Los cuentos que integran Felicidad Clandestina, de Clarice Lispector (1920-1977), parecen narrar la víspera, lo inminente, lo que acecha. Como en una disposición concéntrica, los personajes rodean ese elemento que les está prohibido, que les es inaccesible, mientras que, a la vez, la naturaleza, la vida, lo dionisíaco los rodea, los acecha. En uno de los relatos leemos la siguiente descripción que pareciera ser una llave de lectura: "Una que otra beata, con la cabeza cubierta por un velo, iba a la iglesia, atravesando la calle tan extremadamente vacía que sigue al carnaval". Es en el límite diáfano de esta disposición de opuestos donde habitan estos relatos, que parecen cursar al menos dos tópicos: la transformación, o la conciencia de esa transformación, y la naturaleza como un retorno de lo religioso, y también como experiencia amorosa.
Estas dos dimensiones no se excluyen, sino que conforman una amalgama donde podemos encontrar una niña que percibe que la felicidad está en la víspera del acto feliz y experimenta cierto erotismo en la demora de ese acto. Otra que accede a un carnaval disfrazada de flor pero acarreando el peso de la imagen de su madre enferma. Otra que roba flores para salvarlas de madurar y morir vírgenes. En estos cuentos una misma metáfora puede funcionar en ambos sentidos de una misma dirección, una niña es una rosa, y una rosa es una mujer, donde ambas parecen encarnarse.
Ilustración de Lautaro Comperatore
Lo religioso se manifiesta en una especie de eucaristía pagana e inaugural donde la naturaleza, la vida, parece invadir los cuerpos y ejercer la transformación: un muchacho se hace hombre al beber el agua natural de la boca de una estatua de mujer; una mujer bebe del mar que la rodea para sentirse parte de un todo; otra mujer que siente amor maternal por Dios, la experiencia sensible y directa del horror le otorga la potestad de percibirse, de crear y liberarse; dice en un pasaje: "la solemnidad ritualiza la incomprensión y la transforma en ofrenda"
La naturaleza rodea y habita en los personajes, como si fueran apenas una membrana destinada a la experiencia que separa el adentro y el afuera de una totalidad cerrada. La dimensión amorosa parece entendida no desde la posesión, sino desde la posibilidad de habitar y ser habitado: una niña que come su gallina amada para que forme parte de ella. En el cuento "Encarnación involuntaria", una mujer por medio de la observación encarna a la persona observada y logra así conocerla, y lo hace tanto con una monja misionera, como con una prostituta.
La naturaleza aparece no sólo alrededor, sino también en el centro, de manera inaccesible, como una experiencia arcana. En el cuento "La criada", una empleada doméstica expresa por medio de la forma de comer pan una relación metafísica que ha quedado a salvo del lenguaje: "Ignorancia tan vasta que en ella podría caber y perderse toda la sabiduría del mundo". En cambio, en "Niño dibujado a pluma", es el lenguaje el que amenaza ese tipo de experiencia natural con lo otro: "Un día lo domesticaremos hasta hacerlo humano, y entonces podremos dibujarlo. Pues eso hemos hecho con nosotros mismos y con Dios".
Como señala Marcelo Cohen en el prólogo, los relatos de Clarice Lispector "[...] parecen respuestas arduas y entusiastas a la tiniebla en que el pensamiento europeo sume a veces sus intuiciones más luminosas". En efecto, se trata de aproximaciones a lo que no podemos capturar, eso que rodeamos y nos rodea, siempre al alcance pero inasible, como un amante clandestino.
3 de junio, 2020
Felicidad clandestina
Clarice Lispector
Traducción y prólogo de Marcelo Cohen
Corregidor, 2020
168 págs.