El último libro de Juan Cárdenas (Colombia, 1978) parte de una idea esquiva: todo arte de valía se distingue por su levedad, por su capacidad de flotar, por no ceder a su propio peso. Pese al tono de revelación, el texto no atraviesa una instancia de argumentación lógica. Cárdenas prefiere construir sentido por acumulación: ejemplos, listas de nombres y otros argumentos ostensivos. También ofrece de manera disgregada un cuerpo semántico para afinar el concepto. Lo ligero es la materia “grácil, aérea”; lo contrario es el arte pesado, lo grave, lo frívolo y lo obediente. Así, para Cárdenas, son pesados tanto el costumbrismo como la demagogia, lo excesivamente secular como lo excesivamente religioso, lo apolítico como lo militante. De los cuatro ensayos del libro, este primero, que da título al volumen, es el más largo y el más débil, en tanto lo que se manifiesta en sus sesenta páginas es un manejo habilidoso del arte de la digresión. Todo es válido: extensas enumeraciones de escenas vistas en TikTok, anécdotas propias y ajenas, recuerdos de niñez, reescrituras de cuentos populares. Hacia el final, el texto gana un interés mayor al trazar un paralelo inesperado entre sus planteos estéticos y el ámbito social. Algunas de las mejores páginas del libro se encuentran en esos símiles convincentes:
“La república se construye como se construían las catedrales góticas: con el concurso de todo el pueblo, siguiendo cálculos un poco misteriosos, bajo la dirección de intuitivos maestros, a punta de ensayos y errores, siempre a riesgo de derrumbe, estableciendo suaves equilibrios entre enormes masas que, si se logra la magia, flotan a alturas imposibles, balanceadas por la tensión estructural de los contrapesos.”
Lo que une a los cuatro ensayos es la recurrencia de ciertas obsesiones: José María Arguedas, y en particular su novela inconclusa El zorro de arriba y el zorro de abajo, la naturaleza de las nuevas formas del fascismo, la cultura andina precolombina y el poscolonialismo, con especial atención a Eduard Glissant.
En “Dos jergas de la autenticidad”, Cárdenas analiza la visión política de Pasolini, a quien ve como un conservador biologicista con nostalgia por la pérdida de la pureza popular. Desde esta lectura, Pasolini reduce al pueblo a un ente pasivo en decadencia; un esencialismo que oculta una supremacía identitaria, y que el libro llama, sin incomodidad, “el fascismo de los antifascistas”. Cárdenas llega entonces a uno de sus puntos centrales, a partir de las nociones de Glissant sobre las sociedades atávicas y compuestas. “Todas las sociedades son compuestas”. No hay armonía originaria, no hay garantías ontológicas, no hay orden natural; las sociedades son –de nuevo, como las catedrales medievales– construcciones imponentes pero llenas de tensiones internas. Incrustado en el ensayo, puede leerse un diálogo dramático entre la Moda y la Muerte, una reelaboración del célebre texto escrito por Giacomo Leopardi a mediados del siglo XIX.
El planteo más insistente del libro es la necesidad de desconfiar de la “máquina realista”, principio que deduce de los últimos procedimientos de Arguedas. El peruano y el colombiano advierten sobre el peligro de la narrativa de caer en las “estéticas del desencanto y el cinismo”, que cooptaron el pacto realista como “instrumento al servicio de la reacción literaria y política” (el ejemplo de Arguedas: Vargas Llosa). Cárdenas no escribe contra el realismo: escribe contra su domesticación. ¿Cómo eludir las trampas del realismo y alimentar la imaginación utópica para devolver a la ficción su capacidad de conjura? La propuesta de Cárdenas apunta a reinventar los formatos, sabotear los géneros, a la vez que rescata de Arguedas el “envío extratextual” de su última novela (que cierra, dirá, en la vida real, con el suicidio de su autor).
Es en la intersección de estas coordenadas que puede entenderse el objetivo de Cárdenas: una constelación heterogénea de materiales (textos e imágenes, sí, pero también digresiones y collages verbales, écfrasis y diálogos alegóricos), que logren sin embargo un equilibrio, un efecto de levedad. La ligereza destaca la “condición ficcional” de lo público, que invita a leer como un “tejido conspiranoide de relatos sociales”. La reflexión se toca con planteos que pueden sonar a Piglia, o incluso a Pynchon: si el mundo contemporáneo es una ficción controlada por el Poder, la literatura no tiene posibilidades de ganar en su propio terreno a menos que cambie de estrategia.
21 de mayo, 2025
La ligereza
Juan Cárdenas
Sigilo, 2025
144 págs.
Crédito de fotografía: Damián Trochez.