimiento. No diría que me arrepiento. Creo que era parte del camino necesario para ir madurando. Igual, esto que decía sirve para los cuentos. La novela hizo un recorrido propio, diferente.
Últimamente parecería ser que el género en el que te sentís más cómodo es la novela, ¿es así? ¿es una decisión o seguís escribiendo cuentos? Tus últimas producciones son La música de las cosas perdidas, una novela que va a salir por la UNR editora en coedición con EDUVIM e Hija de nadie... la ganadora del Casa de las Américas.
Si bien sigo escribiendo cuentos, reconozco que me siento más a gusto en la novela. Por dos cuestiones. Por un lado, el proceso de trabajo. Los textos de largo aliento me permiten saber a dónde tengo que volver y arrancar con facilidad en el día a día. El trabajo cotidiano de escritura de una novela me resulta más invitante, más sencillo para entrar. Me levanto cada mañana, abro el documento y sé, más o menos, para dónde tengo que ir, cómo seguir. Incluso cuando me trabo, pienso, investigo, tomo notas, releo y aunque no escriba puntualmente, siento que estoy trabajando sobre la novela. Por otro lado, la novela te permite, por ejemplo, trazar el crecimiento de los personajes, desarrollar derivas, salidas laterales que hacen crecer la trama o bifurcarla, cosa que el cuento no te permite. En el cuento podés contar una epifanía, pero la novela te permite trazar el arco de un personaje. Y eso está en todas mis novelas... En fin, sí, me siento más cómodo en la novela.
Pavese afirmaba que todo escritor trabaja siempre o en toda su obra en torno a unos pocos temas, ¿cuáles serían los tuyos?
Mis temas son la identidad, seguro ─la identidad que tiene que ver con los orígenes de los personajes y cómo eso los modifica y los transforma en cuanto a lo que serán─, y también las pérdidas y los duelos. Mis personajes suelen tener un duelo que atraviesan y que son los disparadores de la novela. Y los vínculos.
Tal cual... iba a decirte los vínculos interpersonales. Yo creo que la relación de los hijos con los padres, las parejas que entran en crisis, los amantes, están presentes en toda tu narrativa.
Sí, sí... y esos vínculos que establecen con otros pueden asomar como posibilidad de encuentro o de redención o de transformación para esos personajes.
Volviendo a Hija de nadie... te saliste un poco, no de tus temas, pero sí del realismo. En realidad, tenías cuentos, por decirlo de algún modo, fantásticos, pero en este texto fuiste para otros lados. ¿Cómo fue ese proceso?
Tiene que ver con una búsqueda, con una experimentación, con un desafío. De alguna manera, quise recuperar los vínculos originales que tuve con la escritura. Porque mis primeras novelas, antes de empezar a publicar, cuando era adolescente, sin dudas se parecían más a Hija de nadie que a La doble ausencia o Después del fuego. No tenían la carga de estos temas que hablábamos antes y que están presentes en Hija de nadie, pero sí los elementos del fantástico, de la aventura, de la violencia que aparecen en mi última novela. Supongo que me alejé del realismo porque me costaba encontrar la libertad que sentía en los cuentos al escribir novela. Me parecía que les imponía y que me imponía una seriedad que no iba a poder romper si no me distanciaba del género realista. Entonces, traté de experimentar, de abrirme de ese registro y probar con algo diferente, pero que estaba en mis comienzos.
De todos modos, en la prosa, en el armado de los personajes, en la calidad narrativa el lector que te conoce te encuentra fácilmente. Vos, ¿cuáles considerás que son tus puntos fuertes?
A mí particularmente me deja satisfecho la composición de los personajes. Siento que termino generando personajes que cobran vida, no personajes de cartón. Digo, que tienen otra dimensión; me gusta trabajar esos aspectos y que los lectores puedan sentir cuando terminan de leer una novela que, de algún modo, se encontraron con personajes que tenían vida. Un punto fuerte es que he logrado cierto oficio al momento de contar. Creo tener cierto manejo de la trama para atrapar al lector, cierta agilidad para narrar. Y quizás, cierto trabajo con los diálogos. Es raro. Puede que sea un punto fuerte, no sé. Yo no diría que los diálogos sean del todo verosímiles, pero creo que funcionan bien, al menos yo tengo esa sensación, que son diálogos consistentes, no superficiales o de relleno, y que tienen que ver con la trama.
A lo largo de tu carrera ganaste o fuiste finalista de varios concursos literarios. En líneas generales, ¿qué pensás de los concursos? ¿Son el único camino de reconocimiento cuando no te representa una agencia literaria o uno de los tantos caminos que se presentan?
En líneas generales, pienso que los concursos son posibilidades o instancias de legitimación aceleradas. Es decir que lo que puede brindarte un concurso es acortar los plazos de legitimación de una obra, los plazos de llegada de esa obra a los lectores que, sin esa instancia, a veces, se puede dilatar mucho tiempo o no llegar nunca. Creo, por otro lado, que no hay que olvidarse de que hay distintos tipos de concursos: los que te pueden brindar cierto grado de prestigio o reconocimiento, otros que no generan nada y otros comerciales, que organizan editoriales, y que tienen que ver con el marketing de sus autores. Pero siempre hay una cuestión que tiene que ver con la circunstancialidad de los concursos. Hay un jurado determinado que va a premiar una obra determinada pero que, probablemente, si hubieran sido cuatro o tres lectores diferentes, podrían premiar otra obra. No obstante, por cómo funcionan, son muchas veces la única posibilidad de legitimación de autores que no tienen llegada a circuitos que los puedan posicionar o agentes literarios que hagan ese trabajo. Ganar ciertos concursos puede lograr que los agentes del campo cultural que antes no te conocían o no te respondían los correos, de pronto puedan llegar a interesarse en tu trabajo.
2 de marzo, 2022