El de Gustavo Ferreyra es un caso singular dentro de nuestra literatura. Autor de algunos de los títulos fundamentales de la narrativa argentina de las últimas décadas, valorado por sus colegas, su obra es seguida con devoción por un grupo de lectores fieles. El anuncio de la edición de su obra completa en Godot es un acto de justicia literaria. Las primeras publicaciones no pueden ser más acertadas. Por un lado, la reedición de El amparo, su primera novela publicada en 1994, en la que se inaugura un estilo y un imaginario propios; por otro, la aparición de Piquito en los vientos con la que se cierra la saga de novelas iniciada en Piquito de oro, la zona más extrema de su narrativa.
En El amparo, tu primera novela, ya está delineado el estilo Ferreyra. Las frases largas, los diminutivos, los signos de exclamación, expresiones como “barruntar” o “en un tris”. ¿Ese estilo fue buscado?
No, surgió con la novela porque, poco tiempo de antes de empezar El amparo, estaba escribiendo cuentos que no tenían ese registro. Pero la novela emergió casi con la primera frase. Yo venía de leer mucho a Proust. Había leído mucho y admirado a Kafka, Borges, Dostoievski, pero Proust se apareció como algo que me abrió una posibilidad de emular. Tampoco era que quise emular a Proust en El Amparo, pero creo que impregnó un poco ese estilo de búsqueda, de frases más largas, de abrirme también a un castellano más diverso. Incluso el tema de El Amparo, que es atemporal, no tiene espacio, no está ubicado, me dio lugar a que esa prosa cupiera. Desde la primera frase surgió ese estilo y siguió. Después lo fui aligerando y aggiornando en otras novelas donde ya aparece la espacialidad porteña de Buenos Aires.
En tu novelística hay una zona de mayor referencialidad realista y otra más abstracta: El amparo, El sol, Dóberman.
Dóberman sobre todo, sí. Creo que Dóberman es la novela más difícil de leer por ese juego entre lo real y lo casi onírico, porque ese mundo también se pinta de manera realista. Me gusta esa convivencia del realismo y cierta torsión de lo real. Lo real siempre está torsionado, pasa que cuando nosotros lo queremos explicar en términos conceptuales lo enderezamos.
Hay otra zona más fuertemente referencial: Vértice, El director....
Kafka siempre fue un realista. En “Un artista del hambre” no hay nada que no sea realismo y sin embargo da la impresión de que es una fantasía radical. Eso me gustó siempre y de alguna manera lo conservo. No me gusta el estereotipo de lo real en el sentido de esa cosa muy plana de lo que sería el realismo, yo lo veo siempre a través de un lente que deformo. O la realidad está más distorsionada de lo que queremos creer.
Elvio Gandolfo dice en el prólogo a El amparo que una constante en tus novelas es un “humor serio”.
Yo creo que sí, quizá en El amparo menos pero sí, más en Piquito por ahí. Esa risa que provoca también la angustia pero que da lugar justamente a desacralizar lo real. Me gusta que el lector en algún momento se ría pero creo que invariablemente se trata de una risa dolorosa.
A treinta años de su primera edición, ¿cómo creés que puede leerse hoy El amparo? Porque, si bien lo inmediatamente referencial está omitido, la subjetividad de Adolfo parece muy actual.
Están las coordenadas de sumisión, casi de escapar de la realidad a través de la sumisión misma. Yo venía de un pasado politizado y la novela está escrita en torno a cuál es el límite, porque las condiciones de vida en el mundo caían, y en cierta forma era una pregunta que empezaba a correr. Yo venía del marxismo, por lo cual había de alguna manera que decir que no, que había límites pero parecería que aun en las peores condiciones de vida la gente encuentra un lugar en el cual existir. Adolfo, que es un receptor de carozos, no deja de percibirse como una persona que cumple una función. Entonces digo: bueno, no hay un límite, la novela jugó con esa idea. No hay ningún límite, en lo humano puede suceder cualquier cosa. La vida humana da lugar a situaciones que parecerían inconcebibles pero dentro de esto que llamamos civilización o vida humana han ocurrido cosas inimaginables. Bueno, acá está lo inimaginable, hay un sujeto que está súper explotado, pero hablás con el tipo y está bien y él cree que es así la vida y que no puede ser de otra manera, Bueno, Epicuro decía: lo terrible es fácil de soportar, y este Adolfo lo muestra (risas).
