Quien comience la lectura de Flaperas y filósofos conociendo al menos someramente a Francis Scott Fitzgerald (1896-1940), habiendo leído El gran Gatsby, por ejemplo, o el relato que inspiró el memorable filme de David Fincher, El extraño caso de Benjamin Button, comprobará que los grandes escritores descuellan ya desde sus primeras experiencias literarias. Quien en cambio no se encuentre informado sobre su carrera, e ignore, sin ir más lejos, que es uno de los escritores que, junto a Faulkner, Hemingway y Dos Passos, pertenecieron, en palabras de Gertrude Stein, a "la generación perdida", después de recorrer estos nueve cuentos se preguntará por qué no ha leído antes algo de Scott Fitzgerald.
No hay que preocuparse ni lamentarse: los buenos escritores y los buenos textos no suelen escaparles a los buenos lectores. Salvo que, como sucede con las viejas traducciones made in España, un "gilipollas" o un "cojones" o cualquiera de los españolismos excesivos, venga a desbaratarnos la concentración y arruinarnos el clima, al punto de hacernos sentir defraudados. Sin embargo, a nuestro favor, y sin dudas a favor de estos cuentos, en la edición que Godot nos presenta, los traductores coordinados por Pablo Ingberg logran volvernos familiar y cercana una lengua extranjera escrita hace casi cien años. Es un mérito que no puede dejar de subrayarse.
Como tampoco debe omitirse que en la "Nota de la traducción" nos ilustren sobre la decisión de castellanizar el término "flappers" como "flaperas" para referirse a esas muchachas de entre casi y un poco más de veinte años que protagonizan los cuentos. Jóvenes díscolas, transgresoras sin llegar a la rebeldía, demasiado burguesas en el fondo como para ser revolucionarias, aunque no dejen de ser incómodas para los parámetros morales, o la moralina, de los puritanos de entonces.
Un punto de convergencia entre estos ocho relatos es que en cada uno de ellos nos encontramos frente a un narrador seguro de su función y que se permite intervenir, de tanto en tanto, para prodigarnos máximas contundentes sobre cuestiones trascendentales, ya sea con su voz o a través de los pensamientos de los protagonistas. De alguna manera, esto nos hace sentir que estamos conversando con un amigo sabio, que no se limita a contar una historia, sino que, mientras la despliega, nos hace partícipe de elaboradas reflexiones. Muchas de ellas, por otro lado, rezuman un aire irónico, burlón, que invita a la sonrisa o a observar cómo se corroen o invierten los valores de los bien pensée.
Ilustración de Lautaro Comperatore
En todos los cuentos, además, se configura el trasfondo de una sociedad que forjó el made self man y el afán de la acumulación capitalista. Y mientras los personajes, flaperas y filósofos, luchan en la pendiente del ascenso social, escuchamos jazz, vemos a las parejas bailar foxtrot en las fiestas, las luces de las candilejas, los coches en sus paseos y un yate que se mece frente a la costa de Florida. En fin: el ambiente de la burguesía próspera antes de la Gran Depresión del año 30'.
El libro comienza con "El pirata de cabotaje", donde la sensual Ardita es secuestrada, junto con el yate de su tío, por una banda de negros comandada por el enigmático Carlyle, un "blanquito pobretón" que ha triunfado en el mundo de la música, pero que con ese acto comete su "suicidio artístico". Durante la travesía, que incluye una breve estancia en una isla secreta, Ardita va encontrando los lazos en común que la unen a Carlyle. Luego, "El palacio de hielo" recrea en el acelerado y calculado compromiso matrimonial entre Sally Carrol y Harry, la oposición irreconciliable entre la idiosincrasia de la muchacha sureña y el joven del norte, cuyos caracteres se revelan incompatibles por el influjo del clima y del paisaje. El sol cálido y las aguas refrescantes del sur poco tienen que ver con los laberintos de hielo que construyen los norteños. "Cabeza y Hombros", el tercer relato, nos presenta la cómica inversión de roles en la pareja que integran el joven prodigio de Yale, Horace Tarbox, y la bailarina con "dotes" de escritora, Marcia Meadow. "El bol de cristal tallado", el único relato atravesado por una atmósfera fantástica, coloca al objeto pasado de moda que oficia de título como el responsable, a lo largo de dos décadas, de la creciente cadena de desgracias en el matrimonio y la familia de la señora Piper.
Tan divertido como atrapante es el agón entre las primas Marjorie y Berenice que se desarrolla en "Berenice se corta el cabello a lo bob". En una esquina, Marjorie, representante de las nuevas prácticas sociales de la juventud, decide educar a Berenice, su contendiente, quien está alienada por los valores tradicionales, es decir, perimidos. El éxito del aprendizaje traslada el conflicto a otro campo y entonces, el simple suceso del corte a lo bob, emblema de las flaperas, se resuelve con un final impredecible y extraordinario.
En "Bendición", el encuentro con su hermano seminarista, y tanto lo que ella ve como la conversación que mantienen en el convento jesuita, ayudan a Lois a decidirse en el (falso) dilema de elegir entre una vida dedicada a Dios o entregada a los placeres mundanos. El héroe de guerra que vuelve a casa y ve hundirse su porvenir, primero en la caridad y luego en un trabajo miserable, es el tema de "Dalyrimple da el mal paso". La resignación no es el camino para Dalyrimple, que al igual que la costurerita del poema de Nicolás Olivari, decide buscar "atajos". "Tomar atajos significaba rechazar los viejos preceptos de la niñez de que el éxito provenía de la fidelidad al deber, de que la maldad era debidamente castigada o la virtud debidamente recompensada; de que la pobreza honesta era más feliz que la riqueza corrupta". Esos "atajos" lo llevarán a destinos lógicos y a otros, irónicamente, inesperados.
En el último cuento, "Los cuatro puños", sin dudas uno de mis favoritos, conocemos la fragmentaria biografía de Samuel Meredith en la cual se vuelve literal aquella máxima de que la vida nos enseña a los golpes, o de que hay personas que solo aprenden de la violencia con que estos ejercen su magisterio. De la adolescencia a la madurez, Samuel consigue hacerse hombre gracias a las piñas bien puestas que ha recibido y que le permite mirarnos, en la última página del libro, acariciándose el mentón mientras siente "de nuevo esa magnífica claridad, la sensatez fulminante de esos cuatro puños".
Aunque pueda dar la impresión de que varios de estos temas han envejecido, como el matrimonio por conveniencia o la vida religiosa, lo cierto es que esto no merma la actualidad, la vigencia de los cuentos de Flaperas y filósofos. Tal vez porque Francis Scott Fitzgerald, desde sus comienzos, es ya un gran escritor, o tal vez porque escribe sobre la esencia de la condición humana.
13 de mayo, 2020
Flaperas y filósofos
Francis Scott Fitzgerald
Traducción de Pablo Ingberg (coordinador), Carla Inda, Mariángel Mauri y Diana Ortega
Godot, 2020
208 págs.