Los estados alterados de consciencia inducidos por psicoactivos de diversa índole han acompañado de manera indiscutible a la humanidad en su desarrollo filogenético. Sin embargo, entre los innumerables estragos ocasionados por la moral inquisidora, se encuentra la persecución (variable en intensidad de acuerdo al momento histórico) a quienes deciden ejercer, en términos de Foucault, esta práctica de sí.
Por supuesto, esto afecta directamente a las subjetividades perseguidas y, también, va en detrimento del desarrollo del material escrito sobre estas prácticas, el cual se echa en falta como patrimonio cultural que contribuya a un acercamiento, por más minúsculo que sea, al insondable entramado natural/cultural que configura al ser humano.
Hachís, de Walter Benjamin, es de esos libros que tienen como estampa una función visibilizadora y vienen a echar algo de luz sobre dimensiones injustamente oscurecidas. Por las fechas que datan los eventos registrados podríamos considerarlo un heredero de la corriente iniciada por Thomas De Quincey, Fitz Hugh Ludlow y Charles Baudelaire en lo referente a la escritura sobre las experiencias derivadas del uso de drogas psicoactivas. Esto no modifica el hecho de que como referencia sea más cercano a los cimientos sobre los que se erigió a través del tiempo la disciplina psiconáutica que conocemos actualmente, considerando que comienza a tener una entidad más definida en la década de los setenta a partir del neologismo psiconauta acuñado por Ernest Jünger. Esta etapa próxima a los comienzos de la incipiente disciplina, en la que se ubican los textos, los convierte en un apreciable documento histórico.
El libro está conformado por una compilación de bioensayos que Benjamín llevó a cabo con el tradicional extracto de cannabis. En consonancia con su compromiso cultural, se ocupó de dejar registro escrito de los protocolos de experimentación y también, haciendo uso de sus recursos estéticos, propuso un giro interesante al mutar una de sus experiencias en relato.
A lo largo de estas páginas predomina el enfoque descriptivo y se percibe en el mismo una búsqueda por plasmar la experiencia sobre el papel tan fielmente como sea posible. La tarea es compleja y quizás el afán de comunicar lo experimentado en tiempo real, haya entorpecido, en parte, el curso de los trances. Mas, por otra parte, esta forma seleccionada por el autor abunda en riqueza en tanto enseña el discurrir de la consciencia del sujeto experimental.
En ocasiones, leemos a Benjamin con una intención vacilante antes de embarcarse en los experimentos, con dudas acerca de la calidad del material o las dosis a consumir. Esta duda neurótica se desvanece en la medida en que el efecto de la sustancia se empieza a hacer evidente, aunque la lucha de su razón por no sucumbir enteramente ante la embriaguez parece funcionar en oleadas intentando arremeter intermitente e infructuosamente.
Lejos se lo ve de aplicar la lógica de dosis heroicas que pregonaría de manera muy posterior el psiconauta Terrence Mckenna o de la decisión clara de zambullirse en la experiencia psicodélica con la que se expresaba el a veces polémico Thimothy Leary. Quizás, por causa de alguno de esos factores, o de otros que aquí no figuran, las experiencias alcanzadas no hayan tenido un carácter deslumbrante o trascendental. Mas esto no menoscaba en absoluto el resultado final, dado que la búsqueda de Benjamin es plena en sí misma y sus experiencias fueron atravesadas y registradas genuinamente.
Entre las experiencias con hachís, aparece inesperadamente un protocolo que registra un experimento con una pequeña dosis de mescalina sintetizada por el popular laboratorio Merk. Mención especial para ese protocolo en el que la curiosidad intelectual de quienes acompañaban a Benjamín los condujo a enseñarle láminas de Rorschach, intentando conocer la proyección del sujeto experimental sobre las mismas en ese estado particular de la consciencia.
Retomando una de las ideas que Martín Kohan expresa en la introducción que escribió para el prólogo de esta edición, se diría que lo que vale de este trance, en última instancia, es que Benjamín ha tenido un motivo más para escribir. Principalmente porque, convidando sus intentos por asir la experiencia desde lo simbólico, acerca sus percepciones al lector con una altura admirable. En determinado momento escribe: "Y cuando me acuerdo de ese estado, quiero creer que el hachís sabe persuadir a la naturaleza de que nos permita ─de manera menos egoísta─ ese desperdicio de la propia existencia que el amor conoce. Porque si en los tiempos en que amamos se le escurre a la naturaleza nuestra existencia entre los dedos, como monedas de oro que ella no puede retener y deja pasar para así comprar el nuevo nacimiento, ahora ella nos entrega a la existencia con las manos llenas, sin dejarnos esperar o pretender nada". Y nosotros, al igual que Benjamin, lo aceptamos.
17 de marzo, 2021
Hachís
Walter Benjamin
Traducción de Nicole Narbebury; prólogo de Martín Kohan
Godot, 2021
152 págs.