Tus novelas están escritas en primera persona o utilizando el indirecto libre. La subjetividad de los personajes aparece en un primerísimo lugar.
Sí, totalmente. Y eso fue lo que uno mamó en las lecturas, ese plus de salir de los planos de la pura acción que uno lee de chico. Esas novelas son bellas porque Sandocán toma el barco, pero después cuando leés en la adolescencia a Dostoievski encontrás que hay todo un mundo de profundidad que te permite salir de lo plano de lo bidimensional y vas a lo tridimensional donde está el sujeto. A mí me gustó siempre eso, la profundidad, la subjetividad, lo complejo y contradictorio que está en el sujeto. Creo que Proust es absolutamente eso, porque, más allá de las descripciones minuciosas de ciertos escenarios, es siempre la subjetividad rabiosa. Siete novelas con un narrador que ni siquiera sabés como se llama, por lo cual es como un desprecio de la objetividad.
A lo largo de la saga de Piquito la filosofía se utiliza como material narrativo. ¿Cómo se dio ese cruce entre la ficción y lo filosófico?
Leyendo filosofía. Antes incluso de estudiar sociología empecé a leer cosas, más bien en manuales; me interesó la filosofía a los dieciséis, diecisiete años. Siempre me incliné más por leer filosofía que sociología, siendo yo sociólogo. Entonces de alguna manera se fue integrando a mi mundo, no es que dije: “voy a meter filosofía en las novelas”, pero en mi cabeza fue entrando y uno escribe todo ese bagaje que fue adquiriendo durante cuarenta años y que es uno. El narrador no renuncia a nada de lo que sabe. Hay cuestiones hasta eventualmente técnicas que también están ahí
Por eso tu género es la novela.
Exactamente, mi género es la novela porque es el género que permite todo eso. Estoy muy feliz en la novela.
¿Cuando escribías Piquito de Oro, ya tenías pensado el giro mesiánico que iba a desarrollarse en las otras novelas de la saga?
No, durante la escritura de Piquito de oro me doy cuenta de que va a haber una continuación, una suerte de saga, algo que ya me había ocurrido con Vertice; la había escrito y en un momento me doy cuenta de que el director reclama su novela. Cuando ya tenía un tercio de Piquito de oro escrita dije “acá hay una secuela”. No pensé para nada ese giro mesiánico que iba a tomar varios años después. Terminé Piquito de oro, pasaron cinco, seis años, y ahí tomó ese giro.
¿Y cómo surgió?
Desde esa subjetividad tenía que dar cuenta de que si Piquito mató a Cinquaglini había que justificar o darse el aire necesario para decir desde dónde le clavo ese pico. Además empezaba a ver también el tema del mesianismo como un componente histórico esencial. Weber mismo decía que no hay cambios sin líder carismático; el líder carismático siempre tiene elementos mesiánicos. Piquito tiene que dar cuenta de lo humano, y da un giro también para salir de todas las mezquindades y miserias del hoy. Que siempre están, porque en los Piquito posteriores están los temas de actualidad. Si bien en el medio la saga fue tomando ese tono milenarista, Piquito emergió como personaje en la crisis de 2002 y termina en Piquito en los vientos con la muerte de Santiago Maldonado. Me gustó terminar con algo histórico concreto, porque en última instancia está siempre ahí, determinando los hechos. Vos leés la vida de Jesús y está todo lo sacro pero en el medio está Herodes, Caifás, que eran personajes históricos. En Piquito está Macri, está Stornelli.
Esa oscilación entre lo mesiánico y lo coyuntural también está presente en La familia o en El mamífero que ríe.
