Uno de los méritos de Svensson es construir otra vía para la narrativa de ámbito marítimo. No un mar navegado por el autor o sus personajes, sino visto desde las orillas. “No he estado nunca en alta mar; nunca he trabajado en un barco; nunca he vivido una fuerte tormenta en medio del Atlántico; nunca he levantado los ojos al cielo para que las estrellas me digan dónde estoy, ni he tenido la sensación de que un abismo se abría a mis pies”, confiesa en el último capítulo. Algo no vivido como falta, sino perspectiva. Da el ejemplo de papá Munin en Papá y el mar, una historia de Tove Jansson, la popular escritora en sueco para niños: “Quiere encontrarle un sentido a la vida y cree que la única manera de conseguirlo es acercándose a la inmensidad inconcebible e inaccesible del mar”. Tal cercanía puede bastar. Satisfacer incluso las curiosidades más ávidas. En tal sentido se presentan las historias del “panadero escocés” Robert Dick y de Rachel Carson, “la biógrafa del mar”: no navegantes, sino caminadores de orillas. Uno, peregrino de las playas linderas a un ignoto pueblo en las Highland escocesas, primero en busca de plantas, luego en buscas de fósiles. Aquel solitario enamorado de la naturaleza, halló, sin saberlo, el ejemplar completo de un pez prehistórico que podría ser el resto más antiguo de un organismo que practicara la reproducción sexual, un material inestimable para comprender la evolución de la vida. La otra, impedida de realizar una carrera académica por su necesidad impostergable de trabajar, devino, en el cruce entre ciencia y literatura, una gran escritora de divulgación del mar, fue precursora de la ecología, impulsora de medidas conservacionistas, primera en denunciar públicamente los efectos nocivos de los agroquímicos. Los capítulos que los tienen como protagonistas erigen una épica de la orilla complementaria a la de altamar.
Un inmenso azul retrata un mar sumamente mediado: por fotografías y films, pero sobre todo por lecturas. Y la mediación inicial, el origen del mundo de Patrik Svensson, es la voz materna: la joven trabajadora que sacaba todo el tiempo volúmenes de la biblioteca pública para leerle cuando era un niño, todavía analfabeto, pero siempre deseoso de indagar. Su libro bien puede leerse como novela autobiográfica acerca de la relación entre un hijo y su madre hilvanada por lecturas. Pese a que la madre sólo aparece en el primer capítulo, tan ingenioso como lírico, y en el desolado aunque luminoso final, donde una mise en abyme refuerza la posibilidad de lectura señalada: ante una mesa cubierta de libros, conversan el hijo y la madre enferma acerca del libro que él está escribiendo, el que estamos terminando de leer. Esos dos capítulos operan como marco para una serie de capítulos en los que se discurre acerca de cartógrafos, exploradores, navegantes de superficie o submarinos, oceanógrafos, amateurs, sedentarios estudiosos. “Sondeadores” todos, sea que desciendan hasta la fosa de las Marianas o no vayan más allá de las salas de lectura. Siempre con especial atención a las paradojas –como la postulación de que tal vez no haya sido un europeo quien por primera vez circunnavegó el globo–, a las rarezas, a las anomalías reveladoras. De todo esto resulta un originalísimo cruce entre autobiografía, divulgación y gabinete de curiosidades sin ceder en su capacidad de reflexión y denuncia de lo que ha hecho y hace la humanidad con los mares.
Su capítulo inicial, además de funcionar como el marco de apertura, confiere un tono a lo que sigue y, como el preludio de una ópera, establece temas centrales: la unidad de todo lo viviente, la fragilidad del planeta, el mar como origen y fin, la vinculación entre las aventuras náuticas de descubrimiento y los viajes espaciales. Siguen una serie de capítulos dedicados a una variada gama de problemas marítimos, en varios casos encarnados en personajes que obran como espejos para el autor. Sobre todo, es el caso de Fra Mauro, un religioso del siglo XV que no viajaba, pero a través del estudio de numerosas fuentes y de entrevistas a los navegantes llegados a Venecia, logró crear, poco antes del descubrimiento de América, un mapamundi que cambió la imagen que se tenía del mundo, a la vez obra de arte individual y síntesis del trabajo de muchos.
La versión castellana de Moreno Tena supera ampliamente lo que suelen ser las traducciones provenientes de España: suena bien, resulta fluida, elude a la vez los peligros de volverse monocorde o declinar hacia énfasis casi caricaturescos. Aunque son de lamentar varios pasajes signados por un queísmo y un leísmo nada eufónicos. Y por supuesto, dado que la lengua neutra no existe, incurre en algunas palabras, Por suerte pocas, que al lector no español pueden catapultarlo hacia el Diccionario: Cholo, Majara... Aspecto que sólo se torna problemático en el capítulo inicial porque atenta contra su lirismo, que sin fuegos de El artificio retóricos permea el libro entero. Su título incluye la palabra canicas, incapaz de agitar las memorias afectivas vinculadas a la palabra bolitas. Los deslices señalados no alcanzan a opacar las cualidades de la prosa de Svensson, entre lo periodístico, la divulgación y lo poético. Un logro conjunto de autor y traductora. Porque como plantea una oportuna cita de Rachel Carson “nadie puede escribir con veracidad sobre el mar y dejar fuera la poesía”.
11 de junio, 2025
Un inmenso azul
Patrik Svensson
Traducción de Carolina Moreno Tena
Nórdica, 2024
272 págs.