Nadie escribe como Fernanda Laguna. Es lo que primero que salta a la vista, lo primero a lo que se confronta el lector frente a cualquiera de sus páginas. Tanto en las novelas y cuentos escritos por su alter ego, Dalia Rossetti (Me encantaría que gustes de mí, Dame pelota y Sueños y pesadillas), como en sus poesías (Control o no control y La princesa de mis sueños), nos encontramos con un universo realmente singular, regido por sus propias reglas, que se genera y sostiene en un tipo de escritura que, repito, no se parece a ninguna otra.
Esto mismo, es decir una escritura que no se atiene a formas preestablecidas y cuya irrupción desestabiliza los estatutos del género en el que opera, se verifica y resulta particularmente productivo en su último libro, Espectacular, compilación de una serie de cartas y textos de arte que Laguna escribió para muestras, bienales y revistas. El catálogo incluye notas eventuales, reseñas o presentaciones de muestras de artistas individuales (Diana Aisenberg, Dani Umpi, Mariela Scafati, Guillermo Iuso, Sebastián Bonnet, entre otros.), textos referidos a muestras o intervenciones colectivas en las que participa (como por ejemplo Epifanía en la casa, una intervención colectiva del espacio de Villa Ocampo), y escritos con los que ha intervenido en exposiciones o bienales.
Extendiendo la sentencia inicial, podemos postular a partir de este libro que nadie escribe sobre arte como Fernanda Laguna. Y no es porque aborde temáticas inéditas, o postule teorías disruptivas, o se encuadre en un andamiaje teórico impensado, sino porque el elemento germinal, es decir su escritura, procede de manera anómala, lo que supone un enfoque, es decir un tipo de pensamiento, desviado, que desestabiliza ciertas prerrogativas naturalizadas de la producción y recepción del arte, y por lo tanto nada tiene que ver con las fórmulas y clises habituales de la reflexión en torno al fenómeno artístico. Es más que improbable que una reseña concluya como concluye la suya en relación a la obra de Mariela Scafati: "Todo esto no es la obra de Mariela Scafati, es simplemente lo que yo siento y elaboro frente a ella. No hay necesidad de que su obra sea así, porque lo que yo siento tiene una existencia real dentro de mí". La nota señala algo que es fundamental en todo lo que produce Fernanda Laguna, ya sea un cuadro, un poema, una performance, una galería de arte (Belleza y Felicidad), una editorial cartonera o un taller para niños en Villa Fiorito: su implicación a ultranza con el fenómeno que aborda, lo que en su caso supone la asunción de todo lo que contiene la circunstancia en la que se produce.
Y esto precisamente es lo que singulariza a su escritura, que es única porque, como ninguna, se articula en la circunstancia. Laguna escribe "desde" la circunstancia en la que se encuentra, motorizada por todo aquello que esa circunstancia contiene: fluctuaciones de su estado de ánimo, vacilaciones, digresiones impertinentes, exabruptos, confesiones inconfesables, atolondramientos, irrupciones de lo casual, manifestaciones impúdicas, olvidos, hechos sin importancia, errores, distracciones, sincericidios, caprichos, en fin, todo aquello por lo que habitualmente se transita en el momento de la escritura, pero que la corrección y pudor dejan de lado. El texto en su caso se constituye en la inmediatez, fogoneado por la situación, y se desarrolla en una deriva a través de la cual va exponiendo todo lo que le pasa (todo lo que le pasa por la cabeza), en una sucesión en la que cualquier cosa puede tener lugar. "Me gustaría escribir mil cosas y que todas tengan que ver con todo. Siempre lo que hago tiene que ver con eso. Que todas las cosas confluyan en una: en todo", dice (en un texto en el que conjuga las obras de tres artistas: Agustín Inchausti, Ruy Krygier y Vicente Grondona), intuyendo que "todo" confluye en la circunstancia en la que ocurre un fenómeno, y por eso mismo corresponde asumir esa circunstancia en toda su complejidad, incluyendo sus facetas bastardas y vergonzantes.
Su escritura pone al descubierto la potencia de la circunstancia, revelando la productividad de lo que generalmente queda afuera. En contrapartida, señala la infertilidad de la corrección promulgada por la moral casta de la ortodoxia estilística. "Laguna, poeta de la reversibilidad militante, cruza y descruza las fronteras entre varias cosas, pero principalmente entre la vergüenza y la desvergüenza, entre lo que no puede decirse y lo que se arroja como un dardo a los ojos atónitos del espectador/lector (para Laguna es lo mismo)", escribió Alejandro Rubio a propósito de su poesía, y esta definición, claro, se hace extensiva a estos textos sobre arte.