Puede ser un sello, una forma de ver la realidad porque también hay algo mesiánico en La familia. Cuando mueren sus dos hijas, el protagonista se plantea estar en un lugar que daría legitimidad a su encono con la familia como institución. Son también expansiones del narcisismo, inevitables en esta vida humana, tan neurótica, tan sometida a los poderes del mundo. El sujeto estalla en un narcisismo delirante.
Tu obra se fue publicando en grandes pulpos editoriales (Sudamericana, Alfaguara, Seix Barral, etc.) pero siempre quedó reducida un grupo de lectores entusiastas ¿Creés que con la publicación de tu obra completa que propone Godot, esta se va a abrir a nuevos lectores?
Más allá de lo que crea, es lo que espero. Sospecho que sí, porque la gente de Godot está haciendo una apuesta. Creo que lo hacen muy bien, lo hacen con un gran afecto. Hay una cuestión de salir de editoriales que son grandes capitales, a las que les importan los grandes negocios, las grandes ventas. Son muy burocratizadas. En los sellos grandes cada uno cumple una función y lo que me ocurrió es que los editores, o sea los tipos a los que les gusta la literatura (porque en los sellos grandes en Argentina todavía hay editores que realmente son buenos lectores) siempre quisieron editarme, hicieron esa fuerza en la empresa para editarme aun cuando las ventas eran muy bajas. Pero el resto de la empresa en sí tenía una función burocrática y mi libro caía en la masa de cajas de esos sellos. Entonces por más pasión que tuvieran Luis Chitarroni o Julieta Oberman, no podían sino limitarse a su función, no podían transmitir esto a los otros empleados. Esto hace que los libros estén huérfanos. En cambio en Godot los editores son los dueños y transmiten un entusiasmo a los empleados que, por ser algo mucho más pequeño, le ponen un fervor, un cariño a las cosas, que va más allá de la función. La gente de Godot, no solo Hernán y Víctor, transmiten esto a la gente que trabaja en la editorial y es otra cosa. Estoy muy contento, muy feliz. Me parece que nos encontramos como una pareja que se anduvo buscando.
Es frecuente escuchar a colegas tuyos elogiar tu obra ¿Por qué creés que tu obra genera tanto entusiasmo entre otros escritores?
Desde que empecé tuve el apoyo fuerte de muchos colegas y académicos. No sé si tengo una explicación para el fenómeno. Lo que sí puedo decir es que esa red de lectores son los más exigentes, los mejores lectores. Que a esas personas les gusten tus libros es lo que te sostiene como escritor, más allá de que las ventas eran bajas. La opinión de los colegas, de los críticos, de los amantes del libro y la lectura fue lo que realmente me sostuvo como escritor. Porque más allá de que uno tiene su propia fuerza anímica, su enjundia casi infinita cuando empieza, este narcicismo del cual surge una obra artística, necesitás algo del exterior. No sé por qué les gustan mis libros, quizás porque en alguna medida uno también escribe para uno mismo como si fuera lector. Siempre agradecí esa generosidad de los colegas de ensalzar mi obra o de hablar bien de mis libros, porque, bueno, podrían no haberlo hecho.
Entre tus lectores más entusiastas está Martín Kohan.
Una cantidad de gente llegó por Kohan ¿Qué puedo decir de Martín? Tenemos una relación en última instancia lejana, nos vemos una vez por año, no es que somos amigos. Leí sus libros, me gustaron; el leyó los míos, le gustaron. Hemos sido lectores unos de otros antes de tener alguna relación de amistad. Lo mismo con Becerra, con Aníbal Jarkowski, con Jorge Consiglio. En realidad nos íbamos leyendo casi sin conocernos, en mi caso más porque estaba más aislado, y después hemos tenido una relación personal pero se basa más que nada en lecturas reciprocas. Hay una buena literatura argentina, las escritoras están teniendo un público incluso internacional. La literatura argentina siempre ha dado que hablar, creo que los lectores nunca fueron del todo conscientes del peso de la cultura argentina en el resto de Latinoamérica.
18 de diciembre, 2024
El amparo
Gustavo Ferreyra
Godot, 2024
232 págs.
Piquito en los vientos
Gustavo Ferreyra
Godot, 2024
136 págs.