¿Hola? de Martín Kohan es en verdad un adiós al teléfono fijo. Pero no lo es solo al aparato, sino a las formas de sociabilidad, comportamientos y modos de habitar los espacios que él implica. En su texto, el autor se divierte seleccionando escenas (literarias, del cine, musicales, del arte en general, de la vida cotidiana, de la historia) que tienen como protagonista –o como escenario devenido en protagonista– al teléfono, y cuyo análisis exhibe aspectos que trascienden lo meramente comunicativo. Escenas sueltas, dispersas, correspondientes a diferentes tiempos desde la creación del teléfono por Alexander Graham Bell o, en verdad, deberíamos ser justos y reconocer el invento a su verdadero creador, Antonio Meucci, de quien Bell se apropió el invento solo por poseer los medios económicos para patentarlo, de los cuales el italiano carecía. Se trata de escenas sueltas, decía, cuya lógica fragmentaria se detecta fácilmente en los breves apartados que componen el libro, cada uno numerado. Pero a la fragmentariedad y la concisión de cada parte se le opone un relato que se construye, además de por el denominador común que da motivo al libro, el teléfono, en la misma consecución de los fragmentos, en su cuidada yuxtaposición y montaje, puesto que el fin de cada fragmento da paso, por su tema, al siguiente.
El libro comienza con la verificación de si el canal comunicativo funciona. El “¿Hola?” (con sus variantes “Diga”, “Buenas”, “Mande”) propio de la función fáctica con la que suelen abrirse las conversaciones telefónicas coincide en tiempo real con el inicio del ensayo. Comienza, entonces, con fragmentos que recuperan aspectos atinentes a “El nombre”, tal como reza la segunda entrada, puesto que si pensamos que en el principio era el verbo, sabemos la importancia de tal inicio: poner nombre define, recorta, caracteriza –siempre azarosa, arbitraria y selectivamente– el fenómeno a definir, además de que el tiempo surte efecto diacrónico en las palabras: el vocablo “teléfono” continúa siendo el mismo (cuando se usa el hiperónimo) aunque ya no se refiere únicamente a un dispositivo para hablar, sino también a uno para mandar mensajes escritos y efectuar diálogos asincrónicos, para hacer fotografías, realizar operaciones bancarias, para guiarse con un mapa, para revisar el correo electrónico, para despertarse, para mirarse en su pantalla como un espejo, para adentrarse en el infinito mundo de internet, entre tantas otras posibilidades finitas y no finitas. También a modo de inicio de la conversación con el lector, el libro retoma cuestiones relativas a la mecánica conversacional en términos generales, con entradas sobre teoría que buscan entender los vínculos hablante-oyente generados por el aparato en cuestión, la dinámica entre presencia y ausencia (la presencia de la voz, la ausencia del cuerpo para el interlocutor y, por ello, la voz como un entre: entre los cuerpos y el lenguaje, la fantasmización de la voz o, mejor, a causa de ella); binomios que se extienden a las polaridades dialécticas, yuxtapuestas, de cercanía y lejanía, intimidad y ajenidad, afuera y adentro, dadas por los teléfonos celulares y los fijos –los cuales generan formas de percepción y subjetivación particulares–, la oralidad privilegiada en y por el teléfono, al menos en los iniciales. No obstante, la singularidad de cada escena funciona como metonimia, como ejemplo paradigmático que invita a lectores y lectoras, barthesianamente, a seguir escribiendo el texto, buscando sus propios ejemplos y escenas en su vida cotidiana o en el arcón de los recuerdos, según el teléfono que se posea (o del que se carezca): fijo o móvil.
Kohan analiza también el papel que juegan los registros: el catálogo que se pretende exhaustivo de la guía telefónica, con sus “Páginas amarillas” que instalaban la conciencia de la escisión, en un pasado no tan remoto, de la vida personal de la laboral. Pero ahora, con el celular, todo tiende a mezclarse y, por tanto, a dejar en evidencia –aunque una evidencia ya naturalizada y, por ello mismo, invisible– la ubicuidad del teléfono móvil. Acaso sea por ello que el texto delinee un amplio arco que va desde el análisis del canal de la comunicación, pasando por el nombre, hasta las modificaciones en la técnica que hacen transitar, con muy pocas escalas, del teléfono fijo al celular.
En solución de continuidad dada por el equívoco, por los casos en los que el uso del teléfono escapa a la norma o a la generalidad, y así fundar una nueva norma, Kohan nos presenta las escenas en las que el teléfono termina, por caso, siendo el interlocutor, en que los enamorados besan el propio teléfono o incluso cuando su poder de transmisión y vínculo es más fuerte que el de transportar la sola voz, como en la escena de los tres chiflados en donde un chorro de agua pasa de un tubo a otro. Al reflexionar acerca del efecto fantasmagórico que genera el aparato, recupera la escena de Proust en la que la distancia y el teléfono nos devuelven a un Marcel afligido por esa misma ausencia. Es que el contacto telefónico instituye otro orden de la realidad, uno en el que algo falta. “Pero también la conversación telefónica puede revelar lo que falta en los contactos presenciales, que tampoco en ellos hay plenitud ni entera correspondencia, que en ninguna relación la hay, que la falta las constituye a todas”.
Mientras que el ensayo comenzaba con el análisis de la comprobación de que el canal de la comunicación funciona (la función fáctica condensada en el “¿hola?”), cierra con un caso en el que la comunicación telefónica no se produce o, al menos, queda trunca: la escena pertenece a Casablanca, con el llamado frustrado por un disparo al oficial nazi, quien buscaba evitar que el avión que llevaba a Víctor Laszlo, líder de la resistencia checa, partiera. Si tuviéramos que definir qué objeto toma Kohan para el análisis no dudaríamos en que la respuesta es el teléfono. Pero no se trata de este a secas, como aparato o dispositivo material, sino más bien como dispositivo: qué discursos se construyen en y por él, alrededor de él, cómo es el vínculo con los sujetos, con las instituciones. De allí que Kohan retome a un filósofo que, al decir de Arendt, pensaba poéticamente. Se trata de Walter Benjamin, cuyo pensamiento esbozado al reflexionar sobre La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica resulta más que operativo para detenerse en los nuevos modos de percepción, de construcción de las subjetividades, en la dinámica cuerpo y vivencia, vivencia y experiencia, experiencia y relato, en la (re)configuración de vínculos sociales (o ruptura, escansión de ellos), en los espacios y tiempos de transición entre una generación y otra, entre el declive de lo anterior y la promesa que de lo que vendrá. Kohan piensa poéticamente desde la sola elección genérica (el ensayo) y desde la forma particular que adquiere aquí (el fragmento), en una selección y montaje de escenas que incluyen el teléfono, con sus referencias o simples alusiones a él, para mirar lo naturalizado desde el extrañamiento propio de la distancia crítica y la mirada literaria.
22 de febrero, 2023
¿Hola? Un réquiem para el teléfono
Martín Kohan
Godot, 2022
133 págs.