El nuevo libro de poemas de la escritora Cristina Piña nos deja en el límite del yo, enfrentándonos a los grandes temas de la historia de la humanidad como la muerte, la vejez y la soledad. Con la fuerza de la palabra nos sacude y nos libera en un caudal expresivo que genera, al mismo tiempo, pánico y revelación. Un gusto genuino por hacer propio lo ajeno, por indagar en lo desconocido.
Estaciones del yo publicado en 2022 por Ediciones Vinciguerra es el décimo cuarto poemario en la vasta trayectoria de la poeta, crítica, profesora universitaria y traductora Cristina Piña, conocida también por su intenso trabajo con la obra de Alejandra Pizarnik, siendo autora de la primera biografía de la poeta publicada hace ya más de 30 años. A través de una metáfora espacio-temporal, Cristina nos lleva a explorar los más recónditos lugares de nuestro ser interior. Dividido en tres partes, el libro encuentra su hilo conductor en las estaciones del año: empezamos el viaje con una primera parada en el invierno más crudo, seguimos el camino por la calidez del verano y finalizamos el recorrido con la melancolía y la fascinación por la belleza dorada del otoño.
La entrada al libro presenta un desafío para los lectores. Los poemas nos abandonan en la frialdad del invierno donde, a modo de supervivencia, buscamos encontrar algo de sentido, una chispa, un color que resalte sobre la blancura plana de un paisaje nevado. Esta primera parte requiere una lectura atenta y activa. El uso del lenguaje que podemos percibir es más directo, menos metafórico y busca calarnos profundo. Congela momentos de la historia de la humanidad, forma con las palabras grandes esculturas de hielo. Con la lucidez que aporta cierta distancia temporal de los hechos construye un museo helado que se derrite al tomar contacto con el fuego vivo de las propias ideas. La experiencia derrite todo aquello que parecía titánico y lo devuelve en forma de poemas, agua donde mirar nuestro propio reflejo: “Ahí/ –donde se apilan los deshechos/ de la historia/ y lo humano se transforma/ en vergüenza de sí–/ quedamos todos atrapados”.
Los poemas que componen la segunda parte llegan para darnos un respiro, nos llevan al mítico Delta del Paraná, refugio natural de tantos poetas y artistas. El tópico de la naturaleza se retoma para distinguirse con “un sabor a campo argentino/ con gotas de novela victoriana,/ un toque gótico al final”. El paisaje se construye “entre el follaje/ las hojas/ los arbustos/ en el centro de la brisa azul”. Es una construcción cálida y amena donde el interior florece junto con el paisaje, en plenitud y en busca de la luz. La intervención humana se reduce a su grado mínimo en un lugar donde las enredaderas salvajes suben hasta el cielo, “Lugar donde los pájaros/ hacen oír su canto”, y progresivamente “tallan el silencio”. Habitamos una casa vieja al lado del río, suspendida en el aire. Casa que es testimonio del tiempo y a la vez de lo atemporal: “un bloque de eternidad”. El verano suaviza la voz, habla a través de: “la capa más fina de la quietud, / esa unión entre verde,/ río/ serenidad”. El yo poético se entrega a ese universo vegetal, dice: “escribir como la enredadera/ que envuelve en sus manos/ el pasado/ mientras convoca/ a la luz”.
En los poemas de la tercera parte se consuman varios de los temas que se trataron poco a poco a lo largo del libro. Temas como la vejez y la muerte hacen su aparición para hablar de lo que se oculta en el fondo: el miedo comienza a tomar protagonismo y se va desmenuzando en cada poema a través de la escritura. Lo curioso es que el miedo se presenta también como un acto fundante, como expresión de la vida y motor de la escritura: “el miedo está detrás/ de la pluma que dibuja las letras y los nombres”. En los poemas que conforman la serie de otoño vemos la melancolía ancestral de las hojas que mueren y caen, lo que no fue, los sueños hechos trizas, lo que ya dejó de ser. Hay un contraste muy claro que se da en el paso del tiempo: la belleza de la sabiduría de los años se presenta como un bosque repleto de hojas doradas y, en el mismo escenario, encontramos una cantidad de árboles que quedan al desnudo. Hay un constante intercambio con el mundo donde nos deshojamos, caemos y cambiamos de piel, exponiendo ese límite del cuerpo con la realidad. En el “filo del yo”, siempre al borde del abismo, la escritura se presenta como un acto infinito donde nunca estamos solos, donde podemos constituirnos con otros: “Mentida soledad/ donde estamos los devotos/ de la pluma y el papel/ los siempre ajenos”. La poeta mira más allá del vértigo que produce el miedo y lo utiliza “como puntazo que nos obliga a escribir/ para colmar la distancia/ entre el mundo y vos/ entre el mundo y yo”.
En los poemas de este libro, las estaciones nos acompañan ayudándonos a asimilar el paso del tiempo. El movimiento, por momentos violento, por momentos apacible e idílico, refleja el ritmo de nuestros propios procesos internos que nunca son lineales. Cristina Piña nos ofrece una mirada donde la soledad, la vejez y la muerte se convierten en un mito que conjuramos a través de la escritura.
31 de agosto, 2022
Estaciones del yo
Cristina Piña
Vinciguerra, 2021
72 págs.