La depresión es una condición esquiva casi por definición: no tiene causa y tiene muchas causas, no tiene cura y tiene muchas. Para los que no la hayan padecido puede ser extraordinariamente difícil de comprender; las víctimas parecen ser una mezcla de Bartleby y los invitados de El ángel exterminador, y su incapacidad de snap out of it, de decidir salir de su tormento, un enigma. Esa falta de empatía (la lógica del “yo sé lo que es estar triste y lo superé”), habla mucho de nuestras distintas concepciones de los mundos físico y psíquico: todos conocemos el dolor de golpearnos una rodilla, pero nadie insiste a alguien que tenga la patela quebrada que con un poco de voluntad podrá saltar de su silla de ruedas y bailar.
Agravando el estigma general está el hecho de que hoy en día casos de depresión suelen ser tratados con medicación de varios tipos. Nuestra hipócrita desconfianza hacia las pastillas se hace patente de una manera que no demostramos cuando vemos, por ejemplo, a alguien usando muletas. La idea de que una mente necesite apoyo solo para llegar al fin del día (del mismo modo en que alguien con la pierna rota necesita algo sólido para trasladarse) no parece tan aceptada cómo debería ser.
Con Fármaco, la escritora española Almudena Sánchez, autora de la extraordinaria colección de cuentos La acústica de los iglús, obra que rebosa de una imaginación potente y salvaje, explora los temas mencionados arriba mientras comparte su propia y horrenda experiencia con la depresión. Sánchez ofrece una mezcla de ensayo, memoria y confesión en una serie de capítulos cortos que incluyen crónicas de episodios de su enfermedad, memorias de su niñez mallorquina, el bullying de otros niños por no haber nacido en la isla (¡nuestra manía para encontrar motivos para excluir el otro!), sus padres, su amor por los libros, meditaciones de amplio espectro y una cadena de “pesadillas” tan vividas, coherentes y reveladoras que uno ve la mano de la cuentista extraordinaria peleando por escapar desde el subconsciente (Los “Retuits” que la autora incluye como epígrafes resultan prescindibles, un extra innecesario de la contemporaneidad).
Como uno esperaría de un libro así, hay momentos desgarradores, de alta emoción y tristeza. Lo que quizás uno no pensaría encontrar son los efectos humorísticos que la lectura de Fármaco produce a menudo. Sánchez posee una voz única y una apreciación muy refinada del absurdo de la vida. Por eso hasta en sus peores momentos es capaz de rescatar algo. Por ejemplo, la forma en que saborea el descubrimiento de que el cóctel de drogas que le prescriben se conoce cómo Rocket Fuel, o su retrato de una especie de desván y la pila de objetos que contiene, tan grande que para encontrar algo hay que escalarla y correr el riesgo de perderse. Están también su uso frecuente del lenguaje de los comics y la ciencia ficción, sus juegos de palabras y tipografías (“Mi madre me habla en MAYUSCULAS”). Más allá de la irreverencia hay un gusto, un amor, por la vida, que hace más conmovedor el suplicio de la enfermedad.
En un capítulo sobre Virginia Woolf (Sánchez interpela también a otros artistas, muy distintos entre sí, como Charles Schulz y Amy Winehouse), la autora sostiene que ha sido poca la literatura que se ha dedicado a la enfermedad como tema principal. Lo que es debatible (se podría argumentar que distintos avatares de la depresión están tan presentes en la literatura mundial como las encarnaciones del amor) y revela, además, no estar familiarizada con esa obra maestra de la literatura británica del siglo XVII, La anatomía de melancolía, de Robert Burton. Le habría encantado a la escritora, podría uno sospechar, su mezcla de sensatez e ideas estrafalarias. El libro comprendía más de 900 páginas (cifra que creció en ediciones subsecuentes) y no deja de ser, de cierta manera, una indicación de la dimensión del desafío que Sánchez se propuso al escribir Fármaco. Desafío que, sin dudas, Sánchez logró superar con altura.
20 de octubre, 2021
Fármaco
Almudena Sánchez
Traducción, estudio preliminar y notas Gustavo Beade
Odelia, 2021
196 págs.