El primero en detectar este proceder de la escritura de Laguna fue Washington Cucurto, quien, refiriéndose a sus novelas, escribió: "Toda la obra de Rossetti está escrita por el poder de la circunstancia. La energía que mueve los relatos rossetianos (...) es la espontaneidad de la circunstancia. Entiendo que esto (el poder de la circunstancia y la espontaneidad de la circunstancia) es un hecho inédito en las letras argentinas..."
Esa misma espontaneidad trasuntan los textos que componen este libro, que al lector distraído quizás puedan resultarle por momentos desarticulados, excesivamente autorreferenciales, carentes de rigor académico o locamente digresivos, cuando es precisamente ese andamiaje inestable y deliberado, propio de la circunstancia, el que permite articular una óptica diferencial.
No casualmente varios de los textos son cartas, forma anacrónica que, como ninguna otra, incorpora a la escritura su circunstancia. El género epistolar es el antecedente histórico, y por el tanto el medio ideal para la escritura circunstancial de Laguna. Es el único en el que la potencia de la circunstancia se hace evidente (pensemos por ejemplo en las gotas de semen que Lugones estampaba, a modo de firma, en las tórridas cartas de amor que le escribía a su amante, Emilia Cadelago).
Fernanda Laguna les da un nuevo giro a las cartas, transformándolas en obras. Participa, por ejemplo, de la Brigada argentina por Dilma (obra que Roberto Jacoby presentó en la Bienal de San Pablo) con una carta dirigida a los brasileros, en la que argumenta acerca de los beneficios de votar al Dilma poniendo como ejemplo su eventual enamoramiento: "Hace 15 días... no saben... me enamoré. Me tiembla todo cuando lo escribo... de alguien... que no lo puedo decir... Pero lo que quiero decir con esto es que a pesar de que estoy convencida de lo que siento por él: TENGO PÁNICO DE QUE NO FUNCIONE. Entonces si en el amor nos pasa, ¿cómo no va a pasar que tengamos miedo de que un candidato nos defraude?" Como es evidente, todo lo exhibe, incluido lo más íntimo, y esa intimidad sobrexpuesta es una parte esencial de su estética.
Otro componente de su escritura circunstancial es la exhibición de los entretelones. Tanto es así que en muchos casos la obra consiste precisamente en la exhibición de los entretelones de su composición: las decisiones, las dudas, las idas y vueltas, etc. Antes que la materialización de nada, la obra, entonces, es la exhibición de sus circunstancias. Es el caso de una extensa carta (dirigida a "Victoria", la curadora) con la que participa en una muestra a la que está invitada. El contenido se estructura a partir de los entretelones de la convocatoria: manifiesta sus dudas de participar ("Estuve meses dudando, consultándolo con amigas sociólogas..."), se niega a que la carta sea considerada una obra ("Pero a mí no me dan ganas de hacer una obra para esta muestra (el día está divino) porque me interesa más participar de la muestra como chica que como artista. Entonces, para participar como artista esta carta no debe ser una obra. Y no lo es. ¡No Señor!"), e incluso da las indicaciones de cómo debe ser presentada ("Victoria, esta carta sí puede ser reproducida pero sólo fotográficamente").
La circunstancia, claro, incluye el entorno, que para Laguna es primordial. "Que nuestro entorno sea una extensión de nuestro corazón", dice en Jardines de mayo. Y el entorno no sólo participa de la obra, sino que además la define. Refiriéndose a los trabajos de Mariela Scafati, por ejemplo, dice: "Haber visto cómo Mariela tiene organizado su casa-taller me hizo reflexionar sobre algunas de sus obras". Algo similar ocurre en relación a Sebastián Bonnet, en cuyo atelier encuentra la clave no sólo de sus fotografías sino también de "la obra de sí": "Bonnet al ver un atelier en esa casa propició que la gran obra se produjera sobre él. El atelier lo cubrió como un manto. Cubrió a cada amigo que entró, cada conversación, cada mirada, cada polvo. El atelier irradió su luz y de esa manera cuidó de que quedaran guardados en la cámara sus más estimados momentos".
De lo que se trata siempre en el obrar de Fernanda Laguna es de la indistinción entre arte y vida, y este libro lo pone de manifiesto de manera ejemplar a través de su escritura que no se parece a ninguna. "Un viviente", dice Agamben, "no puede nunca ser definido a través de su obra, sino únicamente por su inoperosidad, es decir, por el modo en el que manteniéndose, en una obra, en relación con una pura potencia, se constituye como forma-de-vida, en donde ya no están en cuestión ni la vida ni de la obra, sino la felicidad".
Fernanda Laguna rompe alegremente el hechizo del saber, delata la miopía de los legos y abre el juego a lo posible. Su escritura inoperosa, tramada en la circunstancia, nos invita a transitar la potencia del fenómeno artístico en tanto una experiencia feliz.
22 de abril, 2020
Espectacula. Cartas y textos de arte
Fernanda Laguna
Iván Rosado, 2019
104 págs.