¿Qué es un lenguaje argentino, un lenguaje de las cosas argentinas? Obviamente no es un tema que pueda resolverse en una reseña; no menos cierto es que tampoco lo agotaría un voluminoso tratado. Porque consiste en una pregunta infinita, que se prolonga en el hacer mismo de la literatura de nuestra lengua y de los territorios que ésta configura. Y es el horizonte sin fondo de este proceso el que diagonalmente indaga La puertita de alambre, de Mariano Blatt, publicado por Caballo Negro, editorial cordobesa que desde 2009 viene construyendo un catálogo atento al pulso de las escrituras actuales y al rastreo de textos inéditos o fuera de circulación.
La interrogación de la literatura respecto al lenguaje nacional se dirige no a la oralidad sino a su relación con la escritura. Una aciaga costumbre occidental nos hace concebir la escritura como una mera transcripción inteligible del habla, aunque las motivaciones de las tecnologías gráficas hayan consistido también en encriptar el lenguaje. Durante la mayor parte de la historia el saber escribir fue un poder y un secreto reservado a grupúsculos de iniciados. Las primeras producciones gráficas, las cavernarias, son plasmaciones rítmicas, abstractas, guiadas por una concatenación del pulso. En el origen de la escritura no está el sonido sino el trazo, la incisión, la imagen; incluso es preciso señalar que el lenguaje oral y el lenguaje escrito se administran en distintas zonas del cerebro. La poesía es un arte que insiste en deshacer, o al menos atenuar, el prejuicio alfabetocéntrico que reduce la escritura a un instrumento sucedáneo y vehicular de la lengua oral, como si el pensamiento pasara sin divergencias ni ambigüedades de la mente a la lengua, y de la lengua a la letra. Es un trabajo que realza la polisemia inherente de la lengua como objeto, su multiplicidad de dimensiones visuales, sonoras, pulsivas; y es también una tecnología con la paradójica capacidad de crear zonas individuadas en las convenciones colectivas del idioma.
Pocos poetas logran como Blatt operar la supuesta espontaneidad de la oralidad en la escritura. Sus poemas, que parecen ir armándose ante nuestros ojos, exploran de una manera singular la permeabilidad de ambos mundos, y eso ha sido reconocido desde sus primeras intervenciones en blogs, en plaquetas, en recitales de poesía, en videos de YouTube. Una particular frescura que se combina extrañamente con la sobriedad y la exactitud: Blatt produce la sensación de que no escribe nada de más. Bastan dos o tres pronombres para crear un mundo en la mente (lo más sorpresivo: en la mente de otro). Cada poema es la cápsula de una idea. Puede alojar un pensamiento, un recuerdo que salvar, o una repentina analogía horizontal entre sonidos –las pedagogías y los protocolos de la comunicación desaconsejan las iteraciones; en muchos poemas de Blatt la repetición es un principio axial de construcción, como si reactivara un juego vedado a todos los demás usos de la lengua. Y es una poesía repleta de autorreflexión sobre el lenguaje, un rasgo que suele pasar desapercibido por la eficacia superficial de su sencillez.
Los argentinos no tenemos un lenguaje dado, porque los nacionalismos latinoamericanos son procesos de diferenciación. Heredamos un idioma que fue imperial, un tardío dialecto del latín; heredamos la inconveniencia de su acumulación silábica y la dichosa plasticidad de sus posibilidades crónicas y verbales. Y hacemos con ello una identidad en fuga, poliédrica, mutante. Tanto en la comunicación cotidiana como en la poética el lenguaje es contextual, estratégico e indicial. Cuando Borges consignó que ser un escritor argentino no era un destino sino una vocación, su elección sustantiva resultó crucial: porque vocación se refiere al destino, pero al destino que se realiza a través de una voz. Durante una entrevista del año 2018, en el ciclo El origen de las especies, Marie Gouiric interrogó a Blatt sobre diversas dimensiones de la actividad poética; allí Blatt retomó la expresión de Mallarmé: dar un sentido más puro a las palabras de la tribu. Debo reconocer que nunca congenié con esa postulada necesidad de purificación, aunque es posible que Mallarmé aludiera adicionalmente al hecho de que purificar significa depurar a través del fuego. Pero al menos entreveo y comparto dos dimensiones de lo que señala la frase reactualizada por Blatt: que la poesía es una actividad, y una actividad que se hace sobre una materia comunitaria: la lengua. Un destino realizado a través de la construcción de una voz.
A la hora de definir un lenguaje argentino el libro de Blatt opta por la elisión y el sobreentendido. Al final, el lenguaje de las cosas argentinas es aquello que todos implícitamente conocemos. Frente a la cerrazón territorial postuladas por ciertas formas no muy imaginativas de nacionalismo, La puertita de alambre plantea el arribo de un territorio infinito, inmarcable, sin énfasis léxicos ni identidades sobreactuadas. Muchos de los textos de Blatt participan de cierta intención de no cerrarse. Suelen ser sucintos y rapsódicos; también capaces de revelar no superficialmente los mecanismos lúdicos y lúcidos que los hacen efectivos, y potencialmente expansibles. Los poemas “No es” y “Ahora”, aumentados en cada nueva edición de Mi juventud unida, serán escritos durante la vida de su autor. Los 53 textos de La puertita de alambre son una nueva aventura del estilo de Blatt, de su inusual y ya distintiva manera de combinar la complejidad y la simpleza. La poesía nos reencuentra con una cualidad cuasi milagrosa del lenguaje: que un conjunto simplísimo de reglas y elementos hagan posible una expansibilidad ilimitada. Una hoja, unos perros, el campo abierto y la tarde: esas cosas que conocemos, esos misterios comunes por los que nos conocemos.
21 de mayo, 2025
La puertita de alambre
Mariano Blatt
Caballo Negro, 2024
79 págs.