El último libro de Sergio Pujol es una biografía de planos cortos cuyo protagonista, el famoso saxofonista rosarino, se recorta claramente sobre un fondo cambiante. Su título es Gato Barbieri. Un sonido para el tercer mundo, y remite, al menos para quien escribe, al título de un texto anterior del mismo autor: Jazz al Sur. En aquel libro, enciclopédico y a la vez narrativo, Pujol pintaba con detalle la historia del jazz argentino, campo musical que siempre camina sobre una cornisa, que existe en una periferia casi inadvertida en los centros vitales del género. Y si sumamos a eso el paraíso perdido de la masividad, al cual el jazz nunca retornó después de la época de oro de las big bands, entendemos en seguida que hacer jazz en Argentina supone, desde hace más de medio siglo, una actividad, por un lado, insolvente y quijotesca, y por otro, floja, de credenciales, liberada de pasaporte. Y este díptico enrarecido es el que planta los ejes más profundos de la biografía de Barbieri.
Si Jazz al sur establece un vector norte-sur, el título de esta biografía anticipa el movimiento de ida y vuelta de la música que lo protagoniza. Un sonido que sale de aquí “para el mundo”, hacia el mundo, y al volver la mirada reencuentra ese “tercer mundo”.
Gato Barbieri fue un músico de extraordinario talento. Como bien se señala Pujol, su carrera fue su sonido. Sabemos que compuso, arregló y dirigió sus grupos, pero el núcleo cinético de su existencia musical está en el sonido de la caña floja que apretaba con sus labios cada vez que subía al escenario. “No me interesa la música refinada. Me gustan las músicas fuertes”.
El texto logra llevarnos de la infancia en Rosario a un roaring Buenos Aires que al protagonista muy pronto le queda chico. Quizá más milimetrada de lo que parece, la prosa maneja muy bien un registro de novela que logra seguir adelante aún en los clusters de información más congestionados. No es un texto de musicología, aunque no falte la información precisa y la enumeración de músicos, boliches y personalidades de la cultura que acaso sólo reconocen los aficionados.
La relación del músico con la circulación del dinero es un elemento fuerte. Durante sus años en Buenos Aires podemos sentir el agotamiento de la agenda llena, salimos con el Gato de una orquesta de televisión para ir a acompañar a un cantante y después a tocar bebop a medianoche. En la siguiente sección, como en una especie de modulación un poco infernal, ese circuito se reemplaza por el del Atlático Norte. De Italia a Nueva York, festivales con un grupo, discos con otro, bandas sonoras de películas. En todos estos capítulos, siempre es claro que el músico no tiene dinero casi ni para comer. Cecil Taylor trabajaba en una librería, Roswell Rudd era taxista, se apunta en una digresión, como dando un paisaje de fondo. El Gato y Michelle aceptaban que los amigos hicieran “una vaquita” después de la cena para pagar su parte. Cuando perdió su saxo en un aeropuerto, necesitó ayuda para poder comprarse otro. Todo eso terminó con Último tango en París. Las regalías de un éxito de taquilla justifican todo retrospectivamente. El cine y su masividad colosal instalan el faro que ilumina pasado, presente y futuro.
Gato Barbieri logra construir su personaje para el gran espectáculo del mundo. Un sombrero y un par de anteojos oscuros son sus bigotes de Dalí. El boom literario latinoamericano es el relato, un poco ajeno, al que se sube como a la cresta de una ola. El libro sabe rescatar los puntos de apoyo reales de la consolidación de una estética personal en Leandro Barbieri: el cine de Glauber Rocha, de Bertolucci, de sus amigos directores italianos. El cine en definitiva. En sus años dorados, el proyecto tercermundista del saxofonista reúne instrumentos folclóricos diversos, repertorios tradicionales o contestatarios que reaparecen obsersivamente y funde todo en un magma improvisatorio modal, que hace eco de los planetas sonoros descubiertos por Coltrane, pero son justamente eso, ecos, reverberancias en alguna quebrada imaginaria en lo más mediterráneo de Sudamérica.
La historia del sonido del Gato Barbieri es la historia de la búsqueda de un lugar que no existe, o que ya no existe. En ese sentido, Pujol es muy lúcido a la hora de mostrar la crisis del jazz en términos de circulación y mercado; da cuenta de la diferencia entre la música que cimentó el prestigio del Gato y la que le dio libertad económica. El argentino que toca jazz, pero no latin jazz. Podrá ser muy bueno, pero ¿por dónde se le entra? Ese acertijo aparece una y otra vez. Se cita lo que alguien dijo de él: está más cerca de la leche que del café. El café sería el arquetipo latin, caribeño, y parece muy acertada la leche como moneda representativa de nuestro músico, casi ligándolo a una argentinidad decimonónica.
Este libro es sobre la búsqueda de un sonido, como promete el título, pero también sobre la construcción de la carrera de un músico. La construcción en grande, que no sigue un plan. Que llega alto y luego tiene una coda amplia, tristona, de un hombre que ha quedado solo y dice añorar a Rosellini cuando en realidad extraña a su Michelle. Tartamudo e introvertido, el personaje funciona como un antihéroe que supo darle a ese sonido, que era todo lo que tenía, un lugar en el mundo.
La cita de Satie era, si no recuerdo mal: “La música del futuro será una sola, ¡y siempre la misma!”. Y no se equivocó al vislumbrar un siglo XX donde el timbre definió la identidad, donde prevaleció la piel y el músculo de un sonido por sobre sus ideas. La música de Gato Barbieri no es un mal ejemplo de esta noción.
22 de marzo, 2023
Gato Barbieri. Un sonido para el tercer mundo
Sergio Pujol
Planeta, 2022
384 págs.