El selecto catálogo de La bestia equilátera, sustentado en la curaduría de un lector experto como Luis Chitarroni, reincide en algunos autores, entre los que se destaca Kurt Vonnegut. El autor norteamericano cuenta incluso con su propia colección, reconocible a simple vista por los vistosos diseños de tapa y contratapa a cargo de Liniers. El propósito no es otro que el de tornar accesible al lector local la obra de un autor insoslayable, y la novedad, claro, está en las traducciones. La prosa de Vonnegut tiene una gracia singular, sustentada en la fluidez de una entonación que modula en simultáneo condimentos tan disímiles como el sarcasmo, la ternura, la irreverencia, la desazón y el sentido del humor. Suena como ninguna, y trasunta inteligencia como pocas. Su accesibilidad, entonces, requiere de una traducción a la altura de las circunstancias, que reponga esa gracia, y eso precisamente es lo que se ofrece, para felicidad de los lectores, en esta bonita colección. Las seis primeras entregas (Cuna de gato, Payasadas, Desayuno de campeones, Pájaro de celda, Madre noche y Dios lo bendiga, señor Rosewater) fueron traducidas de manera impecable por el recordado Carlos Gardini, y esta séptima, Hocus Pocus, quedó en manos de Ariel Dilon, que logró la difícil proeza de no desentonar con las anteriores.
Como es habitual en Vonnegut, Hocus pocus propone una fábula del desencanto, encarnada y narrada en este caso por el indómito Eugene Debs Hartke, profesor sexagenario (ex combatiente de Vietnam) que se encuentra preso, a la espera del juicio, acusado de ser el presunto cerebro de una fuga masiva de una institución correccional de máxima seguridad. Desde esa posición escribe los fragmentos que componen este libro, tramando un extenso collage de pequeñas historias desastradas, comenzando por la propia.
Vonnegut parte de la premisa de que toda historia es individual y colectiva a la vez, y su sabiduría consiste en crear procedimientos narrativos que hagan explícita la dialéctica a través de la cual se retroalimentan ambas instancias. En el caso de Hocus pocus, compone una estructura arborescente, con un historia troncal, de la que derivan infinidad de pequeñas historias complementarias. La historia central compete a la vida del narrador, concentrándose sobre todo en la serie de sucesos que lo condujeron a la cárcel: su vuelta de Vietnam, su ingreso como profesor de física en un colegio que alberga a niños ricos con dificultades de aprendizaje, su bochornoso despido de esa institución, su posterior trabajo como profesor en la cárcel que está frente al colegio, y por último su supuesta vinculación con el motín de presos que desata en la zona una pequeña batalla campal. En cuanto a las derivaciones, por lo general se trata de retratos ejemplares de algunos de los personajes secundarios, que en su acumulación van conformando una suerte de enciclopedia de vidas arruinadas. Sustentada en este esquema, la novela extrae gran parte de su productividad de las digresiones. Además de ser un vehículo de la narración, ponen de manifiesto la lógica de un sistema en la que todo está conectado, y que en su totalidad funciona como una máquina de malograr vidas humanas. Reafirmando esta impresión, el narrador recurre a algunos tópicos que en su opinión son claves en la descomposición, como por ejemplo las genealogías enfermizas de los poderosos o los vaivenes de una industria que muta fogoneada por los conflictos bélicos. La guerra de Vietnam, trauma americano por antonomasia, funciona como un telón de fondo y a la vez como un espejo que refracta el horror y la desgracia.
Toda esta arquitectura, claro, se sustenta en la gracia del narrador, que, como sabemos, está preso. Habla por lo tanto desde esa perspectiva, y se supone que su escritura es un modo de entretener, de hacer más tolerable, ese tiempo neutro anterior a la sentencia. Según enuncia en uno de los fragmentos, el suyo es un “discurso patibulario”, es decir, un discurso que se articula en un más allá de toda especulación. No tiene nada que perder, porque ya lo ha perdido todo, y por lo tanto puede decir la verdad, o al menos aquello que generalmente se calla. Y eso precisamente es lo que se propone Vonnegut con esta novela: decir lo que no se dice (y es por eso que precisa que su narrador se encuentre en una situación terminal). El resto se juega en el carácter y la personalidad de esa voz narrativa, que en este caso (como es habitual en los narradores de Vonnegut) está dotada de un encanto y potencia superlativa. Operando en la articulación de un fino equilibrio de intensidades, logra atenuar y la vez acentuar el horror, afirmándolo a la vez que haciéndolo tolerable (e incluso disfrutable) a la lectura. Su contundencia y eficacia se juega principalmente en el remedo de las fraseologías sintéticas, que con poco le permiten decir mucho. Permanentemente apela a la sentencia, al aforismo desencantado e incluso a la frase lapidaria. Un ejemplo sintomático es la frase con la que bautiza una muestra de máquinas fallidas de movimiento perpetuo: La complicada futilidad de la ignorancia, dicho que bien podría funcionar como epígrafe a esta novela, e incluso como epitafio al sistema que describe.
Hocus pocus es una extensa rendición de cuentas: del protagonista en relación a su vida, pero también y sobre todo de un sistema económico y social en relación a las vidas que se cobra.
Una vez más, Vonnegut hace las cuentas que nadie quiere hacer. Y las exhibe (tiene la amabilidad de hacerlo), en la forma de una graciosa y terrible fábula, que propone al lector una excursión (nada gratuita, por cierto) por el lado oscuro del sueño americano.
13 de agosto, 2019
Hocus Pocus
Kurt Vonnegut
Traducción de Ariel Dilon
La bestia equilatera, 2019
352 págs.