"Hemos creado una linda bestia", nos anuncia airoso el libro de relatos homónimo de María Ferreyra, mientras en su portada se recorta colorida sobre un azul vibrante una criatura ensamblada. Esa tapa, que a primera vista evoca a La Catrina mexicana o a un alebrije del país natal de la autora, nos interpela en un plural inclusivo que pareciera hacernos copartícipes de la creación.
María Ferreyra vive en Argentina y entiende al psicoanálisis, su profesión, "como uno de los modos favoritos de leer la vida". Este es su segundo libro de cuentos. Hemos creado una linda bestia está dedicado al feminismo y a quien se encuentre en sus páginas.
El libro, publicado por Indómita Luz, no escatima en elipsis. Cada lector y cada lectora sabrá cómo completar y dar forma a esas siluetas inconclusas. Cada uno, cada una encontrará la forma de dar nombre a eso no dicho. Sus relatos, portadores de la contundencia de la brevedad, nos van entregando escenas con distintos protagonistas. Sin embargo, nuevas lecturas nos invitan a reparar en otros personajes, situaciones u otros objetos, al parecer secundarios u accesorios, que finalmente se delinean como determinantes en las tramas.
Así, en cada relato se construye un paisaje con su luminosidad que se recorta en medio de la oscuridad. Aparecen escenas visuales que se delimitan sobre un fondo que sólo son perceptibles ante la emergencia de una luz intermitente.
Una primera serie de cuentos se recortan en la atmósfera citadina, oscura, gris, solitaria en la que se respira miedo y desamparo. En "Media res" un camión frigorífico asaltado en plena noche "con la fuerza del hambre" nos invita a pensar en "la cosa cruda del alma". Las partículas de la construcción de "Polvo" evocan la harina de un pasado etéreo que trae nostalgia a un hombre que no vive en la urbe, pero trabaja en ella. En ambos relatos aparecen referencias a destinos cíclicos entre generaciones. Esa recurrencia, sin embargo, se rompe con "la fuerza de lo que crece e insiste por salir" y ese quiebre se expresa en "El sonido que no se extingue", con su amalgama colectiva en marcha a través de una avenida tumultuosa; y en el portazo de la hija de "Tengo un mejor recuerdo del futuro", en el cual emerge la paradoja de la memoria de un mejor porvenir.
En contraste, escenarios de campo y naturaleza. "Si la noche quiere saber" nos cuenta de rituales que se repiten hasta que algo cambia y, cuando todo vuelve a empezar, es otra la mirada. Mientras que en "Verde", el protagonista recuerda "la noche en la que todo cambió" y reflexiona sobre qué hará después de todo eso, al mismo tiempo que se interroga sobre la fertilidad de la tierra.
Asimismo, un diario personal, una caja de fotos antiguas, muebles que sobrevivieron a mudanzas indeseadas se hacen presentes en "Rastrojero", "Eso que vimos" y en "Una familia". Objetos otrora extraviados retornan sorpresivamente y son observados "con la decisión de quien recupera un rastro que creía perdido" o traen a la memoria un día en el cual una decisión cruza una vida, "contra todo lo que debía hacerse". También lo que se creía perdido retorna en "Remolino", que con su movimiento en espiral nos advierte que "no hay manera de acostumbrarse al miedo".
Como cada parte de la criatura que nos recibe en la portada aporta a la emergencia de ese todo "bestial", cada relato se encastra en la creación de un mundo en el cual siempre está en tensión lo que se deja asir y lo que se escabulle.
Cada entrega se enlaza a la siguiente en su vínculo con la precariedad y la fragilidad de lo transitorio, haciendo emerger una circularidad en la cual, cuando adviene un retorno o una restitución, como dice un personaje del libro, "se ve algo más". La combinación de familiaridad y extrañeza que ya se perfilaba en la portada tiñe algunos momentos de los relatos de una pátina siniestra.
De este modo, un hilo invisible atraviesa los relatos y los conecta en su relación con las pérdidas: las que se dan en las embestidas, en los exilios, en los viajes, en las despedidas, en los duelos. Lo que efectivamente se perdió, lo que se creía perdido y retorna, la inmediatez y la posibilidad de la pérdida, lo que no debe perderse y el terror a haberlo perdido. Y también la pérdida que aparece con la potencia de una puerta que se abre.
En uno de los cuentos, un personaje le entrega a otro un mapa, con la advertencia de que no lo pierda. Sin embargo, bien sabemos que, por más que lo intentemos, nunca esas orientaciones se siguen cabalmente y que no podemos evitar los extravíos.
28 de julio, 2021
Hemos creado una linda bestia
María Ferreyra
Indómita Luz, 2021
págs.