Final cuenta una historia que sabemos todos. En Argentina y en el mundo. En lo general, es la historia de lo que estuvo en el pozo más hondo y alcanzó una cima. En lo particular, la de haber descendido a la B y terminar coronando la Copa Libertadores frente a su rival eterno en Madrid. El camino del héroe. Sobre todo el camino de vuelta, no tanto el de ida. Final cuenta una historia que sabemos todos, contada como casi todas las otras historias: por los vencedores.
Alejandro y Marcos Crotto son dos hermanos inmiscuidos en el mundo de los libros. Uno es licenciado en Letras, el otro es magíster en escritura creativa. Uno dirige una revista de poesía, el otro una editorial artesanal. Los dos publicaron libros. Los dos son hinchas de River. Y a partir de la historia que sabemos todos, decidieron contar la de ellos. No por separado: escriben una crónica a cuatro manos. Se turnan para narrar los capítulos: aparece Ramiro, el hijo de uno, y Tatiana, la hija del otro; aparece Muqui, amigo de uno, y Manuel, amigo del otro. Se cruzan en los puntos en común: la madre y el padre, sus vidas como hermanos hinchas del mismo club, anécdotas en la cancha o de la infancia o del barrio. También está el lugar de los altibajos en el compromiso de un hincha, también están las otras historias que hablaron de fútbol o de la pasión, o de las dos cosas. Del cuento “19 de diciembre de 1971” de Fontanarrosa al Dante, de la notable reversión del Martín Fierro al recitado de memoria de Félix Lope de Vega.
Por momentos no sabemos si está hablando uno o el otro. No importa. Es una historia en primera persona del plural: es literatura del nosotros. Las cuatro manos están aferradas al mismo cable de alta tensión del que están agarrados todos los hinchas de los dos clubes desde el preciso instante en el que se confirmó que jugarían esa final, a fines de octubre de 2018.
Ese momento se grafica de distintos modos, en distintos lugares. Este es uno:
“A gatas no rompo en llanto y me tiro por una ventana como ese personaje de los Simpsons –me escribe Manuel.
¿Por el partido o por la paternidad? –Acaba de ser padre y a veces hablamos de eso.
La paternidad es seguridad pura. Puedo cuidar a mi hijo, depende de mí y estoy capacitado. Lo otro es la selva de la mente”.
Ese es el hábitat del hincha: la selva de la mente. Y por ahí es donde se desarrolla Final.
“Lo más parecido a un hincha de River es un hincha de Boca –propone uno–. Los dos quieren ganar de algún modo. No son antónimos sino sinónimos”. Se entusiasman con que no hay pasado ni futuro después de este partido. Prometen una apostasía del hincha que tienen dentro después de la locura de esos días. Usar la final para escribir otros finales. Pero sabemos que al fin nada tiene fin. El pasado amanece todos los días con nosotros y Final, el libro, es un legado a la memoria del futuro.
Los autores, fue dicho, son hermanos. Uno de 1978, el otro de 1980. A los dos, esa final, ese punto al que llega la historia de los clubes, del fútbol, del deporte, los encuentra alejados como hinchas. Ya no van a la cancha, no siguen los campeonatos, el fixture ya no es el parámetro sobre el que se organiza la rutina semanal. “Dejé de ir a la cancha, dejé de ver a River, dejé de ver fútbol. Hasta jugué varios partidos con un shortcito de Boca que por error había terminado en mi bolso de vestuario. Fue como ir hasta el fondo de la purga”, dice uno. Pero este partido sacude el polvo, despierta un sentido que había quedado casi como un recuerdo, ilumina lo que parecía tener no más que luces de museo: la selva de la mente está ahí, frondosa.
De esa selva rescatan un momento delirante. El protagonista no es ninguno de ellos dos, sino Muqui, uno de sus amigos, también de River. En el año 2000, lo llamaron de Termidor porque había ganado un viaje a Japón, con estadía y entrada incluida a la final intercontinental entre Boca y Real Madrid. No era una estafa: su madre, fanática de Boca, había llenado mil y un cupones pero solo uno con el nombre de su hijo, que fue el que salió elegido. El premio era intransferible. Muqui estuvo una semana infiltrado entre bosteros. Gritó los goles de Palermo, celebró el arte de Riquelme, cantó con La 12. Y después recorrió Tokio con hinchas azul y oro: diremos que de esa gira se llevaron regalos diplomáticos. Recién cuando volvieron, por diálogo entre madres esperando en el aeropuerto, supieron que Muqui había falsificado su identidad en pos de salvar su vida y de disfrutar de un viaje al otro lado del mapa. Solo recibió una amenaza telefónica, le quedó la anécdota y una celebración que todavía no se le dio con su equipo.
Ahora, en 2018, para la final continental, Muqui se convirtió al budismo. Pero el que vivió una secuencia quizás más liminar es Marcos: gracias a un bostero amigo, fue infiltrado al partido de ida en la Bombonera. No fue desprovisto de todo: llevaba un calzoncillo blanco en el que su hijo había dibujado un escudo de River. “Cuando en 2004 fuimos con Alejandro a ver la semifinal contra Boca al Monumental y prohibieron la concurrencia de los visitantes, vi de cerca como a un tipo que no exhibía ningún distintivo de nada le daban una paliza bajo la acusación de ser de Boca. Tal vez haya hinchas acá cerca que puedan oler debajo de la superficie, como los cerdos las trufas, mi calzoncillo decorado por Ramiro”, dice. Pero no. Ayudado en la simulación por estar con el hijo de su amigo en las rodillas, mantuvo a raya la perfomance, no hacía falta sobreactuar: la ebullición en sangre era de todos los hinchas, más allá de los colores. 90 minutos de tensión y gritos contenidos que terminaron 2 a 2.
Después el desgobierno policial, la suspensión de la vuelta. Después llevar la final del torneo que recuerda la independencia latinoamericana a la casa del querido rey.
Y ahí, otra mueca del destino: Alejandro tenía pasajes para festejar los 15 de su hija en España justo en la fecha en la que se reprogramó la final. Al itinerario de la Plaza Mayor, la estatua de Lorca, el Museo del Prado, agregaron el partido. La tensión era transoceánica. Tatiana, su hija, sentada en la butaca de al lado, lo vio putear al arquero de Boca como si alguien hubiera ocupado el cuerpo de ese que era su padre. La selva de la mente se materializa en las tribunas.
Y ahí, la historia que sabemos todos. River ganó en tiempo suplementario 3 a 1 a un Boca que terminó con nueve en cancha; uno era Wanchope.
Alejandro y Marcos Crotto, victoria en mano, entonces narraron la historia. Como escritores, como hinchas, como hermanos. Ninguna orilla, la editorial artesanal que dirige Marcos, fue el proyecto que les haría lugar. El arte de tapa estuvo a cargo del artista plástico Eduardo Stupía que, cuenta en el epílogo, vivió el partido en Miami, en una exposición, sin poder prestarle demasiada atención, reprimiendo cualquier grito impulsivo. Se trata de una copa serigrafiada que termina por hacer de Final un libro para la vitrina. Entre las hojas blancas de esta edición numerada asoma, apenas, el hilo con el que cosieron la historia. Y en este, el ejemplar 210, el hilo es de color rojo.
21 de diciembre, 2022
Final
Marcos Crotto y Alejandro Crotto
Ninguna orilla, 2022
173 págs.