La trama de la novela Hilo rojo y serbal de Alan Talevi va creciendo como la vegetación, desde el propio jardín “con plantas ordinarias de esas que se podían encontrar en cualquier lugar del pueblo” y las que se robaban madre e hijo de los predios vecinos, hasta otro jardín casi bosque donde el serbal funciona como guardián de otra familia y hay una sorprendente planta carnívora. Ese entorno se mueve y muta de manera casi imperceptible, con su reloj que sentimos como más lento, pero en determinadas circunstancias nos sorprende alguna especie por su altura o desarrollo. Así son también las situaciones que vive el lector frente a una narración que parece no avanzar pero se va tupiendo (el gerundio no es arbitrario) hasta que notamos que los hechos cambian, en ocasiones de manera abrupta. La comparación con la vida de los vegetales, sus frutos, raíces, aromas, no es excesiva porque a lo largo de las 155 páginas tienen una actuación que simula estar en segundo plano, sin embargo de modo silencioso y a veces brutal saltan al centro de la escena como protagonistas de fuerte carácter.
Algunos personajes femeninos atraen y devoran como las plantas carnívoras, que son descriptas detalladamente. El protagonista es un joven biólogo becario del Conicet, que está terminando su tesis sobre la composición química de ciertas especies autóctonas; ha tenido un accidente en moto y su cara ha quedado desfigurada (Dos caras, le dicen como burla). Su novia permanece en un semisueño del coma producto del mismo choque. Pero la fuerza que mueve el relato son dos mujeres poderosas, aparentemente opuestas: su madre, conocedora de las plantas con sabiduría antigua, y la madre de su novia, una mujer tirana y millonaria que domina su entorno como una reina despótica. Ambas observan, aconsejan, son imanes de pulsión erótica y tanática a la vez. Divinidades antiguas como diosas ancestrales con habilidades que exceden a quienes las rodean. Las dos dominan a su modo, con una violencia no siempre sutil. Indudablemente no son actrices de reparto del mismo modo que el paisaje, que no es simple escenario porque “las plantas cuando son salvajes están en guerra constante”; van adquiriendo poco a poco un papel central, hegemónico.
Frente a los precisos conocimientos de Biología del narrador (científico como el mismo autor Alan Talevi) se yerguen esa planta distinta con flores lilas y blancas, con frutos de color plata que la madre denomina “planta de las monedas” y ante la que ella se postra en extraño ritual nocturno para arrastrar sus uñas y escarbar la tierra con frenesí, y por otro lado en un lugar escondido del jardín de Victoria (“como un santuario vegetal”) una sarracenia gigante y albina, una planta carnívora, que esconde un secreto estremecedor y le hace preguntarse al joven con inquietud: “¿Es posible que Victoria sepa de las cosas que sabía mi madre?”.
Según responde el autor en un reportaje de la revista Colofón, el título sale “De una rima folklórica en inglés: rowan tree and red thread / make the witches tine their speed. Algo que podría traducirse libremente como: serbal e hilo rojo / hacen que el brujo pierda el arrojo. En Escocia, sobre todo, el serbal era considerado un árbol mágico, protector. Talarlo, romperlo o herirlo con un cuchillo era tabú”.
El hilo rojo alude a una leyenda y el serbal como un tótem o un ángel oscuro vigila su entorno. Se respira un aire de inminencia, una extraña calma superficial que conmociona, a la espera de una ruptura, de una explosión. El primer sustantivo de la novela es fractura: “La fractura soldó rápido...” pero la afirmación es engañosa, hay en ocasiones “punzadas intermitentes que irradian desde el hueso a la piel”. Y las vibraciones se harán cada vez más intensas.
“Al ponernos de pie resignamos, como especie, nuestra habilidad olfativa. Elegimos aguzar la vista. En la literatura, las imágenes visuales superan a las olfativas en una relación de 100 a 1”. En su breve ensayo “Osmia”, Alan Talevi analiza la relación entre olores y memoria; el poder que ese sentido ejerce sobre nuestros recuerdos. Al menos desde el mito de la caverna de Platón, los versos del canto gregoriano (la vista falla para conocer a Dios), y la crítica moderna a los medios audiovisuales, se ejerce una sospecha sobre lo que recibimos por los ojos. El autor aprovecha esa “debilidad” y nos muestra un panorama visual que no es lo más importante, es engañoso, porque todo transcurre en otra dimensión de la percepción: el tacto, que comunica con la tierra, y los olores como almas; vibraciones a las que no estamos acostumbrados y se despliegan con sutileza. La brujería, lo fantasmal, entonces, están presentes sin necesidad de ser nombrados.
Como en un truco de magia la novela nos lleva lentamente hacia el final sorpresivo, que sin embargo se ha ido develando sutilmente desde las primeras páginas.
5 de febrero, 2025
Hilo rojo y serbal
Alan Talevi
Erizo ediciones, 2024
140 págs.