Refaccionado y con la incorporación de una nueva serie de habitaciones, Guillermo Piro (Avellaneda, 1960) reabre las puertas de su hotel gracias a la intermediación de La Tercera Editora, que ha publicado una edición corregida y aumentada del Guillermo Hotel, inaugurado por primera vez en 2009.
Reabre todas sus puertas ─y no una principal, una de entrada─ ya que puede ingresarse a su heteróclito espacio-tiempo por cualquiera de ellas. Miscelánea compuesta por relatos breves, microrrelatos, microensayos, ocurrencias, anécdotas, paradojas, apreciaciones, algunas de la longitud de una simple línea, Piro se despacha con una serie de textos que imbrican humor, erudición, absurdo y pasatiempo, en una escritura elegante que deja tras de si la estela de placer cara a aquellos que gozan de la meticulosidad escritural.
En una entrevista a propósito de Celeste y Blanca, su segunda novela, el autor afirma: "La idea es entender la literatura no como la gran catedral pensada por Proust o Borges (incluso Cortázar), sino como un cofre en el que pueda entrar cualquier cosa, cualquier calamidad". La jerarquía y solemnidad investidas en la arquitectura de la catedral cobran en Piro la forma desfachatada y transitoria de un hotel. Y si la catedral está destinada a permanecer, a perdurar, a costa de la sólida fe de los feligreses (esa que crea la divinidad que adora), los experimentos textuales que alberga Guillermo Hotel no exigen ─como asegura la inventada epiloguista─ una "credibilidad carismática", puesto que el autor al que se le atribuye este libro (Armenio Scaciafurlone, supuesto monje benedictino), como el propio Guillermo Tell, goza del privilegio de la duda existencial.
Ilustración de Matías Tejeda
Las delimitaciones del hotel no son nada claras. Súmmum de la extrañeza y de la confusión de categorías ─sobre todo las de ficción y realidad─, su estructura móvil se articula con el capricho del lector y recuerda, sólo por esto, a aquellas teorizaciones de Umberto Eco sobre la opera aperta propia de la vanguardia de los sesenta. En la entrevista citada, Piro asegura que "los escritores están demasiado habituados a levantar las paredes de su propia celda, autoimponiéndose restricciones". Fiel a esa proposición, los confines del hotel se difuminan y los textos que hospeda escapan de toda taxonomía genérica.
Así, las paredes de los cuartos adquieren la plasticidad que les confiere el observador y, para aquellos dispuestos a mirar por horas y con la vida final de una luz que agoniza, la simpleza compacta de la pared ofrece sus misterios movedizos. En "Menos Luz" se lee: "Como bajo una sesión de tortura (para la pared, en este caso, el ser tan largamente observada es someterse a una sesión de tortura), la cosa, lo que se mira, no resiste indefinidamente, y al cabo de un tiempo, dependiendo éste de la insistencia, la fuerza o el frenesí con que se mire, cede, se deja llevar, ver, analizar, y muestra al fin lo que ocultaba".
Las entradas de irreverentes diccionarios biográficos y anecdotarios absurdos alrededor de figuras como Flaubert ("Vocación"), Joseph Conrad ("Irritable"), Kant ("Kant y las chinches"), Borges ("La voz"), Alejo Carpentier ("La compostura"), se intercalan, en su tono, con breves textos que relativizan o ridiculizan ciertas empresas con propósitos científicos o solemnes: de ahí que pierda sentido fijar "El nacimiento de la filosofía"; necesario, junto a Pascal, advertir que "La religión es un juego"; y atender a que las distancias entre los humanos y los animales no suponen jerarquías de las que vanagloriarse ("Los animales también mienten"). Esto no quita que haya un marcado interés en Piro por el discurso científico tanto de las ciencias "blandas" como de las ciencias naturales y la lógica matemáticas; un interés de observador y documentalista. Claro que estas descripciones se tornan irrisorias cuando es la insondable experiencia humana la que pretende objetivarse bajo los marcos estables y fijos de los paradigmas científicos ("El hombre antena", "La cuerda mágica de tender la ropa", "El galanteo entre los humanos", por nombrar algunos).
Quedan de este modo notificadas las advertencias: en este lugar nos hay paredes ni cuartos estables, las puertas cambian de tamaño y la iluminación refracta sobre el sentido común de las cosas y los seres. Quien ingrese a Guillermo Hotel lo hace a costa de su propio riesgo, de su propio extrañamiento.
16 diciembre, 2020
Guillermo Hotel
Guillermo Piro
La Tercera Editora, 2020
220 págs.