Entregados al placer irresponsable de la mera conjetura podemos suponer que en ciertos casos César Aira escribe para contradecir alguno de los postulados recurrentes que la crítica enuncia en relación a su obra. Cosas tales como que sus novelas son desopilantes, que carecen de un final convencional o que tienen una línea argumental que es irreductible a un enunciado. Si bien, en parte, la operación consiste en desmantelar la imagen que esos lugares comunes proyectan en relación a sus libros, de lo que se trata en verdad es de encontrar razones para seguir escribiendo. Si esto es cierto, podemos suponer que no es que le fastidie aquello que los críticos dictaminan, sino que simplemente adopta como estrategia contradecirlos porque el tiempo, como a cualquiera, ha horadado su reserva de motivaciones.
Siguiendo en esta línea incierta, podemos especular además que en el caso de Fulgentius, su última novela, quiso desmentir a los irrespetuosos que postulan que a su edad ya no es capaz de encarar un proyecto medianamente voluminoso, con una historia unificada, una estructura sostenida y un final que se precie de tal. ¿Puede César Aira escribir una novela medianamente convencional? En respuesta a los que acaso se pregunten algo semejante, suponemos entonces que César Aira emprendió la tarea de escribir esta novela, empresa que acaso pueda homologarse a la última campaña militar emprendida por un general romano que está en edad de jubilarse. Y eso precisamente es lo que relata esta novela: la última campaña de Fulgentius, un célebre general romano que, por su edad, pareciera estar más apto para oficiar de abuelo que para dirigir a un centenar de legionarios en una cruzada que incluye arduas batallas, extenuantes cabalgatas por lugares inhóspitos, inclemencias climáticas y demás exigencias totalmente inadecuadas para un hombre en su circunstancia. De hecho, cuando recibe la convocatoria, sus familiares le señalan la inconveniencia de embarcarse en una empresa semejante; pero él se resiste, tentado por una aventura que le permite probar (sobre todo para sí) que todavía es capaz de comandar una campaña exitosa. Una segunda motivación colabora en su decisión: hace tiempo escribió una tragedia, la única que compuso en su vida, y el extenso periplo que supone la campaña le ofrece la posibilidad de ponerla en escena en distintas ciudades, algunas de ellas verdaderamente importantes.
Ilustración de Lautaro Comperatore
El resto se cifra en lo implícito en este punto de partida. Haciendo eje en la figura de Fulgentius (de quien vamos conociendo sus mañas y devaneos), la novela cuenta las peripecias de la campaña, incluido el relato de algunas de sus sangrientas batallas, y lo que para Fulgentius es aún más importante, las puestas en escena de su singular tragedia. Se cuentan además algunos momentos de su vida, como por ejemplo la historia de la composición de dicha tragedia.
La narración en su conjunto, en síntesis, da cuenta del último acto glorioso de un prócer que declina, y que en su declinación hace un último intento por reflotar su proyecto lateral: aquello que quería pero no ha podido ser. El mecanismo, consustancial a la narrativa de Aira, señala que detrás de todo gran propósito hay siempre propósitos secretos, personales, minúsculos, descabellados, que son el verdadero motor de la Historia. Las novelas de Aira se desarrollan a partir de una dinámica de desplazamientos entre causas y efectos que sigue este modelo: la causa expuesta esconde siempre otra, caprichosa, gratuita, trivial, que es la que da lugar a la acción artística. Su arte narrativo, en consecuencia, depende en gran medida del dominio de esta dialéctica desplazada.
Digamos entonces que, solapada en la ficción, Aira esconde en esta novela una reflexión acerca de una de sus estrategias compositivas, tal como en otras novelas suele hacerlo en relación a sus postulaciones estéticas. Los ejemplos son tantos que, extrayéndolos de sus novelitas y ensamblándolos en un cuerpo ordenado, bien podría componerse una suerte de manual que diera cuenta de su poética y de sus procedimientos.
Del mismo modo que proliferan situaciones y escenas que transitan y recrean sus concepciones artísticas y su modo de concebir la escritura, en las novelas de Aira suelen haber secuencias que pueden ser leídas como fragmentos de su biografía en clave. En todos los casos, la supuesta referencia a algún aspecto de la realidad es pertinente e impertinente a la vez. Son alusiones inestables, engañosas, que pueden a la vez que no pueden ser cifrables, porque en todo momento conservan su filiación ficcional.
En el caso de Fulgentiusse alude directamente a la coartada de la ficción en clave, y se alude incluso a su carácter engañoso. Sobre el final de la novela, en una secuencia en la que el General presencia la puesta en escena de su obra junto a un delegado local, el procónsul Marcius, éste le pregunta acerca del carácter autobiográfico de la tragedia, teniendo en cuenta que la historia escenificada tiene poco y nada que ver con la suya. Fulgentius entonces le responde: “Se trata de una tragedia en clave”, y de inmediato le aclara: “significa que cada hecho de la realidad, cada personaje, aparecen tal como sucedieron, pero bajo distinta forma”.
