Si fuera preciso descubrir en los libros de cuentos una línea que vincula las partes con el todo para ofrecerle al lector una idea de “unidad”, una suerte de justificación o motivo que ha reunido necesariamente a ese conjunto de piezas narrativas –y con ese orden–para transmitir un mensaje o componer una única gran figura, en Hay cosas que pueden olvidarse, de Carlos Hugo Sánchez, publicado en 2022 por Paradiso, podría sugerirse que es el agua, ese fluido incontenible y vital, aquello que recorre como una corriente subterránea los veintitrés textos que se reúnen en este volumen.
Entonces, el agua. Sea en la forma de un río, de un arroyo o del mar, o bien metaforizada en la dinámica cambiante de los vínculos, de los sentimientos, de los estados de ánimo de los personajes, el agua, lo líquido, se sugiere en gran parte de los relatos o se explicita abiertamente, como sucede en una frase del cuento “La competencia del hablante”: “Uno no es la misma persona toda la vida. El río, el agua que corre y esas cosas”, que viene a remedar la máxima que los manuales de filosofía le atribuyen a Heráclito: “nadie se mete dos veces en el mismo río”. Sí, el agua, el cambio: del individuo y del contexto. Pero, como anticipamos, el río puede ser la escuela donde Ramoncito aprende a “convertir peces en pescados” y a resistir la explotación laboral, en “Precocidades”; o representarse como la tumba en la que se esconden los muertos lanzados por los aviones asesinos de la última dictadura, en el cuento que da título al libro. Y el mar, el mar abierto, es el espacio que, en el horror de un naufragio, le permite a Toni Ricchi, el capitán del barco, reencontrarse con la sirena que vio en su primera juventud para expedirse “Sobre la utilidad de las sirenas”. No solo esto: el agua precipitando como lluvia se cuela en “Continuidad del río”, o contenida en “el espejo biselado del Beltrán”, en el que el protagonista, Julio, como el mítico Narciso, se mira lapidariamente a sí mismo mientras se resiste a disfrutar una inexplicable o inmerecida cópula en “Sexo”.
Sin embargo, tal vez más evidente que esta línea “acuática” sería establecer una vinculación entre estos cuentos breves, que se alternan con otros de mayor extensión –en los cuales Sánchez, sin dudas, se permite explorar con lograda solvencia la conjunción entre personajes y ambientes–, a partir de los narradores y personajes masculinos que desnudan su fragilidad, sus inseguridades y sus dolores siendo, en varias ocasiones, “aplastados” por la fuerza y la mayor adaptación para la vida de los personajes femeninos, de esas mujeres que parecen entender mejor el mundo y no naufragan ni en los mares, ni en las aguas amargas de las relaciones frustrantes y vacías. “Esmeralda”, “La competencia del hablante” y “La luz de mis ojos” son sólidos ejemplos de este contraste entre unos y otras. De todos modos, igual nos quedarían desprendidos de este hilo conductor el fantástico cortazariano de “Algoritmo”, o aquel con ecos borgianos, “El bar Roma, Jesús y el Aleph”, o el relato histórico, “El otro Roca”, que recrea la batalla de Santa Rosa, librada entre el joven coronel Julio A. Roca y su “maestro” y “camarada” devenido en enemigo, el General José M. Arredondo.
En la solapa del libro, Carlos Hugo Sánchez (1954) se nos presenta como un escritor que cuenta con una trayectoria en la labor literaria. Libros como Un hombre llamado Piedra Azul (novela) y El tren detenido (cuentos), junto a premios prestigiosos entre los que se destacan el Concurso Internacional Juan Rulfo, en 1999, y el Premio de Novela Corta Gabriel Sijé, en 2002, abonan esta declaración que se confirma en la calidad de su escritura. Sin dudas, el aprendizaje adquirido en este recorrido dentro del oficio le permite, por un lado, transmitirle su experiencia (o la de Isidoro Blaisten) a un personaje para que explique los fundamentos de su técnica para escribir. “Hay que leer, hay que pasarse la vida leyendo a los autores que yo, modestamente, les recomiendo. Eso va formando un mecanismo de 'buen gusto' del que no somos conscientes pero que tendría que ser infalible... Ese mecanismo mental mezcla las artimañas de diez, quince, veinte o cien escritores que hayamos mamado como corresponde (y) que dejan de ser identificables” en la escritura propia. Y, por el otro, atacar con cómica ironía a Joyce en “Consideraciones acerca del monólogo interior”.
Seguramente, la premisa del comienzo de esta reseña resulte arbitraria y no sea fundamental, ni brinde una clave reveladora, atribuirle a un generoso conjunto de relatos una línea que los vincule, un principio rector. En especial cuando se trata de un grupo integrado por textos escritos en tiempos diversos, incluso distantes. En aquellos que incluyen, al final, la fecha de composición es posible comprobar que casi veinticuatro años separan cronológicamente al primero, de octubre de 1998, del que exhibe la más reciente: marzo de 2022. A veces, y no me expido acerca de si es una virtud o un defecto, los cuentos se agrupan entre las mismas tapas por razones ajenas a lo estético, a los tópicos, a la exploración de un género o de ciertas voces. Digamos, por motivos extraliterarios. Entonces, tal vez, Hay cosas que pueden olvidarse sea un libro que no exija una lectura constante y ordenada. Que pueda dejarse en la mesa de luz para leerlo de a poco, fraccionadamente, de uno o dos relatos, para reencontrarnos con una escritura contemporánea que no responde ni se deja doblegar por los imperativos temáticos y estilísticos del presente.
9 de noviembre, 2022
Hay cosas que pueden olvidarse
Carlos Hugo Sánchez
Paradiso, 2022
176 págs.