Al poner en marcha el acto de lectura de un libro, podemos realizar dos operaciones que, si bien se complementan, tienen particularidades propias que hacen a su semántica: podemos hojear y podemos ojear. Cuando hojeamos Historias de la guerra, de Lord Dunsany (Londres, 1878), visualizamos que esta edición se compone de dos grandes apartados: por un lado, «Para acabar con la guerra (A propósito de Lord Dunsany y su obra)», que adquiere un valor de introducción a los relatos con algunos ejes que preparan el terreno de interpretación para el lector poco avezado en la obra de Dunsany; por otro lado, en «Historias de la guerra» se despliegan los veintiséis relatos del libro con seis ilustraciones de Horacio Boriotti, cuya significación enriquece el «horizonte de expectativas».
Cuando hojeamos Historias de la guerra, nos adentramos a un territorio atravesado por la convivencia de personajes, de escenas, de emociones y de reflexiones en torno a la Primera Guerra Mundial; los veintiséis cuentos, de corta extensión, posibilitan la coexistencia de trascendentes personajes históricos, como el káiser Guillermo II de Alemania, von Hindenburg, el Barón Rojo von Richthofense y Charles Chaplin con personajes de menor rango, como la enfermera británica Edith Cavell, fusilada en 1915, y también con personajes sin protagonismo histórico o de bajo rango, soldados rasos que muestran los efectos de la guerra desde abajo, en el día a día de las trincheras: hombres exhaustos que personifican las marcas que deja la guerra, y aquí mismo es donde podemos insertar nuestra clave de lectura: «las huellas de las trincheras».
En su sentido etimológico, el término «huella» significa señal o marca de pisadas y está emparentado con «hollar», pisar fuerte, maltratar el terreno y, a su vez, proviene del latín fullo, que era el batanero, aquella persona que golpeaba los paños con un mazo de madera. De esta concatenación se deducen las huellas que se diseminan en los distintos relatos sobre la guerra. Tanto ingleses como franceses y alemanes quedan marcados ─pisoteados, golpeados─ por las experiencias de las trincheras, ese espacio ─innovador para la época─ queaglutina un poder de representatividad sumamente significativo; en las trincheras se generan las huellas, pero también ellas son huellas de la guerra; en las trincheras se hallan la desolación y la monotonía de aquellas jornadas bélicas, en ellas emerge el tierra yerma, inerte, por eso cuando “uno pasa de la fosa a la trinchera, deja atrás hierbas, arbustos y tierra, y aparecen entonces los bloques de yeso”, se lee en el relato “Un paseo por Picardía”. El sentido de las huellas en la guerra deviene en recuerdos y, al mismo tiempo, en refugio por aquel tiempo pretérito marcado a fuego. Asimismo, la guerra permite la iniciación de los jóvenes soldados en auténticos hombres que, naturalmente, quedan marcados con sus vivencias de trincheras, tal como le sucede al soldado Dick Cheeser en “Lo que ocurrió la noche del veintisiete”.
La presencia del Káiser es tan recurrente que se transforma en un tópico literario y, adrede, en un factor propagandístico que muestra las barbaridades de la guerra; se lo presenta como el Atila, rey de los hunos, del siglo XX, justamente por el poder de las huellas que dejó: donde pisaba su caballo no volvía a crecer la hierba. Parafraseando esta leyenda, las huellas del Káiser se sufrieron tanto en las trincheras como en las ciudades y regiones en disputa; se lee en “Un monumento imperial”: “No sólo la muerte se ha paseado por estos campos a lo largo de años, sino que los propios campos han sido mutilados, desfigurados, despojados [...] el recuerdo del Káiser, como una hiena que ha roído muchos huesos”. Guillermo II de Alemania, el «Señor de la Guerra», queda asignado como el origen y el generador de esta guerra, “un hombre que era emperador pero quería ser algo más. Hubiera podido gobernar el mundo, pero sólo ha jugado con él, y con su estupidez ha arrastrado a millones a la miseria”, leemos en “Las tierras de la pesadilla”. Más allá del valor y de la potencia propagandística anglosajona en la figura del Káiser, Lord Dunsany logra una estilización de la tierra infértil, de la tierra yerma, de la tierra baldía, pudiéndose así trazar un puente intertextual con la poesía de T. S. Eliot y su The waste land (1922); en el mismo relato leemos que el “Káiser alemán ha invadido una tierra fértil y ahora tiene entre sus manos débiles un páramo lleno de cráteres y alambre y hierbas y viejos huesos teutones”. Así, el Káiser y el Barón Rojo personifican la Muerte y su poder para impregnar las huellas de las trincheras y, por transitividad, exhiben las miserias humanas; incluso, Guillermo II realiza una fantasmagórica visita a los hogares de aquellos soldados caídos en combate, una clara alusión a Cuento de Navidad (1843), de Charles Dickens.
Lord Dunsany concreta, en estos cuentos, una poetización de la noche por medio de las voces, de los ruidos de las bombas, de las pesadillas de los soldados; hay una especie de musicalización de trincheras como generadora de recuerdos, o sea, de huellas bélicas, tal como leemos en “Bombas” y en “Hierbas y alambres”.
En el hojear de los relatos y en varios de ellos, nos encontramos con una estructura que exhibe la presentación espacio-temporal de la historia, luego una reflexión existencialista ligada a la cotidianeidad de la guerra y, por último, una referencialidad concreta del marco espacio-temporal presentado al inicio; dentro de esta estructura, el valor estilístico de la huella en los soldados es recurrente como testimonio de una época, pero también como llave de interpretación para estas historias. “Las huellas de las trincheras” son las que uno como lector puede visualizar en estos relatos que pivotan entre lo testimonial y lo ficcional, huellas que el mismo Lord Dunsany experimentó como soldado y pudo, por medio de la literatura, plasmar en estos cuentos que nos llegan a nosotros gracias a la cuidadosa traducción y edición de Pablo Bagnato.
2 de febrero, 2022
Historias de la guerra
Lord Dunsany
Miércoles14 Ediciones, 2021
124 págs.