Esta alusión directa a su posibilidad, nos habilita a especular que estamos frente a una novela en clave; pero ocurre que de inmediato el narrador nos aclara que la respuesta que recibió el procónsul Marcius es algo que Fulgentius inventó en el momento, para evitar decir la verdad, es decir que “había escrito sin pensar mucho, lo primero que le venía a la cabeza que calzara en el molde de hierro de los hexámetros”. La afirmación de una posibilidad seguida de su negación es una articulación recurrente en la literatura de Aira, que por lo general opera desestabilizando los componentes narrativos.
En una entrevista reciente, cuando el periodista y escritor madrileño Javier Ors le pregunta si compararte algo con Fulgentius, Aira le responde: “La edad, nada más. Y con eso lo comparto todo”. Mediante esta fórmula sintética señala la presencia solapada de lo biográfico, a la vez que llama la atención sobre el eje neurálgico de la novela: la cuestión de la edad. La última campaña de Fulgentius, tal como corresponde, supone una rendición de cuentas, en la que logros y postergaciones exhiben, de manera simultánea, su relevancia y su insignificancia, lo que redunda en el despliegue en acto de una meticulosa reflexión acerca de la vejez. Fulgentius (y, considerando su declaración, podemos hacer extensivo el gesto al propio Aira) examina su vida desde esta estancia misteriosa, pendulando entre la lucidez desencantada y la perplejidad: “El contraste entre lo que había sido y lo que pudo ser le hizo sentir que todo había sido tiempo perdido. Un tiempo artificial, como en el teatro; quizás su pasión por volver a ver una y otra vez en escena la tragedia que había escrito era un vano intento de recuperar un tiempo real”.
Si optamos por la inconsistente vía de las especulaciones, fue para abordar con cautela uno de los componentes más inestables de la literatura de Aira: lo autobiográfico. Y lo primero que hay que aclarar al respecto es que sus libros, aún aquellos que simulan serlo (como por ejemplo Cumpleaños) no son autobiográficos, al menos en el sentido convencional. Lo central en su caso no es nunca dar cuenta de su propia existencia. Por el contrario, cuando lo autobiográfico irrumpe es para propiciar (a la vez que desestabilizar) la fabulación, que siempre es lo central.
Antes que algo personal que busca ser representado a través de la narración, lo autobiográfico en Aira es una herramienta (o en todo caso una función) plausible de ser aplicada en el proceso de composición ficcional. En lugar de indagar en lo propio a través de la escritura, Aira se pregunta qué puede hacer la escritura (transida por la ficción) con lo autobiográfico. Y en tal sentido, adopta lo biográfico como una materia prima, por cierto particularmente sustanciosa, en tanto está dotada de la singular vibración que le otorga ser relevante para quien escribe.
Tal como se verifica en Fulgentius, lo autobiográfico en Aira se juega siempre en favor de la ficción. Por lo general opera de manera anómala, introduciendo en el relato una presencia ambigua, inestable y tramposa, que antes que una representación, propone una escenificación falsa de lo propio. Pensemos por ejemplo en el uso recurrente de su nombre, “César Aira”, en personajes cuyas características no se corresponde en nada con él (como por ejemplo la niña César Aira, protagonista de Cómo me hice monja), o en la supuesta figuración de su infancia en Pringles o su vida en Flores, siempre tergiversadas y desmentidas por la proliferación de sucesos delirantes. En la mayoría de los casos, la supuesta narración autobiográfica es hasta cierto punto verosímil, y en algunos aspectos incluso se corresponde con la realidad, pero siempre la ficción acaba independizándose de toda referencia para desarrollarse según sus propias leyes, desplegando sucesos que se desentienden totalmente de la vida del autor, y en cierto sentido incluso la desmienten. Extremando este argumento, podemos decir que Aira narra para desdibujar lo autobiográfico, para salir de ese “lugar común” que es el relato de lo propio, mediante el truco de hacerlo pasar por otro cuerpo y otra circunstancia, que pertenecen al universo alterno de la pura invención. “Creo que si me hice escritor fue para poder tomarme vacaciones de mí”, declara en una entrevista, reafirmando su aversión por las poéticas autobiográficas, a la vez que definiendo su posición en ese campo. “Detesto esa literatura del yo que ahora está de moda, pero al fin de cuentas yo no he hecho otra cosa, salvo que escondido tras un velo de fantasía”, dice a modo de conclusión.
César Aira es el novelista que es, entre otras razones, por el uso inédito, particularmente inteligente y siempre productivo, de los distintos elementos que intervienen en la composición narrativa. Su uso desviado de lo autobiográfico es un claro ejemplo, que intentamos examinar a través Fulgentius, novela que admite y la vez no admite un abordaje semejante. La ambigüedad de esta circunstancia nos pareció promisoria, en tanto ilustra el modo en el que funciona lo autobiográfico en la literatura de Aira. Tal como vimos, su presencia en los textos es tan incierta que su verificación en la lectura es sólo de carácter especulativo. Optamos entonces por especular, incitados en parte por el propio Aira, que en la entrevista antes citada dice: “En realidad esta novela es un baile de disfraces. Soy yo, y si me puse la lorica segmentata y empuñé el gladium de bronce fue para que no me reconozcan mientras juego a la guerra”.
24 de junio,2020
Fulgencius
César Aira
Random house, 2020
168 págs.